Maeve
"Has eliminado a Sophia del grupo"
Sarah: "¿Qué pasó?"
Dani: "Maeve, ¿dónde estás?"
Clau: "¡La voy a matar!"
El teléfono no paraba de vibrar en mi mano, y las lágrimas me dificultaban leer los textos de mis amigas. Mis manos temblaban tanto que tampoco podía responder. La pantalla se iluminaba constantemente con mensajes.
Sophia había sido mi mejor amiga desde que teníamos tres años. Ella había sido mi única constante en la vida, y ahora...
Una y otra vez volvía a la escena que desearía nunca haber presenciado.
Jonas me había escrito para pasar por su habitación de la universidad así nos poníamos al día. Estaba emocionada por verlo después de las vacaciones; habíamos pasado tiempo sin estar juntos.
Cuando llegué a su habitación, los sonidos que provenían del interior me detuvieron en seco.
Acerqué mi oreja a la puerta, y los gemidos se hicieron más fuertes. Me alejé, mirando la puerta con las cejas fruncidas y el corazón martilleando en mis oídos.
"¿Qué mierda? ¿Jonas? No, tal vez es Travis," pensé mientras sacaba mi móvil del bolsillo de la chaqueta amarilla que llevaba puesta. Busqué entre los contactos el número de Jonas y lo llamé.
Quedé inmóvil cuando el teléfono comenzó a sonar al otro lado de la puerta. Corté la llamada rápidamente y busqué el número de Sophia, llamándola de inmediato, sabía que necesitaba a mi mejor amiga después de la escena que le haría a Jonas.
Mis ojos se abrieron como platos cuando, al otro lado de la puerta, comenzó a sonar el tono de llamada que mi mejor amiga tenía para mí en su móvil.
"Maldita sea... No..." maldije en mi mente.
Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada o trancada con algo. En un arrebato de adrenalina, golpeé la puerta con toda la fuerza que pude reunir en mi cuerpo. Uno, dos, tres golpes, y la puerta cedió.
Caí dentro de la habitación, levantando la vista justo cuando Sophia saltaba de encima de Jonas, intentando cubrirse con una sábana.
—Eve... Esto no es lo que parece, —se atrevió a decir, envolviéndose con la tela blanca.
—Esto es una puta mierda... —dije levantándome, las lágrimas acumulándose en mis ojos. —¿Hace cuánto...?
—Solo esta vez... —susurró ella, al mismo tiempo que él decía:
—Tenemos tres meses saliendo... No sabía cómo decírtelo.
Me quedé mirándolos, mi mirada vagando de uno a otro. Tres malditos meses...
—¿¡Tan difícil era terminar conmigo!? ¿¡Decirme que estabas cogiendo con mi mejor amiga!? Son unos putos traidores... —les grité, desbordada de frustración y desesperación. —No te preocupes, ahora entendí el mensaje, terminamos... los tres...
La traición ardía en mi pecho, un fuego que quemaba cada recuerdo feliz que había tenido con ellos, juntos o por separado. El dolor se convirtió en una rabia intensa, casi paralizante, mientras observaba sus rostros llenos de culpa y tristeza.
Me giré y salí corriendo de la habitación, dejando que las lágrimas cayeran sin importarme las miradas de las personas que pasaban por mi lado. El dolor y la traición se mezclaban en mi pecho, convirtiéndose en una tormenta de emociones que me cegaba y me hacía correr sin rumbo fijo.
Terminé en el parque a pocas cuadras de la universidad, dejándome caer junto al árbol bajo el cual tantas veces nos habíamos juntado mis amigas y yo. Ahora, ese lugar que antes había sido un refugio de risas y confidencias, se sentía lleno de sombras y dolor.
Mi teléfono no dejaba de vibrar. Tenía llamadas perdidas de Sophia y Claudia. El maldito Jonas ni siquiera se había molestado en llamarme. Corté la llamada de Sophia y la bloqueé. Atendí la llamada de Claudia, intentando controlar mis sollozos.
—Amiga, sé que si la eliminaste del grupo es porque te hizo algo... ¿qué pasó? —fue su saludo en cuanto puse el teléfono en mi oreja.
—Los encontré a los dos... —aclaré mi garganta antes de continuar, sintiendo un nudo que amenazaba con ahogarme, —Sophia y Jonas, ¿puedes creerlo?
Un silencio se instaló al otro lado de la línea.
Sabía que Clau no me había cortado porque aún escuchaba su respiración, cada vez más acelerada. Estaba intentando dominar su temperamento, pero el enojo en su voz era palpable.
