La expresión en la cara de Eva era de nervios, impresión, incredulidad.
—Señor, yo...—susurró muerta de miedo, jamás en su vida había sentido la respiración de un hombre tan cerca, y más un hombre como Demetrio Laureti, sexi, hermoso, y con ese aliento de fresa mentolada.
—Tranquila señorita Anderson —dijo Demetrio, acomodando un botón de su traje y sentándose en su enorme escritorio ante la mirada de Evangelina, que parecía que había visto un espanto—, No sería capaz de tocarla, usted… —pensó por un momento para luego mirarla —. No es de mi tipo.
Eva apretó los puños, molesta, ella no quería ser de su tipo… ¿ O si? Parpadeó varias veces y salió casi corriendo de la oficina de su jefe a la de ella.
¿Qué era eso? Definitivamente muchas sensaciones en un solo día de trabajo.
Se sentó en su escritorio y terminó de organizar los pendientes de ese día, realizando un informe detallado de todo lo que había hecho en aquel día, incluso, colocando los sentimientos y emociones que sintió al estar cerca de Demetrio.
Las siguientes horas en ese cansado día de trabajo pasaron entre múltiples reuniones, Eva parecía un perro detrás de su jefe anotando todo lo que le decía él, pero después del incidente en la oficina no había podido mirarlo a los ojos.
—Ya puedes retirarte Eva, mañana temprano lleva mi traje a la tintorería, debes buscarlo en la mansión, ah, y para que saques a mis cachorros a pasear por favor.
Eva lo miró mientras acomodaba sus lentes, ella era una ingeniera en sistemas, la mejor de todas, y si había aceptado ser secretaria por necesidad, ¿pero sacar perros? ¡De verdad!
—Señor, no creo que sea mi deber sacar a pasear a sus animales —dijo molesta.
Y sí, era así, Demetrio jamás le había pedido a ninguna de sus secretarias que sacará a pasear a sus perros, pero la realidad de todo, era que si su abuelo no iba a permitir que él botara a Evangelina Anderson, él iba a ser que ella renunciará.
—Ahí, en el contrato están las normas para ser mi secretaria —bufó—, dice que, debes hacer todo lo que necesite, afuera o dentro de las instalaciones, —espetó molesto—. Si no te gusta, señorita Anderson, puedo conseguir a alguien más —sugirió.
Eva se quedó estática, perder su primer trabajo decente a solo un día de conseguirlo, definitivamente no podía darse el lujo, además, la paga era buena.
Demetrio la miró esperando una respuesta de su parte, de hecho, ya tenía en mente quién podía ser su secretaria, el mismo la buscaría, una hermosa chica que conoció en un restaurante; le había dado duro en el baño ese mismo día; la pobre chica ganaba miseria como mesera en ese excelente restaurante por ser inmigrante.
—Mañana estaré temprano en su casa. Hasta luego —dijo Eva, dándose media vuelta y saliendo de la oficina.
Tomó su cartera a punto de llorar y se dirigió a su pequeño auto viejo, no sin antes buscar entre los archivos la dirección de la mansión Laurenti y anotar en su libreta.
—No la soporto —dijo Demetrio mientras tomaba una copa de whisky con su mejor amigo Antonio en unos de los mejores bares que frecuentaba.
—¿Entonces no va la apuesta? —dijo Antonio con una sonrisa.
—Por supuesto que no, prefiero gastar mi fortuna entera en una nueva colección de relojes antes de llevar a la cama a esa fea mujer, ¿es que acaso la has visto? Lo único hermoso que tiene son los ojos, bueno la nariz, y sus pequeños labios carnosos… pero las cejas, sus dientes llenos de alambres, y esos lentes anticuados, y como se viste, definitivamente, ni que me paguen millones de dólares, Demetrio parecía alterado, botaba todo aquello con enojo ante la risa burlesca de su amigo.
—A mí me parece fascinante —los ojos del italiano se abrieron de par en par.
