Capítulo 12

1584 Words
Kane ¡Por los mil demonios! Esta chica entró en mi vida y se aferró a mi ser como una maldita larva. Y amaba cada segundo de eso. Maeve tenía algo... algo que movió todo mi interior, que había estado dormido por mucho, mucho tiempo. Su presencia era como un incendio que había encendido una chispa en la parte más oscura y olvidada de mi ser, y ahora, consumía todo con una intensidad que no podía ni quería sofocar. Aunque debería darme un poco de crédito, estaba manejando muy bien las situaciones con ella, principalmente las de celos. Ese ex novio suyo, en mi mente ya debería estar bajo tierra. Cada vez que pensaba en él, una ola de ira primaria me recorría, pero al mirar a Maeve, ver ese brillo en sus ojos, me calmaba de formas que nunca había experimentado. Mi pequeña ángel ya estaba dormida entre mis brazos, y maldita sea si no se sentía fabuloso poder tenerla así. Su respiración suave, casi musical, y la sensación de su piel contra la mía me hacían sentir extrañamente completo, como si todas las piezas dispersas de mi existencia de repente encajaran en su lugar justo. Era una paz que había buscado sin saberlo, encontrada en los brazos de alguien que el destino, en su capricho, había lanzado hacia mí. Por eso, cuando mi teléfono comenzó a vibrar en la mesa de noche, supe de antemano que me iba a arrepentir de contestar. —Habla, —mantuve mi voz baja, consciente de no despertar a Maeve. Mi mano seguía acariciando su cabello, movimientos suaves que acompañaban el ritmo de su respiración. —Tenemos una situación, —respondió una voz femenina al otro lado. Mi contacto en las situaciones menos ideales, aquellas que requerían mi atención más allá de lo profesional y personal. Su tono era urgente, lo que indicaba que no era algo que pudiera esperar. No quería salir de esta burbuja, no quería dejar a Maeve. Ya había pensado en cómo despertarla con caricias y besos, hacerla mía una vez más antes de enfrentar la rutina de las clases. Pero ahora, todo estaba arruinado. —Voy en diez minutos, —respondí con resignación, sintiendo cómo la realidad me arrancaba de este breve momento de tranquilidad. Coloqué el teléfono de nuevo en la mesa de noche con un suspiro frustrado. Mi mirada se detuvo en Maeve, tan serena e inconsciente de los hilos que se movían fuera de nuestras horas robadas. Besé su frente suavemente, prometiendo en silencio protegerla a ella y a esta paz que ambos habíamos encontrado, sin importar lo que me exigiera el mundo fuera de nuestra puerta. Con un último vistazo lleno de conflicto pero decidido, me levanté y me preparé para salir. Salí del apartamento con el corazón pesado, cerrando suavemente la puerta detrás de mí para no perturbar el sueño tranquilo de Maeve. La noche aún envolvía la ciudad, y el aire fresco golpeó mi rostro haciéndome estremecer por un segundo. Caminé con pasos rápidos y decididos hacia la calle, donde mi coche estaba estacionado. La ciudad dormía, y las calles vacías reflejaban la quietud de las primeras horas de la madrugada. Mi mente, sin embargo, estaba lejos de tranquila. Encendí el motor y conduje hacia mi verdadera casa. Al llegar, las grandes puertas de hierro se abrieron automáticamente, y el camino iluminado por faroles antiguos me guió hasta el frente de la casa. La mansión, con su arquitectura imponente y sus jardines meticulosamente cuidados, siempre me pareció más un mausoleo que un hogar; un lugar lleno de secretos y sombras más que de calidez y bienvenida. Ada estaba esperándome en el vestíbulo, su figura delineada por la luz suave del candelabro. Su vestido era elegante, su postura coqueta, claramente diseñada para atraer la atención. Sin embargo, su encanto se desvanecía ante mi indiferencia habitual. —Kane, finalmente llegas. Te he estado esperando, —dijo, su voz un intento velado de seducción. La miré, permitiendo que mi expresión permaneciera fría y distante. —Informa, Ada. No estamos aquí para socializar. Ella suspiró, su fachada coqueta cayendo por un momento antes de volver a su rol profesional. —Claro, hablemos en tu estudio. Ada se movía con una gracia calculada, cada paso medido para impresionar o seducir, pero su presencia carecía de la autenticidad que encontraba en mi ángel. Ada era hermosa, indudablemente, con esa elegancia que parecía imperturbable por el paso del tiempo, pero su belleza tenía el filo de un cuchillo bien afilado, algo que se admiraba de lejos pero que no se tocaba sin consecuencias. —De verdad no entiendo por qué tuviste que alquilar ese apartamento horrible... —comentó con un tono de desdén mientras abría la puerta de mi estudio. Ignoré su comentario. No estaba allí