Capítulo XIX.

1549 Words
La noche cubre lenta De olvido y franela Enredo de hilos, Que es una vida sin sentido.   La penosa sombra se sienta,Las palabras se le atragantan en la garganta mientras se esconde bajo la gruesa cobija de lana, apenas y siendo consciente del áspero material contra la piel desnuda de sus piernas, su mente más enfocada en sentirse contra él, con el calor emanando entre los dos mientras el sueño parece sumergirlo en lo profundo, llevándolo ligeramente lejos de ella. Ella y su burbujeante mente, donde hay un sinfín de versos que quisiera escribir para él, un diccionario entero de todo lo que él ha comenzado a causar en la boca de su estómago. Ahí donde creyó, jamás volvería a sentir nada. Sólo atina a sostenerse de él, enredando su brazo sobre su pecho mientras lo acaricia apenas con la yema de sus dedos, temerosa de irrumpir en aquel mundo tranquilo en el que espera, él permanezca esa noche. Porque no hay nada que desee más que alejarlo de todo aquello que pueda herirlo, doblegarlo y fragmentarlo; porque ella quiere ser para él, tan sólo un poco, de todo lo que él ha sido para ella: quien ha recogido sus pedazos, quien ha lavado y limpiado sus heridas cuando ella sólo quería morir desangrada. Quien la ayudo a girar en otra dirección, una en la que no veía una espalda alejarse sino su rostro, sus ojos. Piensa en una canción que escucho hace ya tiempo y de la que no recuerda el nombre, tararea en su mente las letras que hablan de cómo el corazón nunca mentía, bajo el tono suave de una guitarra que se rasga en aquel acorde G que le produce calma, aquella que siempre quiso aprender a tocar y que esa noche, justo en ese instante, siente picar en la punta de sus dedos, como sí él fuese las cuerdas de la guitarra y juntos, pudiesen hacer música. Sin embargo, sólo atina a estremecerse mientras imagina el cielo sobre ellos, ese que permanece oculto bajo la carpa que los resguarda de los ojos curiosos y entrometidos de los otros, se imagina las estrellas brillando lejos de las luces de la ciudad, tan lejos que no hay nada que las opaque en toda su extensión, en todo el caos y renacer que hay en ellas, cada noche naciendo de nuevo ante los ojos mundanos. Se las imagina cerca, casi tan cálidas con el abrazo que él le dedica esa noche, la primera que pasan juntos desde que definieron quién eran para el otro. La canción sigue sonando en su cabeza, las suaves palabras en inglés brotando sin esfuerzo mientras a penas y se gira, estremeciéndose por el frío que cala por debajo de la gruesa manta, erizando los vellos de su piel y provocando que comience a temblar ligeramente, casi como él. Así que se apega un poco más, todo lo que le permite su ligera camiseta negra y la ropa que él lleva puesta, su abrazo se cierra un poco más y se relaja mientras respira sobre la curva de su cuello, esa que siempre la incita a besarle suavemente, a penas y pegando sus labios sobre su piel, ansiosa de verlo reaccionar bajo su toque y doblegarse de placer. Porque ha ido aprendiendo, paso a paso, aquellos puntos suaves en los que puede marcarlo ligeramente como suyo, porque no teme hacerlo en público sólo para que otros vean como es ella la que causa que se estremezca. Y acepta que hay miedo en aquellos gestos, incluso ahí, solos con el frío y las estrellas que, por fuera, vigilan su abrazo. Miedo a que él despierte y se dé cuenta que ella no era siquiera una opción para compartir su corazón, que se equivocó de dirección al mirarla. Miedo a que los sentimientos la consuman antes de tiempo y terminé viendo las cenizas siendo llevadas por el viento, con su corazón de papel vuelto un simple trozo arrugado. Miedo, tanto miedo, de que él se lo llevé cuando ni siquiera su primer amor fue capaz de ello. Pero, por ese instante, la suavidad de sus dedos sobre su cuerpo aleja los miedos, la dejan tan sólo en la bruma de sus cuerpos juntos, de la canción que suena en su cabeza y en la absoluta verdad de que las estrellas los vigilan desde arriba sin verlos, pero brillando para ellos. Porque las ha visto, justo antes de sumergirse entre las mantas, de sentirlo a su lado y de que el frío se colase poco a poco. Las vio ligeramente y vio a la luna esconderse, casi avergonzada de entrometerse entre ambos amantes, palabra que ella misma pronuncia con vergüenza. Ser su amante significa que hay amor, y aunque no duda que lo hay, porque lo ha visto en sus ojos cuando se detiene a mirarla y porque lo ha visto en su propia sonrisa, cuando en soledad piensa en él, todavía le resulta difícil decirlo en voz alta, reconocer que, a lo mejor, los tres años que llevaban uno al lado del otro, sólo siendo amigos, hicieron muy bien su trabajo y le permitieron amarlo tan libremente que ahora… ahí solos como nunca antes, son verdaderos amantes. .