Amaya
—¿Y existe eso del felices por siempre?
La pregunta de Melissa no me sorprendió, era una niña muy consciente, llena de dudas y que había visto cómo su familia fue separada por las leyes migratorias. Así que tragué saliva con fuerza, y al ver que los otros niños esperaban por una respuesta, supe que tenía que ser inteligente en cómo abordarlo.
La ingenuidad de ellos era un punto muy delicado, uno que no quería tocar, así que cuando estuve a punto de decir algo, uno de ellos se levantó y negó con fuerza.
—Lo siento, señorita Amaya, pero eso no existe, solo es un cuento de hadas y nada más.
Se fue de la sala de lectura y quedé con una audiencia con muchos ceños fruncidos.
—La vida no es totalmente feliz o totalmente mala —les dije con honestidad—. Cada día que vivimos es una mezcla de ambas cosas y así como hay días por completo buenos, también los hay malos o muy tristes. Eso no quita que siempre podemos dar lo mejor de nosotros para hacer nuestro propio final feliz.
Algunos de ellos asintieron y me agradecieron, luego se levantaron del piso para ir a hacer las actividades de sus cuadernos de lectura. La bibliotecaria me sonrió con cierta pena y a mí no me quedó de otra que alzar los hombros en respuesta, no sería primera que los niños a los que le leí en la biblioteca a la que iba fuera del campus.
Mudarme a Berkeley fue la mejor decisión de mi vida, luego de haberme ido de los Ángeles con mi madre y terminar escondiéndonos en San Francisco, tener algo de libertad era un paraíso. Jamás fui más feliz que cuando se me notificó que podría estudiar inglés en la UC Berkeley, que podía tener la oportunidad de especializarme para ser una maestra. Desde pequeña, el hecho de entender mi idioma era una gran curiosidad, pero al conocer a Luisa, mi niñera, y comprender el poder que podía tener al enseñarle mi idioma a otros, supe que eso sería lo mío.
Era una mujer venezolana que tenía problemas de aprendizaje y sus interacciones conmigo, así como mis ganas de poder conversar con la mujer que se había convertido en una segunda madre, fueron las que me llevaron a buscar formas de solucionar el problema con mucha paciencia, afectos y creatividad. Eso plantó los cimientos de lo que quería hacer con mi vida, los sueños que quería lograr.
Me aferré a eso a pesar de todo lo malo que había detrás de mí.
Físicamente, no había heredado los rasgos de mi madre, no era de tamaño promedio, ni rubia, ni tenía un cuerpo esbelto. Había nacido con todos los rasgos y características físicas de mi origen japonés, uno que no conocía muy bien del todo, más de lo que mi madre se había empeñado en que conociera porque mi padre poco soltaba prenda. Sin embargo, yo no solo no quería hacerlo porque sí, sino porque eso me daba una perspectiva buena de lo que se podía hacer por el mundo.
Yo era una hija bastarda de la Yakuza, una que no fue deseada por su padre, ni querida por esa comunidad. Y no lo entendí, hasta que me hice lo suficientemente mayor como para descubrir que mi progenitor era un hombre peligroso del submundo, uno que hilaba situaciones ilegales, contra la salud y el bienestar de las personas. Además, saber que era una hija no reconocida, oculta y fruto de una aventura que tuvo un oyabun, capo, de la Yakuza con una modelo en ascenso, era como si por fin me hubiesen quitado la venda de los ojos.
Sonreí con tristeza al recordar que mi padre iba a visitarnos cada vez que podía, me intentaba enseñar sobre sus costumbres y se aferró al hecho de que aprendiese japonés desde pequeña. Lo hice como buena hija, como una niña que pensaba que era su más grande héroe, así que cuando la realidad me sacudió y levantó su fea cabeza, no quise saber más nada de él, del hecho de que estaba casado, de que tenía tres hijos mayores que yo no conocía, de que su intención era tenerme oculta siempre como quien tiene un sucio secreto.
Creo que me rompí cuando supe que él y mi madre seguían teniendo una relación de pareja a pesar de los años. Así que yo sabía muy bien que no existía un felices por siempre, que el mundo estaba lleno de días buenos y días malos.
Así era la vida.
