—¿Es un accidentado al que llevan al hospital? —preguntó a un anciano que estaba a su lado y que movía la cabeza, incitando a la conversación. —Sí —confirmó el hombre—, por culpa de un coche de correos. Habría que perseguir y multar a esos coches de correos. Salen como alma que lleva el diablo de Lad Lane y de Wood Street, a veinte o veintidós kilómetros por hora, esos coches de correos. Lo que es increíble es que no maten a más gente. —Pero esa persona no ha muerto, espero. —¡No lo sé! Si no ha muerto, no habrá sido por falta de ganas del cochero. El hombre cruzó los brazos y adoptó una postura cómoda para expresar el desprecio que le inspiraban esos coches de correos a cualquier curioso que quisiera escucharlo, y varias voces, por pura compasión al afectado, ratificaron su opinión. U