- ¿Podemos hacerla nuestra canción? – susurra para él sin respuesta, tan sólo la respiración acompasada de sus sueños – Así como las estrellas nos ven esta noche, hagámosla nuestra… No hay respuesta porque él permanece lejano a sus palabras, soñando quién sabe en qué, pero sosteniéndola contra él. Así que ella también cierra los ojos, iluminando tras sus parpados las estrellas que se imagina y cuenta trece, sólo porque es un número que ahora significa mucho y que no logra decir en palabras, sólo porque ya rozaron la medianoche hace un rato y, oficialmente, ha cumplido un día más juntos. ¿Qué importan los meses sí ya llevan uno al lado del otro por tres años? ¿Qué importan los años si es la primera vez, desde siempre, que se sostienen así, no sólo con las manos sino con el corazón? ¿Qué importan los días, los minutos y los segundos? Importan más las sonrisas, las caricias… las que siempre han tenido y las que ahora, cobran un nuevo significado. Del amor libre, el de amigos que construyeron y el de amantes, ese que han comenzado a probar y que, para ella, se le antoja ya conocido. Tan sublime como él, tan eterno como sus palabras, sus versos y sus rizos. ¿Quién cuenta las estrellas? ¿Quién cuenta las sonrisas? Ella decide que no lo hará, no esa noche… porque basta con él, con sus heridas a medio sanar, con su corazón de papel expuesto y con sus dedos acariciándolo, dejando una huella indeleble e invisible sobre su piel. Estuve aquí y aunque me vaya… esta noche fuiste mío; es lo que dicen sus dedos, así como los ojos de él le dicen, casi a gritos, que la ve diferente, suave y hermosa, cuando se funde en su cuerpo. La canción se desvanece a lo lejos, las estrellas brillan sin que las vea y él la sostiene entre sus sueños. Así que se deja ir, tan remendada como siempre ha estado, pensando que, al despuntar del sol en un nuevo nacimiento y tras la muerte silenciosa de sus estrellas, él seguirá ahí como siempre pero diferente, más brillante, más eterno y más fuerte. Más amado, también.  Junto a una orilla vacía, Pensando sin hacerlo, En desgracias y desastres De tonos negros teñidos... De vino tinto roído.   La oscuridad fría que se cierne, La sombra se retuerce, Un tanto de lágrimas, otro de risas Mal dirigidas, se retuerce con el frío sin nieve, Y la sombra se detiene.   La oscuridad de diciembre, El frío del pasado triste Que arranca hoja por hoja La historia y el recuerdo De una vida pintada de fantasía.   La penosa sombra sentada, Quieta en la orilla, tiritando Violenta, triste y s*****a. El deshielo la seduce, Mientras el frío la consume, Pero la sombrea pobre y desconsolada Se mueve lenta hacia el borde.   No pierde nada, ya no la atormenta mucho, Terminar sin ganas y dejarse el manto En medio de las llamas que la matan, Se mueve lenta, cada vez más cerca del borde.   El decembrino frío se evapora en el aire, Las motas de polvo cálido se resbalan Por su oscura y triste perforada piel, La sombra no se detiene, el borde... Cada vez más y más cerca.   No tiene alas y su traje oscuro, Más que harapos descoloridos, No protege su cuerpo, Mucho menos su corazón, si aún está vivo.   Rostros borrosos la llaman, Murmuran su nombre con pena, Incluso descubre tristeza, En tonos sin voz, sino más que ruido vacío.   Ella no se detiene, Paso a paso, cada vez más cerca. Vació que la acecha, El aire y el viento la atormentan.   El borde, el viento amenazador La sombra que se inclina, Un suspiro que declina Y se lanza, se lanza en picada.   No siente, no hay dolor, No hay pensamiento, Su mente en blanco, Lejana de sentimiento.   Lista para morir, Para ser desvencijada por lo que queda de la vida, Poco a poco, metro a metro Y al final... él la atrapa.
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