Layan era posesivo. Mucho más de lo que aparentaba. Era como un niño con su primer juguete y no lo podía evitar. Era un alfa, pero sobre todo era un alfa. Entonces... Que saliera al patio y se encontrara a la loba que supuestamente lo declarara como suyo porque el destino así lo dictaba, sentada a horcajadas sobre su beta. Y de paso, inclinada sobre este como que no era la imagen más agradable para él. Y por supuesto. La bestia dentro de él salió a la luz y no hizo nada para detenerla. -PRISCILA- le gruñó posesivamente, tan fuerte que los cristales de las ventanas del castillo se estremecieron. La nombrada que de paso le daba la espalda se enderezó ligeramente y miró por encima del hombro. Había un brillo inusual en sus ojos y su sonrisa no parecía tan falsa. -Layan- mostró aún más