Cuando los niños terminaron sus actividades, me la entregaron y se despidieron de mi con sonrisas. Les gustaba venir a leer, a aprender, a formarse en medio de la tranquilidad de la desolada biblioteca, por lo que suspiré con pesadez y me dispuse a guardar todo en la sección infantil. Tenía la lista de las obras que habíamos leído en la mano, así como aquellas que faltaban por leer. Aún seguía modificándola, por lo que me concentré en revisar los estantes y comparar con los libros que estaban disponibles.
—¿Ya le leíste El Cuento de Ferdinando? —preguntó una voz al otro lado del estante y fruncí el ceño porque en las tres horas que llevaba en la biblioteca, no había visto pasar a nadie.
—Todavía no… —le contesté sincera al hombre oculto entre los libros, uno que no podía visualizar bien.
—Es un excelente libro infantil, mi nonna me leía todas las noches y me ayudó a mejorar mi pronunciación antes de venirme a vivir definitivamente a Estados Unidos —explicó el hombre.
Su tono de voz… No supe por qué, me puso en alerta.
—Vaya… Es un excelente libro, pero tiende a ser un poco difícil en algunos conexos para que los niños lo puedan pronunciar —expliqué—, morfológicamente hablando, es un inglés de nivel A2.
Se rio de forma modesta lo que hizo que mis vellos se irguieran en respuesta.
No pude negarme el hecho de que su risa me gustó mucho.
—Inténtalo, es un libro para niños de tres a cuatro años, funcionará y esas palabras que les va a costar a ellos, las pueden trabajar con ejercicios y dinámicas como las que empleaste antes de la lectura… Que, por cierto, eres excelente en ello —dijo con calidez.
—Muchas gracias…
—¿Tienes mucho tiempo leyéndole a los niños? Lo haces de lujo…
—Tengo cerca de cuatro años haciéndolo con nuevos grupos —admití con una sonrisa—. Es algo que me gusta hacer.
—Se nota, así que puedo inferir que estás estudiando para ser docente de inglés…
—Sí, se podría decir que sí —contesté sincera.
—Bueno, y ya, saliendo del tema de la enseñanza y hablando más de literatura, ¿qué autores me recomiendas?
Supuse que por eso estaba ahí en la biblioteca, debía haber buscado algunos libros y terminó dentro del espectáculo formado para los niños.
—Eso depende de sus gustos, no sé cuáles son ni mucho menos qué tipo de prosa es su preferida, si la directa, la astuta, la sobrecargada o la que contiene muchas florituras —argumenté con firmeza.
—Bueno… Me gusta la realidad, la acción, lo impulsivo y las buenas escenas —apuntó sacándome una sonrisa, la gente en la biblioteca siempre me pedía ayuda, pero no eran tan abiertos—. Ah, también me gustan las escenas sensuales.
Eso hizo que mis cejas se alzaran y mis mejillas se sonrosaran.
—Bueno… Si le gusta esas mezclas, tal vez la Historia de O de Pauline Réage, El amante de Marguerite Duras, Trópico de Cáncer de Henry Miller o Delta de Venus de Anaïs Nin —le sugerí con la cara encendida.
Eran consideradas grandes historias de la literatura erótica con creces, pero al mismo tiempo libros muy escandalosos.
—¿Te gustaron? —preguntó con la voz un poco más enronquecida—. Soy de formarme mi propio criterio.
—Sí, a pesar de que son obras clásicas que a la luz de hoy no han envejecido del todo bien —indiqué y se rio con gusto.
—Lo que pasa es que en la actualidad la gente está supeditada al moralismo… A pesar de que es muchísimo más abierta a todos los temas, el erotismo sigue siendo un tabú en todos lados, desde los más abiertos hasta los más conservadores.
Había dicho una verdad muy honesta, una que no podíamos negar.
—Bueno, es que esas estructuras en algún punto tienen que romperse, debido a que, en efecto, los temas tienen que cuestionarse… Eso no quita el hecho que esas creaciones son excelentes, están muy bien escritas y suponen no solo un hito en lo referente a prosa, sino en el dinamismo de las mismas…
—Bueno, veo que eres una apasionada de la escritura, la literatura y del lenguaje… —dijo con un tono que no supe descifrar—. A ver, ¿qué me recomiendas de la literatura actual? Dista mucho de la clásica, pero es mucho más directa y capaz hasta más sucia.
Tenía un punto, uno que me pulsó las venas por completo.
—Bueno yo…
«¿Cómo le admito que leo lo denominado como erótica para mamás?» pensé con vergüenza.