4. Teatro

2711 Words
Martha Ya había pasado una semana desde nuestra cita de una vez al mes para avivar las llamas de nuestro amor, estaba trabajando incansablemente día tras días mientras todo volvía a la rutina, me gustaba mi trabajo. Estaba archivando unas facturas de los chicos cuando hacían sus viajes de investigación para el periódico cuando llegó mi jefe, Julio César. —Martha, tengo entradas al teatro que no voy a usar ¿las quieres? —pregunto lanzando el par de boletos a mi pequeño escritorio, sin si quiera haber respondido si quería ir, pero sería una blasfemia decir que no quiero ir. —¡Oh! ¿En serio? —las agarré rápidamente revisando su fecha y desde ya planeando para ir a ver. —Sí, me aburre el teatro, pero sé que te gustan esas cosas, invita a tu marido o, una amiga. Mejor una amiga, detesto a tu marido —había tardado en lanzar una de sus perlas en contra de Miguel, cosa que me irrita. Julio y Miguel llevan una relación de odio-odio y últimamente demasiado odio luego de que Miguel se había pasado de copas en una de las fiestas de Navidad y coquetear descaradamente con algunas periodistas y secretarías del lugar y Julio se enfadó muchísimo casi se van a los golpes, así que prohibió al año siguiente que las parejas vinieran con los empleados, no quería que se repitiera lo mismo, yo me enfadé por casi un mes con Miguel y casi lo botó de la casa, desde esa vez Julio toleró aún menos a Miguel, nunca entendí porque ese par no se llevaban bien, ambos eran atentos y caballerosos a su manera, pensé que congeniarían y me equivoqué horriblemente cuando vi que cada vez que se veían querían saltarse a la yugular. —¡Ya basta, Julio! —lo regañe como siempre —¿Qué sucede con ustedes dos? —Mereces a alguien mejor—chasqueo la lengua — si te contara... —Lo elegí a él, es amoroso, atento y buen padre —añadí molestándome— en serio, acaba con eso. —Está bien te dejo en paz, eso sí. Cuando lo dejes ya sabes que aquí estoy yo — lo vi seria pensando que hablaba en serio hasta que vi su rostro. Y con eso supe que estaba bromeando de nuevo, me guiño el ojo y se metió en su oficina, le gustaba hacerme enfadar y porque en serio no toleraba este tipo de cosas. Luego de una jornada larga en el trabajo lleno de papeles y chismes dignos de un Oscar me fui a la guardería y pasé por Diego mi hermoso niño de tres años, en cuatro meses cumpliría sus 4 añitos y tenía una temática pensada, debía darme una escapada en el almuerzo para ir comprando todo. Diego tenía mi color de cabello era de un castaño claro con reflejos rojizos, sus ojos eran grises y de tez blanca como yo, aunque tenía el carácter de su padre y sus gestos. A Miguel le molestaba un poco que nuestras amistades dijeran que es mi calco, pero así es. Llegué a casa y vi el auto de Miguel ya estacionado así que entré por la cochera, pocas veces llegaba antes que yo así que me emocioné, entré a la cocina y enseguida Diego grito llamando a su papá, se removió en mis brazos como una anguila para que lo dejará bajar y lo dejé ir en busca de su padre. —¡Hola, pequeño! —escuché como Miguel saludaba a nuestro pequeño —¡llegaste! — escuché su voz cerca. Cuando me giré estaba en el marco de la puerta eufórico y acelerado. —Hola, sí —saludé abriendo la nevera para tomar un poco de jugo de naranja, tenía mucha sed— ¿Qué haces aquí tan temprano? —Quise llegar antes y tenerte una sorpresa preparada, quiero pedir comida, tomar un poco de vino y charlar — su espontaneidad a pesar de los años juntos era lo que me tenía enamorada de mí esposo, no lo hacía todo el tiempo, pero cuando lo hacía me tomaba de sorpresa. —¡Oh! — exclamé sorprendida —esta... Bien, creo. Pocas veces Miguel se salía de su rutina a menos que estuviera enfermo y saber que no quería que cocinara sino consentirme calentó mi corazón. —No quiero