—¡Reparación! —exclamó—. ¡Sí, eso dice! Es fácil para él hablar de reparación a la vuelta de sus viajecitos y juerguecitas por el extranjero, después de una vida de vanidades y placeres. Pero mírenme a mí, encerrada en esta casa. Lo soporto sin una queja porque debo hacerlo en reparación de mis pecados. ¡Reparación! ¿Es que no la hay ya en esta habitación? ¿Es que no la ha habido a lo largo de estos quince años? Así llevaba la señora Clennam la contabilidad con el Señor, apuntando entradas y salidas y reclamando deudas. Sin embargo, puesto que a diario miles y miles de personas hacen lo mismo, de una u otra manera, lo único notable en ella era la energía y el énfasis con que lo hacía. —Flintwinch, ¡deme ese libro! El viejo le tendió el libro que estaba en la mesa. La anciana puso dos de