A la mañana siguiente, Adán abrió los ojos a una habitación extraña. La cama era tan cómoda. No podía recordar haber dormido tan bien antes en su vida. Mientras se sentaba en la cama, los acontecimientos de la noche anterior volvieron a él. Miró hacia el suelo cerca de la ventana y, por supuesto, Luna no estaba a la vista. Apretó los dientes, tiró la manta y luego comprobó que no le había robado el diario. Los escritos de Luna eran dulces, inocentes e interesantes. No habló de cada parte de su vida. Había comenzado por el principio, y cuando estuvo listo para quedarse dormido, había llegado a la parte de su vida en la que acababa de acordar que se casaría con él. Para su sorpresa, el pasaje había comenzado con ella diciendo que no quería casarse nunca. Pero qué era su deber. Cerró el lib