5. Jazziel
Vine a ver Fred para coordinar las bebidas y la música para la boda de Balthazar, queríamos que todo fuera perfecto para nuestro amigo así que en vez de entrar por la puerta delantera me fui por la de emergencia, unos chicos estaban fumando mientras hablaban y reían.
—Buenas noches, entraré a darle una sorpresa a mi amigo, guárdenme el secreto.
—Te guardo lo que quieras, rubio —me responde una chica con el cabello tan oscuro como la noche.
Le guiñé el ojo izquierdo y entré, con una sonrisa pícara en los labios.
—Eso tal vez se dañe —dije muy serio señalando el plato que mi amigo preparaba.
Fred se giró y me miró asombrado.
Él no lo decía, pero lo único que lo relajaba de ser quien es, era la cocina y su adorable esposa.
—¡Hermano! —exclama alegre de verme, dejando la paleta de madera en la encimera de la cocina industrial.
Todos dejaron de cocinar para mirar nuestra interacción.
—¿Cómo ha ido estos días? —pregunté luego de abrazarlo— ¿La luna de miel?
—Estuvo grandiosa, regresamos un poco antes para la boda de Balth, pero no le digas que dije eso —me señala serio.
Balthazar no se perdonaría jamás que Fred acortará su luna de miel por él, pero vale totalmente la pena, normalmente es Balthy quien está para todos nosotros.
Que estemos una vez para él no nos supone ningún esfuerzo o sacrificio.
—¿Por quién me tomas? —me señalé a mi mismo— no pienso decir absolutamente nada. Es más ¿Qué hay que decir?
—Nada —dijimos al unísono y rompimos a reír como cuando estábamos en la universidad.
Ves a Fred metido en la cocina de un restaurante cinco estrellas en este pueblo y jamás pensarías que es de la nobleza, un duque para ser más exactos.
Un duque que se enamoró locamente de una latina hermosa y que hizo su esposa en cuanto pudo y eso solo sucedió la semana pasada. Alina y él hacen una pareja increíble, como Balthazar y Cassidy.
Y eso aun me hacía sentir cierto resquemor en el pecho, pero lo achacaba al cansancio.
—Ven, pasa a la mesa te invito a comer —me dijo muy animado.
—Déjame pasar al aseo y voy enseguida —palmeé su hombro y salí en busca de los aseos del lugar.
Descargué mi vejiga y lavé mis manos antes de encontrarme con mi mejor amigo. Al menos con uno de ellos.
Lo que vi me dejó helado, era ella con una tipejo cualquiera que no me agradaba de nada. Sin importar que no lo conociera.
—¿Estás bien? —pregunta Alina.
—Por supuesto que sí —recompuse mi expresión y puse la sonrisa de siempre— ¿Por qué no lo estaría?
—Por nada, Elliot tiene razón —murmuró para ella, pero logré escucharla y eso me molestó.
—¿En que tiene razón?
—Lo siento —su disculpa fue sincera, sus mejillas enrojecieron— no es mi intención meterme, Jazziel, pero Elliot tiene razón; perderás algo bonito por tonto.
Eso me molestó muchísimo, nadie. Absolutamente nadie sabía lo que había pasado entre Iliana y yo, para ser sincero ni yo sé que diablos pasó, pero a la primera me juzgan a mí, como si yo tuviera la culpa de algo.
Es ella quien me odia.
Es ella quien no puede verme ni en pintura.
¿Cómo es que eso me hace el malo?
—Sé que crees que ayudas, pero no sabes nada sobre nosotros. Su odio es irracional, yo nunca la he lastimado —le aseguré— ni siquiera sé porque me odia, Alina.
—¿Qué tal si lo averiguas? Preguntando se llega a Roma —me guiña un ojo y se aleja de mí.
Me quedo viendo a lo lejos a Iliana con ese hombre pelirrojo que la acompaña, sin conocerlo decido que no me agrada el hombre.
—¿Qué te dijo mi esposa? —pregunta Fred poniéndose al lado de mí mientras también ve la misma escena que yo.
—Nada que no me dijeran los demás —ante eso me encogí de hombros.
—¿Nos dirás algún día la historia de porque te odia? —me pregunta, sin quitarle la mirada de encima al hombre que la acompaña, al igual que yo.
—Ni yo me sé esa historia, amigo mío, ni yo —dije con un suspiro.
—¿No quieres descubrirlo? —indaga curioso.
—No —mentí con descaro.
Preferí cambiar de tema y me enfoque en la boda de mi mejor amigo, quiero que sea especial.
—Quiero luces en las carpas, cuando sea de noche se iluminará todo —dijo Alina risueña— Cassidy es tan sencilla que estoy segura que este detalle le gustará.
—Me gusta la idea —tecleé en mi iPad y se hizo la luz— voila —les mostré.
Tenía en el iPad una ilustración en 3D sobre la fiesta para tener todo listo.
—Espectacular, así me lo imagino —me habla Alina con cariño viendo el diseño encantada— si que eres un genio con estos aparatos.
—Es fácil para mí —subí mis hombros sin darle mucha importancia.
