Entrada la noche, Emely ya se sentía mareada por el alcohol. Decidió dejar de tomar, sentía que iba a perder los cabales si no se calmaba, además de sentir un horrible malestar en el estómago. Se sentó en un sillón en el que había dejado horas antes su bolso. Sintió una vibración y supo que era una llamada, así que sacó el celular para contestar. —Amor, ¿amor? —escuchó que le hablaban. Ella intentaba hablar, pero había mucho ruido, así que salió al patio de la casa. —¿Ian? —habló, pero sintió su lengua algo dormida por el alcohol. —Emy, ¿estás borracha? —Algo, bueno, sí, pero no tanto; creo —contestó. —Dijiste que estarías un momento en la fiesta y después regresarías —dijo Ian con voz algo seria—. ¿Sigues donde Diana? —Sí, aquí estoy. —Se te olvidó que quedaríamos en ve