Comienzo.
Narra Valeria:
Del vehículo se baja un sujeto vestido de militar, lo primero que se ve son unos zapatos de piel muy bien lustrados, así como un uniforme azul marino perfectamente planchado. Tras cerrar la puerta, se acerca hasta el interior del negocio que es como una enorme cochera.
—Buenos días — saluda el señor, con voz grave.
Se ve que debe ser de la edad de mi padre. Quizás un poco más viejo, de cabello rubio, alto y fuerte, muy bien fornido, y con una mirada azul más cortante que el filo de una navaja. Yo, que estoy detrás del mostrador, me quedo asombrada por su presencia que infunde temor. Su gesto es duro y a pesar de que no tiene la chaqueta del uniforme puesta, no parece ser alguien con quien se pudiera bromear.
—Hola. ¿Cómo podemos ayudarle? — mi padre se levanta del piso, secándose las manos con un trapo viejo.
—Tengo un problema el consumo de aceite, pareciera ser que no le llega al motor y un buen amigo me ha recomendado este lugar, me ha dicho que usted puede ayudarme.
Su voz es firme, grave, y me imagino que debe estar acostumbrado a dar órdenes.
—Hmm, veamos qué tenemos aquí.
El oficial abre el capó de su coche y mi padre se inclina a ver la máquina, que, desde mi punto de vista, se ve en perfecto estado. Ambos se enfrascan en el análisis que le hace mi padre al auto, hasta que este parece haber encontrado el problema.
—¡Bingo! He aquí el problema — levanta una manguera rota y se la muestra al sujeto — tiene suerte, recién hoy hemos recibido el pedido y me parece que hay dos de estas. Venga conmigo, mi hija Valeria le ayudará.
Por primera vez, el señor levanta los ojos en mi dirección, percatándose de mi presencia. Sus ojos me estudian de arriba abajo y de pronto, el vestido blanco que traigo puesto, sin mangas y a la altura de la rodilla, me pareciera ser transparente, ante el estudio exhaustivo de este hombre. Me siento nerviosa en su presencia y algo en él me da mala espina. Llega hasta donde estoy con paso firme y buen porte, junto a mi padre.
—Buenos días, señorita. ¿Podría usted ayudarme? —pregunta con una sonrisa que, en vez de tranquilizarme, me perturba más.
Asiento una vez y busco en la caja la manguera para el aceite y se la entrego. Él aprovecha el momento para tomar mi mano entre las suyas y el contacto con él hace que mi piel se erice. ¿Quién es este sujeto y por qué su presencia me causa tanto desconcierto? Pareciera leer la pregunta en mi rostro y me responde con otra de sus sonrisas tan extrañas:
—Soy el coronel Robert Williams, encantado de conocerla.
Es una mañana de sábado común y corriente en la que ayudo a mi padre en su taller de mecánica. Ahora que voy a iniciar la universidad, aprovecho mis ratos libres para darle una mano en el negocio, porque sé que cuando me vaya, tendrá que hacerlo todo por su cuenta, dado que mi madre está cada vez más débil, justo como dijeron los doctores; su corazón está cansado y no hay nada que podamos hacer. Tras varios años luchando con su enfermedad, ya nos han desahuciado, dejándonos enormes deudas por pagar y una sentencia de muerte inminente.
El día de hoy ha llegado el pedido, por lo que coloco ordenadamente las piezas en los tramos, que no son muchas, debo decir. Mi padre, Jeremiah Myers, se encarga de reparar un viejo Honda que le han traído. Desde la pequeña oficina del taller, lo veo debajo del auto, sus manos llenas de grasa negra y una capa de sudor cubre su frente, la vieja bata gris de mecánico manchada de grasa también me dicen que el auto le está costando mucho trabajo. Su cabellera castaña ya con una que otra cana se percibe desde aquí, y eso, junto a sus ojos verdes, fueron lo que sedujeron a mi madre, que es de cabello claro y ojos cafés. Dicen que me parezco mucho a él, porque ambos compartimos mismo color de piel y de pelo.
El lugar está tranquilo. Al igual que los últimos meses, el negocio está muy flojo, por lo que ha tenido que despedir a su ayudante y se encarga de reparar los autos él solo mientras yo me hago cargo del papeleo. No es que sea mucho, pero me gusta mantener las cosas en orden y dirigir. En el caso de mi familia, soy yo quien lleva las cuentas y sé que los números van de mal en peor, de hecho, de no haber sido por la beca que me han dado, no tendría oportunidad de ir a la universidad.
El taller está anexado a nuestra casa, por lo que las personas que vienen aquí son por recomendación o porque han visto uno que otro anuncio, dado que esto es zona residencial y no hay mucho flujo de tránsito en la zona y aunque eso puede significar competencia nula, también podría ser poca demanda. Mi padre invirtió mucho dinero para independizarse, compró los equipos de lugar y justo cuando iba a empezar a sacar la inversión, mi madre enfermó y eso se ha llevado todas las ganancias. Pensando en todo ello, agachada frente al escaso almacén de la tienda, el reflejo del sol sobre un capó reluciente me deja ciega durante unos instantes y tengo que cubrirme los ojos con la mano para ver de quién se trata. Yo, hija de mecánico y criada entre autos, reconozco muy bien el modelo: se trata de un Mercedes-Benz, modelo GLS, quinientos ochenta. Se nota que no tiene más de un año, lo sé porque lo he visto incontables veces en los catálogos que recibimos con las piezas.
Es color rojo y todo en él emana dinero, poder, autoridad. Si fuésemos juzgados por el tipo de auto que tenemos, estoy segura que el dueño de este tiene que ser alguien una persona adinerada y de carácter fuerte. Debe ser el coronel que con su vista me desnuda.