—¡¿Fascinante?!, te volviste loco, hermanó —espetó con asombro, mientras le guiñaba un ojo a la chica que tenía enfrente.
—Sí, la mayoría de esas mujeres tapadas y con nada de maquillaje, tienen un cuerpo increíble ahí abajo —respondió Antonio sonriendo —. Y si, si la vi, y si te pones a detallarla, es hermosa, muy hermosa, hermano —completó mientras llevaba la copa a su boca sonriendo, provocando que Laureti pegara una reverenda carcajada.
—Ja, ja, ja, pues te la regalo, no es mi tipo, y no me interesa que tanto tiene debajo del trapero horrible que carga encima, —dijo con ironía, aunque, él había visto unos enormes, duros, y rosados senos debajo de la gruesa tela de su secretaria.
—Me gustaría, si me gustaría llevar a esa mujer a la cama, te aseguró que hasta virgen es —dijo provocando que la lujuria en los ojos de Demetrio se encendieran, pero, sin embargo, al imaginarse besando a Eva, le causó escalofríos y quitó la idea de su mente.
«¿Qué te pasa?, ni loco pones tus labios en esa fea» Pensó
—Pues suerte, mientras tanto, voy a disfrutar de esa hermosa morena que está a tus espaldas —se levantó de la silla y caminó bajo la mirada de negación de Antonio en busca de la chica que enseguida se fue con él.
—Mujeres —resopló el pelinegro. Era increíble como muchas se regalan como platos calientes.
...
Eva llegó a su casa pasadas las nueve de la noche, había tenido que estacionarse a cambiar la llanta ponchada de su viejo coche; si no fuera porque era el único medio que la llevaba y traía, lo hubiera dejado botado hace mucho.
Abrió la puerta de su apartamento, y se lanzó en las alfombras a contestar la llamada de su madre.
—Cariño, te he estado llamando hace horas y tu móvil ha estado apagado —esa era Luisa, su madre, quien todos los días la llamaba a la misma hora.
—Estaba en el trabajo mami, resulta que mi nuevo jefe es un patán que me tuvo trabajando todo el día —respondió quitando sus tacones negros y cerrados.
—¡¿Y hasta esta hora es que llegas?! No, hija, te dije mil veces que puedes venir y vivir con nosotros, además eres una ingeniera, no me gustaría que trabajarás como secretaría.
—Es provisional mamá, mientras consiga un mejor puesto, aunque, soy secretaria, puedo subir escalones en esa empresa por mis méritos. No he dudado jamás de mis capacidades.
—Si cambiarás un poco de look, —dijo Luisa como siempre, sugiriendo que Evangelina cambiará su aspecto para conseguir un mejor empleo.
—¿Es que acaso es importante eso?, los mejores ingenieros y profesionales no son los que visten y lucen mejor mamá…
—La inteligencia está en la mente —completó su madre—. Lo sé, hija, es que no me gustaría que de nuevo te hagan daño en esa empresa como en el colegio., Estuve investigando y la mayoría del personal son personas sumamente hermosas y elegantes.
—Deja de leer cosas en internet, madre, ahora te dejo, muero de hambre. —respondió colgando el teléfono sin darle tiempo a su madre de hablar.
Quitó su atuendo, y se miró en el espejo de su habitación; sin ropa, parecía otra persona, y en el fondo ella lo sabía, piel pálida, bustos grandes y rosados, trasero respingado y redondo, y sus largas piernas.
Soltó su cabello, y aunque estaba maltratado por siempre llevarlo en una coleta, era tan largo que pasaba por debajo de sus nalgas.
—Si tan solo tuvieras más seguridad en ti Evangelina —se habló a su reflejó.
Caminó desnuda, mientras sus nalgas se movían y se metió a la ducha. Tenía los ojos y la mirada de su jefe clavada en su mente, y eso definitivamente le causaba una extraña sensación en su cuerpo.
Movió su mano hasta su monte de venus, y se tocó descubriendo el placer de la sexualidad.
—¡Oh por dios! —llevó sus manos a la boca al darse cuenta de lo que había experimentado, sintiéndose aberrante y quitando con rapidez la mano de su entrepierna.
