Annika —Annika, no es para tanto—, intentó consolarme León, sin éxito, mientras nos dirigíamos en coche al restaurante para cenar. Después de recibir la devastadora noticia que todavía no había aceptado por completo, él me llevó inmediatamente a una farmacia para recoger los antibióticos para la maldita ETS que mi marido, una pobre excusa de hombre promiscuo, me había contagiado. —¡Señor Von Doren! ¿En serio? —le espeté, mirándolo con incredulidad. —¿Ves esto? —pregunté mientras sostenía el paquete de polvo de antibiótico que tendría que mezclar con zumo una vez llegáramos al restaurante. —¡La zorra de tu exmujer le ha dado clamidia a mi marido, quien a su vez me ha contagiado a mí! —Entiendo eso, pero al menos se puede tratar fácilmente, de ahí que estés sosteniendo ese paquete ahora m