Inés pisó el suelo sólo luego de que el fuego apareciera de la nada consumiéndolo la sangre que había derramado en Nigromante. Él seguía cubierto por esa cúpula a modo de escudo como un espectro sobre él rodeándolo por completo. Farga al frente observándome fijamente, aunque Inés siguiera ante mí en evidente señal de resguardarme.
—Inés… La pequeña zorra que le debe mucho a su ama.
Inés se mantuvo atenta, pero desenvainó dos cortas espadas como las mías.
—¡Inés no es necesario que la escuches menos aún que la enfrentes! —Exclamé con intención de que no cayera en sus provocaciones.
—Lo sé, Alexia. Pero no me perdería por nada ver a los ojos a esta inmundicia. ¿Por qué crees que he venido a verla?
Escuché la risa de Farga resonar en Asídemes.
—¿Crees que con enfrentarme a mí borra