Después de cenar, lo que encontró en la nevera, se acostó tarde trabajando en un proyecto que tenía en mente, y el cual llevaba años organizando.
A la mañana siguiente se levantó muy temprano, vistió con su acostumbrada ropa y se dirigió a la mansión.
Fueron unos cuantos minutos de camino, antes de llegar a la gran mansión Laurenti.
—Buenos días —saludó al portero.
«¿Es que todo el personal tenía que ser alto y elegante?» Pensó, al ver al hombre alto, de unos cincuenta años y con musculatura.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? —preguntó el hombre que sonreía con amabilidad.
—Soy la nueva secretaria del señor Laureti, ¿me deja pasar? Es que tengo que llevar a sus perros a pasear y los trajes a la tintorería—dijo desde el auto, esperando el pase para entrar a la inmensa instalación.
—Me permite su identificación, usted debe ser Evangelina Anderson —leyó en una lista, parecía que su jefe tenía el control de todo.
Eva le tendió la identificación, y después de unos segundos estaba entrando a la casa de su jefe.
Era enorme.
«¿Y todos estos autos son suyos?» se preguntó en Pensamientos.
Estaciono su chatarra al lado de uno de los múltiples autos que se encontraban ahí, había variedad, entre Mercedes, Ferraris, y fortunas, entre otros autos de nueva y última generación.
Salió de su auto, se sentía tan pequeña entre tanta belleza. La mansión estaba rodeada por jardines, había dos enormes piscinas, y múltiples empleados laborando.
—¿Disculpe la entrada a la casa? —preguntó a un hombre que estaba podando las flores.
—Ahí, —le señaló. Eva caminó temiendo romper algo con su cuerpo.
Si afuera era hermoso, definitivamente por dentro aún más. El piso brillaba, las paredes pasaban de ser entre cristal, a ladrillos, era una estructura fascinante.
—¿En qué le pido servir a la niña? —preguntó una mujer de cabellos blancos, y regordeta, pero bastante hermosa y elegante.
—Son Evangelina Anderson, he venido a llevar la ropa del señor Demetrio a la tintorería, al igual que pasear a los cachorros —dijo Eva con una sonrisa, mientras la señora la miraba incrédula.
—¡¿Vas a pasear a los perros?! —preguntó con asombro.
—Sí, eso ordenó mi jefe, eso he venido hacer —dijo pasivamente.
—Bueno, ve a buscar el traje que usará el señor Demetrio para la reunión con los chinos, mientras yo busco a los animales. Su habitación está en el último piso, toma ese ascensor —la anciana le señala el ascensor a la mano derecha, y Eva dirige sus pasos hasta ahí.
En unos cuantos minutos el ascensor se abrió, y Eva se quedó maravillada por el hermoso piso de color n***o brillante a sus pies. Todo era extremadamente elegante, además, de pulcro; las paredes con cuadros, y las estatuas a los lados la hacían lucir magistral.
Siguió caminando hasta toparse con la puerta de color caoba, y a pequeños golpes comenzó a tocar.
—Adelante —dijo la voz seductora y sexi de su jefe.
Eva trago grueso, no podía negar que su jefe le provocaba sentimientos extraños y no conocidos. Respiró profundo y giró la manilla, al instante que sintió que el aire abandonaba sus pulmones, por lo que vio.
Su jefe estaba sentado en una pequeña mesa con una taza de café en la mano. Su cabello estaba totalmente mojado, y llevaba en su cuello una toalla blanca, pero eso no era lo más impresionante, la cuestión era que estaba en bóxer, y se veía un pronunciado bulto que Eva no pudo evitar mirar.
—¡Dios mío, señor! —tartamudeó Eva al verlo. Sentía que iba a desmayarse, hablaba con la voz entrecortada como si jamás hubiera visto a un hombre semidesnudo. Y así era, Eva no había visto a ningún hombre de aquella manera, ni siquiera en revista o en televisión, ella no tenía tiempo para eso, se la pasó toda su vida estudiando como para estar perdiendo el tiempo en vagos entretenimiento.
