Dos de ellas se alzaban a una altura de casi dos metros. La del medio se encontraba en posición horizontal y los habitantes de la localidad estimaban que había sido utilizada como un altar.
Todavía podían verse manchas de sangre en una esquina y el Marqués comprendió que provenían del gallo que estaba junto al cuerpo inconsciente de Idylla.
«¿Quién pudo haberla traído hasta aquí?», se preguntó de nuevo, «¿y por qué, después de darla por muerta, se tomó la molestia de matar un gallo y dejarlo sobre su cuerpo?»
¡No parecía haber respuesta a estas preguntas!
Estaba tan ensimismado en la contemplación de las piedras que se sobresaltó cuando escuchó una voz junto a él.
—Perdone, milord.
Al volver la cabeza vio a un hombre de edad madura y su rostro le pareció familiar.
Estaba vestido pob
