Martha Presa. Estoy Presa, me leyeron los cargos y mis derechos y me metieron en una celda donde había dos mujeres más, una prostituta y una drogadicta. En mi vida había pisado una estación de policía, menos una celda sucia y mohosa, lloraba constantemente tras las burlas y malas caras de mis compañeras, llevaba 48 horas encerrada. Ya no sabía qué hacer, yo no he hecho nada malo. ¿Qué pasó esa noche? —Señora Hidalgo, acompáñeme —dijo un hombre con uniforme. Limpié mis lágrimas y me levanté del suelo. —¿Me van a sacar de aquí? —el oficial se río cruelmente de mí. —Sí, claro— me respondió —¿no quieres también que te traiga un caviar? a las asesinas no se les deja libres —dijo el hombre de manera fría. —Soy inocente hasta demostrar lo contrario— enderece mi cuerpo y levante mi mentón