La tecnología para mí es pan comido, es casi igual que respirar.
—Ya veo, que bueno que contamos contigo —añadió risueña— ¡Oh, ya vengo!
La esposa de mi amigo se levantó y fue directa a la mesa que estaba convenientemente del otro lado. Lejos de mí.
—Voy a saludar —me levanté abrochando mi chaqueta.
Con paso lento me acerqué a la mesa con una radiante sonrisa que no me abandona desde hace muchos años, se cómo camuflar lo que verdaderamente pienso o siento, lo he hecho por años.
—Hola, ¿desea algo? —pregunta el pelirrojo cuando me acerco a su mesa y me le quedo viendo a Ana.
—Solo quería saludar a una amiga de la infancia —dije yo a modo de excusa. Ni yo sé porque me acerqué a esta mesa, por alguna razón la pusieron muy lejos de mí— ¿Cómo estás, Ana?
Luego de tantos años sin verla… tenerla en frente es…
Casi no importa que me odie como lo hace, solo poder verla es suficiente.
—Creo que se equivoca, ella no se llama Ana —dijo el hombre en respuesta.
—Así le digo de cariño.
—No sé de que cariño hablas —me refuta Iliana enojada, como es su estado natural cuando estoy cerca de ella— ¿Cómo estas Jazziel? —su pregunta salió con ironía— ¿necesitas algo?
—Estoy muy bien, gracias por preguntar —sonreí más amplio cuando su ceño se hundió más— solo quise saludar.
—Bueno, yo debo volver a mi turno en el hospital. Si me disculpas, Alexander —se levanta buscando algo en su cartera.
—Sí, ya es algo tarde —también se levanta el pelirrojo sacando su cartera.
—Su cuenta ya está pagada —dije sin pensar y ambos se congelaron.
—No era necesario —dijo la hermosa Ana entre dientes. Una vez más enojada conmigo.
—Muchas gracias por ese detalle. No hacía falta —dijo el hombre a su vez de manera más amable.
—No fui yo, fue Fred. Insistió y todo, fue un placer conocerte —le extendí la mano— Jazziel Dunn.
—Mucho gusto, Jazziel —me corresponde educadamente— Alexander Grantham.
—Bueno, debo irme. Tengo doble turno hoy —dijo Ana levantándose.
Estaba igual que siempre de hermosa, cambios aquí y allá que realzan su belleza con el paso de los años, pero sigue siendo exactamente la misma niña que conocí hace muchos años atrás.
—Ana…
—Me llamo Iliana, Jazziel Dunn —dijo ella, poniendo distancia entre nosotros como viene siendo desde que volví a verla.
¿Acaso debo averiguar porque me odia de esta manera?
Yo no le hice nada malo.
—Bien… Sí, Iliana —dije su nombre de manera correcta— espero que nos veamos en la boda de Balthazar.
—No me la perdería por nada —respondió ella.
—¿Irás con alguien más? —pregunté sin poder detener mi estúpida boca.
—Eso no es asunto tuyo, Dunn —respondió con hastío— que tengas feliz tarde.
Dejó dinero en la mesa a pesar de decirle que ya estaba pagado y salió sin esperar a su acompañante, lo que me hizo pensar que no era tan importante como yo creí.
—Bien, te dejo. Me esperan en mi mesa— me despedí de Alexander Grantham.
Y me regresé por donde había venido, me senté y tomé un trago de mi copa de vino.
—Aja ¿y entonces? —me insta Fred a que hable, luego de unos minutos en silencio.
—¿Entonces qué? —pregunté con inocencia, sin darle importancia.
—Vamos, no me dejes con la intriga —me pide con ojos suplicantes.
—Tu madre debió enseñarte que el chisme no va de la mano con los de la realeza —me burlé.
—No seas mentiroso, si hay alguien chismoso en el mundo es la realeza —me corrige, como el sabelotodo que es— así que vamos, dime.
—Solo saludé… y le dije que tu pagarías la cuenta —me burle de él.
Y más cuando lo vi escupir su trago.
—¿Qué? ¡No, señorito! —exclama un tanto sorprendido y enojado— pagarás tú, por dártelas de gracioso.
—¡No te enojes! —le dije riendo.
Fue tanto lo que me reí por su cara que hasta lágrimas me salieron.
—Eres un imbécil —me recrimina.
—Soy el imbécil que te va a pagar dos cuentas —bromeé sacando mi tarjeta de crédito de mi cartera.
—Bueno, así me gusta más —se relajó— mi mujer me mata, aunque no creo. Después de todo es su mejor amiga ¿no?
—Con las mujeres nunca se sabe, nosotros siempre estamos mal y ellas son las que están en lo correcto —solté un bufido un tanto enojado.
—Las mujeres son razonables… a veces… de vez en vez —se burla mi amigo y ambos reímos.
—Mejor me voy a mi hotel, debo descansar antes de partir.
Le di un rápido abrazo a Alina y me despedí de mi amigo y salí del restaurante, lo que vi en el estacionamiento me dejó pegado al sitio como si me hubieran echado cola.