—Dime que la golpeaste, —dijo entre dientes, las palabras arrastradas por la rabia, —a ella o a él, no importa, pero dime, por favor, que corrió sangre...
Así era Clau, muy emocional e impulsiva.
—No, Clau, yo solo me fui... —dije encogiéndome de hombros, sintiendo el peso de la impotencia, —no podía seguir allí...
Sentí una ráfaga de viento en mi rostro, mezclándose con las lágrimas que no dejaban de caer, y cerré los ojos, tratando de contener el dolor que me desgarraba por dentro.
La escuché maldecir al otro lado de la línea, intentando controlar su respiración. Sabía que si no la distraía, Clau sería capaz de cazar a Sophia y Jonas por todo el campus, aunque tal vez se lo merecían.
—Estoy en el parque... —susurré al teléfono, levantando la vista. El atardecer teñía el cielo con sus tonos rosas y dorados, una belleza que contrastaba dolorosamente con mi estado de ánimo. —Necesito... necesito olvidar lo que vi...
—Estaré allí en unos minutos, —respondió antes de cortar la llamada.
Mientras esperaba, el parque parecía sumergirse en un silencio inquietante. Me sentí pequeña y perdida, como si el mundo entero se hubiera desmoronado a mi alrededor.
Miré mi teléfono una vez más, viendo las notificaciones de mis amigas que continuaban llegando. Las palabras de apoyo y consuelo de Sarah y Dani eran reconfortantes, pero no podían llenar el vacío que sentía dentro de mí.
El tiempo parecía arrastrarse hasta que finalmente vi a Claudia acercándose a paso rápido. Su rostro estaba marcado por la preocupación y la ira contenida. Cuando llegó a mi lado, me abrazó sin decir una palabra, dejándome sentir su calidez y apoyo.
—Vamos, —dijo finalmente, tomando mi mano y ayudándome a levantarme. —No dejaremos que esta mierda te destruya. Hoy nos olvidamos de todo.
Mientras caminábamos hacia su auto, la vi cliquear en su teléfono, y de inmediato el mío también sonó.
"Vamos al Craver por unos tragos", escribió en el grupo.
—Yo preferiría llorar en mi apartamento, pero esto suena bien, —le dije, forzando una sonrisa en mi rostro.
El Craver era nuestro refugio habitual para las noches de fiesta. El ambiente oscuro y ruidoso siempre nos ofrecía una bienvenida distracción.
—No tienes que fingir conmigo, Eve, —dijo mirándome, aún con furia contenida en sus ojos. —Pero mañana me agradecerás todo el alcohol en tu sistema.
Nos subimos a su auto, y ella me observó de arriba a abajo. Sus labios se torcieron en una mueca de desaprobación antes de girarse y pasarme una bolsa desde el asiento trasero.
—Que te hayan roto el corazón no significa que puedas andar vestida así. Cámbiate.
Me reí de sus palabras, ella siempre tan atenta.
Metí la mano en la bolsa y saqué un vestido de seda verde, unos tacones oscuros y un saco del mismo color. La textura de la seda se sentía fresca y suave contra mis dedos, una pequeña tregua al dolor emocional que me envolvía.
Haciendo malabares, me quité la ropa, tirándola al asiento trasero. En el momento en que quedé en ropa interior, un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Clau, notando mi incomodidad, encendió la calefacción mientras maniobraba para doblar a la izquierda. El calor comenzó a llenar el auto, dándome un consuelo necesario.
Me coloqué el vestido, la tela suave cubriendo mi cuerpo como una segunda piel.
—No debería usar sujetador con esto, —me reí, sacándolo y tirándolo con el resto de la ropa.
Clau soltó una carcajada, la primera risa genuina que había escuchado desde que mi mundo se había desmoronado. Su risa era contagiosa, y por un breve instante, el dolor pareció disminuir.
El vestido se ajustaba perfectamente, resaltando mis curvas de una manera que me hizo sentir más segura de mí misma, aunque fuera solo un poco.
—Eso es, cariño. Esta noche es para olvidar, y te aseguro que vas a brillar.
El Craver siempre estaba lleno de gente, un lugar donde las preocupaciones se desvanecían con cada trago. Al llegar, la música vibraba a través de las paredes, y las luces neón creaban una atmósfera electrizante.
—Vamos a olvidarnos de todo, —dijo Clau, bajando del auto y dirigiéndose hacia la entrada.
La seguí, decidida a dejar atrás el dolor, al menos por esta noche.