—¡Por dios, señorita Evangelina!, no creo que se vaya a traumatizar por verme, de esta manera, —Demetrio se levantó de la silla, y caminó por el enorme cuarto, en busca del traje —. Este es el traje, por favor téngalo listo para la tarde, a las ocho salimos para la empresa —Eva tomó el traje en sus manos. Aún temblaba aterrorizada. Tuvo que controlar su respiración o era capaz de desmayarse en aquel momento.
Caminó apresurada, ante la risa burlesca de su jefe, y salió casi que corriendo de ahí.
«¿Qué le pasa a este hombre?, no tiene respeto por una dama». Pensó tratando de calmarse, pero parecía que Demetrio quería que ella muriera en ese momento, ya que, lo siguiente que vio, Eva la dejó muda.
Dos mastines, napolitano de color marrón oscuro, la esperaba.
—¡Joder! —exclamó Eva con asombro al mirar los enormes animales que estaban ahí, sin moverse como estatuas.
—¡¿No muerden verdad?! —preguntó acomodando sus lentes.
—Si le caes bien, no —dijo la mujer de cabellos blancos.
Eva trago grueso, agachándose para acercarse a ellos, que enseguida comenzaron a lamer su cara.
—Tuviste suerte, le caes bien, —dijo la amas de llaves.
—Sí, bueno. Vamos Tony y Tomy —leyó en sus collares y los tomó con una mano de sus cadenas, ya que tenía el traje de su jefe en la otra.
Los perros comenzaron a caminar tranquilos, aunque, a Evangelina se le dificultaba llevarlos por su enorme peso, caminó con ellos hasta la cochera para dejar el traje en su auto y sacar a los mastines a pasear.
Demetrio la miraba por el ventanal de vidrio de su habitación con una enorme sonrisa. Eva trataba de dominar a los animales que habían comenzado a correr, provocando que ella los persiguiera asustada. La tumbaban, y la revolcaban, dañando por completo el atuendo de la secretaria, que estaba bastante irritada.
—¡No vuelvo a cuidarlos más! Definitivamente, sus animales son unos mal educados, señor. ¡Me han dejado como chacha! —gritó entrando al comedor donde su jefe estaba desayunando.
—Solo jugaban contigo, Eva, no exageres—respondió Demetrio sin mirarla, llevando los bocados a su boca con paciencia.
Eva lo miró molesta, mordiendo sus labios para no mandar a su jefe a la mierda. ¡¿Exagerada?! ¡La hicieron correr, sudar, además de revocarse en el piso, y él le llama exagerada!
—Disculpe, yo no soy exagerada, señor Laurenti, ahora huelo a perro, y aún no llegó a la oficina, dónde debería estar ahorita, no aquí haciendo sus mandados, —dijo pasivamente, tratando de mantener la compostura.
—Deje de ser tan amargada, ¿no le hicieron el amor anoche? Que está de esa manera, parece estresada, señorita Anderson —tomó un sorbo de café sin dejar de mirar el periódico en sus manos.
Eva se acercó a él llamando su atención, que enseguida volteó a mirarla, estaba tan cerca, que aunque, olía a perro, también se podía apreciar, un exquisito perfume de vainilla; era suave, pero delicado.
—Señor Demetrio, yo no tengo novio, soy una mujer que no tiene tiempo para esas cosas, —Demetrio la miró con los ojos abiertos. Antonio tenía razón, ¡la chica era virgen! —. Y ahora sí me disculpa, debo irme a llevar su traje, lo veo en la oficina.
El italiano estaba estático, tratando de comprender las palabras de Eva en su mente, eso quería decir que ¿era virgen? ¿De verdad? Trago grueso, y sintió cómo su cuerpo comenzaba a hervir de una manera extraña, era como si saber que Eva no había estado con ningún hombre le causaba un deseo descomunal.
