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Capítulo XXXII Más artes adivinatorias En la pared de la ventana, Maggy se dedicaba a la labor sin despegar de ella el único ojo con que veía; la enorme cofia blanca, con abundantes y opacos pliegues cubrían su escaso perfil (si es que tenía alguno). Entre los aleteos de la cofia y el ojo inútil, se hallaba muy aislada de su madrecita, cuya silla se encontraba delante de la ventana. El rumor de pasos en el pavimento del patio había disminuido perceptiblemente desde que el Padre ocupaba la presidencia; la mayoría de los internos habían acudido a la llamada de la armonía musical. Los pocos a quienes ese arte dejaba indiferentes, o que no tenían dinero en el bolsillo, merodeaban aún por el patio; el conocido espectáculo de la mujer que visitaba a su marido o del preso recién llegado a quien