Amaya Llegó el día de la despedida. Miré por última vez la universidad y me limpié las lágrimas para contener el dolor tan fuerte que significaba el hecho de dejar todo lo que verdaderamente amaba para pasar unos cuántos días en casa de mi padre antes de viajar con su familia a Las Vegas, así solucionar todo lo referente a la ceremonia. Era tan extremadamente deprimente que no emití ninguna palabra. Solo sentía que tenía seguir, solo sentía que tenía que caminar para solo dejar que el modo automático surgiera. No imaginé que, al aterrizar en los Ángeles, conocería una clase de infierno diferente, uno para el que verdaderamente no estaba prepara, para el que nunca me habían educado, para el que fui el objetivo perfecto de un trío de mujeres que encontraban placer en humillar a los má