para discutir mis decisiones personales con ella. —¿Podrías, por favor, explicarme por qué me has sacado de la cama a esta hora? —pregunté, mi voz teñida de la frustración que sentía al ser arrancado del lado de Maeve. —Hueles a ella... —me recriminó, como si eso fuera una ofensa personal. Mientras me dirigía a la mesa de licores y me servía un trago, intentaba calmar el desasosiego que su mención de Maeve había despertado. Ada se acercó, colocando una mano en mi hombro. Me volví bruscamente para enfrentarla, mis ojos destellando una ira controlada ante su osadía. Ella captó la severidad de mi mirada y rápidamente tragó saliva, retirando su mano y dando un paso atrás. —Han estado atacando. Hoy tuvimos que limpiar una víctima... —sus palabras se cortaron por un momento, quizás percibiendo mi impaciencia. —¿Dónde? —inquirí, la urgencia palpable en mi voz, el trago olvidado ahora en la mesa. —En una fiesta universitaria. Ahí tienes la información, —dijo, señalando un conjunto de documentos y fotografías dispersas sobre la mesa. Me acerqué y tomé los papeles, escaneando rápidamente las imágenes y los informes. —Necesito todos los detalles, Ada. Cada testigo, cada sospechoso, cada pieza de evidencia que tengamos, —dije, mi voz firme y baja, cada palabra un comando. Asintió, tomando nota de mis instrucciones. A pesar de nuestra interacción previa, en este momento, ambos sabíamos que había cosas más grandes en juego. —Lo tendré todo para ti en una hora, —respondió, su tono ahora estrictamente profesional. Salió del estudio para hacer lo que le había pedido, dejándome solo con los papeles y mi preocupación creciente. A medida que la puerta se cerraba tras ella, me dejé caer en la silla detrás del escritorio, mi mente corriendo por posibilidades y planificaciones, cada pensamiento entrelazado con la imagen de Maeve durmiendo tranquilamente, ajena al peligro a nuestro alrededor. Era mi deber, ahora más que nunca, asegurarme de que ese peligro nunca tocara a su puerta. Mi teléfono volvió a sonar, y por un instante, mi corazón se ilusionó pensando en Maeve. Recordé que ella aún no tenía mi número, un detalle que definitivamente necesitaba cambiar tan pronto como pudiera volver a su lado. Pero la realidad irrumpió con el nombre de Vinicius apareciendo en la pantalla, sacándome un suspiro pesado antes de responder. —Están llegando, necesitan a su líder. Espero reconsideres tu posición, —dijo él con su voz siempre directa y algo provocadora. —No me interesa eso en este momento, —respondí, mi tono frío, tratando de mantenerme enfocado en las prioridades que yo consideraba urgentes. —Deberías volver a pensarlo. Por lo visto, ya estás detrás de esas pistas, —insistió, su voz mostrando un atisbo de frustración. Y así era, había ocupado ese lugar de profesor porque las pistas sobre la muerte de mis padres me llevaban allí, y en mi mente, abandonar la venganza nunca fue una opción. Pero no quería abordar las cosas de la manera que Vinicius estaba sugiriendo. Aún no, al menos. —Escucha, mi enfoque está claro. Estoy aquí por una razón, y hasta que no resuelva esto, nada más me importa, —dije con firmeza, sintiendo cómo cada palabra reafirmaba mi compromiso con mi misión, aunque la presencia de Maeve en mi vida había empezado a complicar las líneas que una vez dibujé con tanta claridad. —Kane, no puedes ignorar la gravedad de lo que está sucediendo. Esto es más grande que tu venganza personal, —argumentó, y aunque sus palabras eran ciertas, mi determinación no flaqueó. —Lo sé. Y no lo estoy ignorando. Pero tengo asuntos pendientes que resolver primero. No discutiré esto contigo ahora, —corté el tema, sintiendo la tensión crecer en mi interior. Vinicius suspiró al otro lado de la línea, claramente insatisfecho con mi respuesta, pero sabía que no insistiría más... por el momento. —Está bien. Pero no te alejes demasiado. Las cosas cambian en un abrir y cerrar de ojos... —concluyó antes de colgar. Dejé el teléfono sobre el escritorio, mi mente aún dividiéndose entre la preocupación por Maeve y las responsabilidades que Vinicius me recordaba. Era un equilibrio precario, caminar entre dos mundos tan diferentes, y cada decisión que tomaba parecía llevar consigo una infinidad de consecuencias, tanto previstas como inesperadas. Me levanté y caminé hacia la ventana, mirando hacia la ciudad que se extendía bajo la luna. La noche aún no terminaba, y mis pensamientos volvían una y otra vez a Maeve, a su seguridad y a lo que significaba para mí. Sabía que cualquier decisión futura tendría que considerarla, ahora ella era una parte ineludible de mi vida.
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