Prólogo a la edición de 1857
He dedicado a esta historia muchas horas de trabajo a lo largo de dos años. Muy mal las habría empleado si no pudiera dejar que sus méritos y defectos, en conjunto, hablaran por sí mismos al lector. Pero del mismo modo que no deja de ser razonable suponer que he prestado una atención más constante a los hilos que la recorren que la que haya podido prestarles nadie en el curso de su publicación intermitente, también es razonable pedir que se contemple como una obra completa y con el dibujo terminado.
Si tuviera que disculparme por las ficciones exageradas relacionadas con los Barnacle y el Negociado de Circunloquios, buscaría en la experiencia común de cualquier inglés y no me atrevería a mencionar el hecho irrelevante de que yo mismo falté a los buenos modales en los tiempos de la guerra con Rusia y del Tribunal Militar de Chelsea [1] . Si tuviera la osadía de defender a un personaje tan extravagante como el señor Merdle, insinuaría que está inspirado en la época de las acciones ferroviarias, en los tiempos de determinado banco irlandés y en un par de empresas más igualmente admirables. Si tuviera que alegar algo para atenuar la absurda fantasía de que a veces una mala intención se presenta como buena y de carácter religioso, señalaría la curiosa coincidencia que ha llegado a su clímax en estas páginas en los días del examen público de los anteriores directores de determinado Banco Real Británico. Pero me someto a juicio en todos estos asuntos, si fuera necesario, y aceptaré el testimonio (procedente de una autoridad contrastada) de que nada semejante ha sucedido nunca en este país.
Algunos de mis lectores podrían estar interesados en saber si sigue en pie alguna parte de la cárcel de Marshalsea [2] . Lo cierto es que ni yo mismo lo sabía hasta el día 6 de este mes, en que fui a echar un vistazo. Encontré la parte delantera del patio, mencionado aquí con frecuencia, convertida en una mantequería, momento en que di casi por perdida la posibilidad de ver un solo ladrillo de la cárcel. Sin embargo, paseando por una callejuela adyacente, denominada «Angel Court en dirección a Bermondsey», llegué a Marshalsea Place, cuyas casas reconocí, no sólo como el gran bloque de la antigua prisión sino como las habitaciones que se pintaban en mi imaginación cuando me convertí en el biógrafo de la pequeña Dorrit. El niño más menudo que he visto en mi vida, que cargaba en brazos con el bebé más enorme que he visto jamás, me dio una inteligentísima explicación del lugar y sus antiguos usos con una exactitud casi total. No sé cómo lo sabía ese joven Newton (porque eso me pareció); era un cuarto de siglo demasiado joven para haberlo conocido por sí mismo. Señalé la ventana de la habitación donde había nacido la pequeña Dorrit y en la que su padre vivió tanto tiempo y le pregunte cómo se llamaba el inquilino que ocupaba en ese momento el apartamento. Me dijo que Tom Pythick. Le pregunté que quién era ese Tom Pythick y me contestó que el tío de Joe Pythick.
Un poco más adelante encontré el muro más antiguo y más bajo que cerraba la parte interna de la cárcel, ahí donde no se metía a nadie salvo por mera fórmula. Así pues, quien vaya a Marshalsea Place, saliendo de Angel Court y de camino a Bermondsey, se encontrará con que sus pies pisan los mismos adoquines de la antigua cárcel de Marshalsea; verá el estrecho patio a izquierda y derecha, apenas cambiado, aunque los muros se rebajaron cuando el lugar quedó libre; distinguirá las habitaciones en las que vivían los deudores y se hallará entre la multitud de fantasmas de muchos años miserables.
En el prefacio de Casa desolada señalé que nunca había tenido tantos lectores. En el prefacio de mi siguiente obra, La pequeña Dorrit, debo repetir las mismas palabras. Agradezco profundamente el afecto y la confianza que ha surgido entre nosotros y añado a este prólogo, como añadí al anterior, ¡hasta pronto!
Londres, mayo de 1857
Dedicada a Clarkson Stanfield, R. A.,
de su dilecto amigo.