—¡Espere, señorita Anderson! —la siguió hasta la cochera. Iba a preguntarle si era virgen, pero sus ojos se dirigieron al carro destartalado y desteñido que estaba al lado de uno de sus preciados autos —¿Qué es esta chatarra? ¿De quién es? ¡Louis! —gritó como loco.
—Sí, ¿dígame, señor? —llegó el chofer de inmediato.
—¿De quién es esta basura? —espetó molesto.
Eva sintió que su sangre se congelaba, sentía que el humo iba a salir por su cerebro. Respiró profundo par controlarse
—Es mía, señor —la mirada de Demetrio se fijó en los grises ojos de Eva, que lo miraba fijo, orgullosa del gran auto que tenía.
—¿En serio?—bufó —¿está porquería es tuya? —resopló con ironía.
—Sí, y se me disculpa, tengo que irme, no volveré a ensuciar sus preciados autos con el mío —Demetrio sonrió.
—Está aparte de fea orgullosa —espetó con gracia.
Eva se dirigió a la tintorería, su ropa aún olía a perro y eso la hacía sentir incómoda, porque las personas a su alrededor lo notaban, y hacían gestos en su cara un poco incómodos para la secretaria.
—Gracias —le indicó a la chica de la lavandería que hacía un gesto de desagrado por el olor.
A los pocos minutos estaba en la oficina, ya la esperaba montones de carpetas y trabajo por organizar, así que decidió cambiarse para luego colocarse en marcha.
El reloj de su muñeca sonó indicándole que debía llevar el café a la oficina de su jefe, así que se levantó y bajo la mirada de personas que aún la miran con desdén, prepara el café y sale a la oficina de su jefe.
—¿Qué haces aquí Tamara? —preguntó Demetrio a la chica que ha entrado sin tocar la puerta.
—Vine, a darte los buenos días, jefe —Demetrio, rodó los ojos, pero luego su mirada se concentró en la hermosa rubia que comenzaba a desabotonar su camisa, dejando al descubierto sus senos.
Demetrio la miró con una sonrisa de lado, aunque quería, no podía evitar sentir su cuerpo arder en pasión, sí, era promiscuo y lo sabía.
Tomó a la rubia por el brazo, y la hizo inclinarse para abrir sus piernas y enterrarse en ella rápidamente, mientras la recepcionista comenzó a gritar como loca.
—Señor, le traje el café —dijo Eva del otro lado de la puerta, pero Demetrio parecía tan concentrado que no logró escucharla.
«No, esta vez no va a regañarme por entregar el bendito café frío»pensó tirando de la puerta.
Evangelina se queda estática, al ver a su jefe teniendo sexo con la recepcionista.
—¡Oh por dios! —exclamó dejando caer la taza de café al piso y provocando que ambos la miraran.
—¡Evangelina! —dijo Demetrio con una sonrisa al ver la cara roja de Eva, que pareciera que jamás ha visto una escena de esas en una película. Su cara era de espanto.
Subió su cierre y le indicó a la recepcionista que se acomodara y saliera. Esta lo hace abochornada pasando por el lado de Eva que, estaba ahí estática sin poder moverse.
—Te dije que debías tocar la puerta o te encontrarías con esto —se acercó a ella. Le encantaba sentir como se estremecía cuando él estaba cerca.
—Señor, yo... Disculpe no volverá a pasar —dijo acomodando sus lentes nerviosa.
—Dime algo Evangelina, ¿eres virgen? —le preguntó pegándose a ella. El cuerpo del italiano se estremeció. Sentía que quería descubrir qué había detrás del atuendo anticuado que llevaba su secretaria.
—¡Por dios que pregunta son esas!.
—Normal, —se volteó—. Es solo una pregunta —dijo mirando al ventanal. Su cuerpo estaba hirviendo.
— Pues sí, —susurró, y no sabe por qué mierda le estaba diciendo esas cosas íntimas a su jefe.
Los ojos de Laureti se iluminaron, pero, cuando volteó para decirle algo a Eva, ella sencillamente no estaba se había ido.