—¡Oh! —Excesivamente sorprendido, dadas las circunstancias—. Gracias, joven John, gracias. Aunque me temo que soy demasiado… ¿No? Está bien, no diré nada más. Déjelos en la repisa, por favor. Y siéntese, siéntese. Aquí está usted en su casa. —Gracias, señor, desde luego que lo estoy. La señorita… —El joven John empezó a dar vueltas al enorme sombrero con la mano izquierda, como la rueda que gira lentamente en la jaula de un ratón—. ¿Se encuentra bien la señorita Amy, señor? —Sí, John, sí, muy bien. Ha salido. —No me diga, señor. —Sí. Se ha marchado a dar un paseíto al aire libre. Mis chiquillos salen mucho. Aunque, con la edad que tienen, es normal. —Desde luego. Así es, señor. —Un paseíto. Un paseíto. Sí. —Tamborileó débilmente en la mesa con los dedos y dirigió la mirada a la venta