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—Usted viene con nosotros —anunció Meagles con tono amenazador—, que ya le presentaré. ¡Vamos! Mientras tomaban el camino más corto hacia el parque, Clennam se preguntó qué podría haber hecho el desconocido (que obedeció la orden sin rechistar). Nada en él permitía sospechar que hubiera albergado intenciones aviesas respecto al pañuelo de bolsillo del señor Meagles; nada tampoco sugería que fuera un hombre pendenciero o violento. Era un hombre tranquilo, sencillo y formal; no intentaba escapar y parecía un poco deprimido, pero no avergonzado ni arrepentido. Si se trataba de un delincuente, sin duda era también un hipócrita incorregible; y, si no era un criminal, ¿por qué el señor Meagles lo había agarrado en el Negociado de Circunloquios? Clennam advirtió que el hombre no sólo le daba a é