Capítulo XXI.

1048 Words
Voy a contarte una historia sobre un encuentro.   Más bien, pretendo contarte varias de historias antes de ese encuentro porque antes de ese momento tuvieron que suceder mucho antes otras cosas: nacimientos, muertes, matrimonios, separaciones e, incluso, guerras. Antes de ese día, esa tarde, debo mostrarte lo que ocurrió incluso un siglo antes porque si no, no lo entenderías, no sabrías jamás como ese encuentro estuvo destinado desde siempre, cómo antes hubo oportunidades, tantas como historias debo relatar para que lo sepas. Así que voy a contarte una historia, una que se ha construido de muchas más, de nombres y rostros de personas que apenas la rozaron, así como vidas enteras que debieron entrelazarse en ella. Una serie de relatos que seguro parecerán inconexos, pero la realidad es muy lejana a ello: se entrelazan, los nombres viajan, mutan y se tatúan en la historia. Vas a leer la historia de dos familias perdidas en las montañas y el concreto de Colombia, familias que representan a miles más que vivieron circunstancias similares y que, como estas, se perdieron en el olvido de la historia. Aquí reconoceremos que cada uno de nosotros es partícipe activo de una conciencia familiar donde habitan e interactúan emociones, amores, odios, secretos y destinos. Es en ella donde descubrimos las innumerables historias familiares que, en silencio, son explicadas en nuestro interior y hacen parte importante de quiénes somos.   ¿Empezamos entonces? Una aclaración antes.   No puedo hablar de exactitud, porque en esta historia no existe una verdad. En ninguna de las historias que te contaré existe una sola versión y la manera en cómo son evocados por quienes lo vivieron o lo escucharon, es distinta. Sin embargo, trataré de ser lo más fiel posible a los datos, las fechas y los nombres. Lo que estoy por contarte es una reconstrucción basada en múltiples entrevistas, recortes de periódicos, diarios con moho y fotografías amarillentas que tienen como objetivo ayudarme a pintar ese cuadro, pero estoy segura, y tú debes estarlo también, que hay cosas que se omitieron o que incluso, como en todo lado, no fueron más que mentiras. Haré lo posible por ser fiel a lo que me contaron, a lo que encontré. Lo haré, porque esta historia, como todas las demás, no es otra cosa que un conjunto de verdades, mentiras y omisiones. Así que no me juzgues sí crees que falta algo, sí notas algo que no cuadra dentro del gran rompecabezas. No te asustes tampoco sí la forma cómo lo cuento varía de un momento a otro, recuerda que las formas cómo las historias llegaron a mí fueron diferentes en cada caso y muchas veces, contarla de una u otra forma, desliga hechos y cosas que pueden o no, ser importantes. No es mi culpa porque la memoria es traicionera y sabe muy bien qué se debe ocultar y en qué momento hacerlo. Te contaré lo que sé, tal y cómo yo lo sé; porque esa es la forma en como ellos quisieron que lo supiera, porque hay cosas que según el momento o el lugar debían ser secretas: nombres, relaciones o incluso, concepciones. No es afán de ocultar o mentir, sino comprender que las versiones se superponen y todos lo viven y sienten de formas diferentes. No esperes que vayamos en orden de tiempo, siguiendo fielmente las hojas de un calendario. La historia de estas familias no es así, se mueve y juega en diversos planos y es por ello que sus relatos no tienen un orden, no de tiempo por lo menos. Los he organizado según las preguntas que cada uno de nosotros debería hacerse sobre su familia: ¿Qué caminos recorrieron? ¿Qué muertos dejaron tras sus pasos? ¿Cómo construyeron los muros de su hogar? No es el tiempo quien habita una casa, son las personas y sus sentimientos, estos perdurarán en su familia incluso cien años después de muertos.   ¿Por dónde empezar? Nunca está demás contar un poco antes de empezar.   En toda historia hay un quiebre: una palabra, acto o decisión que dividirá para siempre lo que se era. La forma en cómo se ve y se siente el mundo después de ese momento será diferente. En nuestra historia hay varios momentos de ruptura importante, pero le daremos crucial importancia a uno en particular. Un quiebre en común que se dio en tiempos y espacios diferentes, más aún, sus protagonistas no son los mismos. Sin embargo, los hechos desencadenados a partir de ese momento son decisivos para nuestro encuentro. Así que nos toparemos con una niña de dos años que se aferra confundida a la pierna de su hermana mayor, quien está gritándole a su madre. La mujer llora e insulta a la vez que tira a la calle ropa y un cúmulo de vecinos curiosos observa tal acto de sinvergüencería. Pero la niña sólo mira la figura delgada que espera junto a la ropa esparcida en la acera. La figura imperturbable de su padre, ese con el que no volverá a toparse sino hasta ocho años después, una vez más, en la puerta de esa casa en 1980. Años más tarde para esa niña, en una vereda del Cauca, un niño de 9 años sostiene la puerta mientras observa confundido a su padre, que empaca en una maleta la poca ropa que tiene. Es el único de sus hijos que está en la casa para vivir ese momento. Horas, días y años más tarde, sus hermanos mayores le preguntarán por lo que pasó esa pérdida tarde de 1979 y él no podrá decir nada más que un: “Sólo se fue” que no servirá de respuesta a nadie. Le tomará muchos años enlazar nuevamente sus caminos con su padre. Empecemos entonces: Hubo una vez una niña… No, espera. Así no inicia esta historia.   Antes del quiebre. Hubo, efectivamente, muchos más quiebres.   Debemos empezar por el principio, como creo que debe ser, para que no nos perdamos, para que no nos confundamos. No iré directo al quiebre, te contaré de los quiebres anteriores, lo que tuvo que suceder para que esos dos hombres se fueran y esos dos niños vivieran lo que vivieron. Retrocedamos algunos años, unas cuantas décadas. Hasta el inicio… Esta historia empieza en un día perdido de 1900. 
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