Después de repartir así las cartas, en voz baja y discretamente, el señor Pancks se metió la mano en el bolsillo del pecho y extrajo una bolsita de lona, de la que, con la mano libre, sacó dinero suficiente para los gastos de viaje y lo dividió en dos. —El dinero en efectivo se va deprisa —observó con inquietud mientras empujaba una carta a cada uno de sus compañeros—, muy deprisa. —Le aseguro, señor Pancks —dijo John hijo—, que lamento muchísimo que en mis circunstancias no pueda permitirme pagar mis propios gastos y que no sea aconsejable que malgastemos tiempo en recorrer las distancias a pie porque nada me daría mayor satisfacción que ir andando sin gastos ni recompensas. El desinterés del joven le pareció tan cómico a la señorita Rugg que se vio obligada a salir precipitadamente y