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—Pero si eso llega a pasar, cuéntamelo, pequeña mía. Dime la verdad, dime quién te inspira ese cariño, y yo intentaré ayudarte en todo lo posible, con todo el celo, el honor, la amistad y el respeto que siento cuando pienso en ti, querida niña de mi corazón. —¡Oh, gracias, gracias! ¡Pero no, no, no! —respondió mirándolo, con las curtidas manos entrelazadas y el mismo tono resignado. —No insisto; no hace falta que me cuentes nada ahora. Sólo te pido que confíes en mí sin dudarlo. —¿Cómo no voy a confiar, con lo bueno que es usted? —Pues hazlo sin vacilar. ¿No me ocultarás ninguna pena secreta, ninguna inquietud? —Casi ninguna. —¿Y ahora tienes alguna? Ella respondió que no con la cabeza, pero muy pálida. —Esta noche, cuando me acueste y piense en este triste lugar, que es lo que hag