LUCAS La noche siguiente —Dimitri—, había llamado en el espacioso almacén. Sus hombres estaban reunidos en círculo alrededor de la escoria que estaba a punto de morir. El hombre al que llamé -Dimitri- salió de entre la multitud. Su aura autoritaria le acompañaba mientras caminaba hacia mí con confianza. —Sí amigo, mira lo que tenemos—. Su acento australiano era inconfundible. El hombre abrió mucho los brazos y me estrechó en un fuerte abrazo fraternal, uno que echaba mucho de menos. —Hola D, ¿cómo te ha ido?— le pregunté devolviéndole el abrazo antes de apartarme. —Eh, bastante aburrido para ser franco—, se encogió de hombros, pero su cara se iluminó y se volvió hacia el grupo de hombres que tenía detrás. —Pero venimos a los Estados Unidos y nos has dado una maldita diversión—. Sonrió