que cocines, veamos una peli, comamos en la sala algo de comida india y relajémonos ¿Qué te parece? —Me parece una maravillosa idea, amor. Entre en la sala y ya estaba el televisor prendido en Netflix, había dos copas de vino ya servidas y las luces bajas. —Ya tenías todo pensado, amor — observe al llegar a la sala. Me senté al pie del sofá en el suelo, donde estaba la alfombra y tomé una copa de vino, lo vi manchado de carmín rosa y yo hoy no tenía maquillado los labios. —Creo que no lavaste las copas bien, osita— replicó antes de que lo pudiera hacer yo. Vi extrañada la copa y luego mentalmente le di la razón, hace un par de días tomé una copa de vino, que mente la mía que no lave la copa. —Sí, eso debe ser —respondí pensativa — aunque, juraría que sí las había lavado. —Bueno llamemos a ese restaurante — finalizó Miguel. Me encogí de hombro y zanje el tema sin darle importancia, me levanté y voté el preciado líquido rojo en el fregadero y puse esa copa en el lavaplatos y tomé una nueva, me serví y me relaje en el suelo alfombrado de mi sala junto con mi esposo, viendo a Diego jugar con su camión de excavadora favorito mientras Miguel hacia el resto, le hice caso y me relajé. —¿Te gustó la comida? — preguntó Miguel limpiando su boca con una servilleta cuando había terminado de comer. —Estuvo delicioso, amor —bebí un poco más de vino y vi a Diego rendido en el sofá sosteniendo su excavadora con sus manos tan pequeñas y morí de ternura. —Estaba pensando —Me dice sorbiendo de su copa –¿qué te parece si renovamos nuestros votos matrimoniales para este aniversario? —¡Qué maravillosa idea, Miguel! —le di la razón, estaba buscando hacer algo especial para nuestro aniversario, no sé cómo no se me ocurrió eso. En unas tres semanas cumplíamos 9 años de casados y me parecía muy tierno y romántico que él quiera renovar nuestros votos. —Lo pensé mucho, osita— se acerca y me da un beso lento, saboreando el sabor del vino en mis labios —y quiero renovar nuestros votos, si hablamos con Sofía, se puede quedar con el niño para nuestra luna de miel y estar solos por dos semanas. Esa idea no me gusto para nada, Diego tiene 3 años de edad y nunca me he separado de él salvo las noches de las citas con mi esposo. —Pero... No me quiero separar de Dieguito —respondí obstinadamente —sabes que no me gusta separarme tantos días del niño. —Te quiero para mí sola por dos semanas, vamos Martha —súplica besándome de nuevo y sé que ya ganó —concédeme ese deseo, sabes que lo necesitamos —acaricia mi cuerpo y yo ya estoy asintiendo hipnotizada por su toque. —Está bien, cariño —accedí — qué tal si llevamos a Diego a su habitación y tú y yo... Dejé la sugerencia en el aire y Miguel aceptó subir al pequeño dormilón, recogí todas las cajas de comida y limpié la mesa baja de la sala, apagué el televisor y luego me puse a lavar los trastes en especial la copa de vino que ya estaba manchada. A veces soy muy distraída y hago o no hago cosas que luego no recuerdo, barrí un poco y pasé un trapo húmedo a los suelos de madera, luego subí y allí estaba esperándome... El amor de mi vida. Cuando conocí a Miguel no me gustó mucho, no era el tipo de chico con el que yo salía, pero supo ganarse mi amor y mi lealtad con detalles y regalos, nos casamos poco tiempo después y nos hemos apoyado mutuamente como pareja y como amigos, todo estaba relativamente normal entre nosotros, muchos de nuestros amigos se habían divorciado y me alegraba saber que aún le gustaba, que aún me amaba, eso calmaba mi angustia como cuando llega tarde y a veces pienso que puede estar con alguien más, pero este es Miguel. Mi Miguel, él jamás me haría algo así. Nuestros amigos siempre dicen como él se ve bebiendo los vientos por mí y a veces hasta ganas de llorar me da, me alegra enormemente que él me siga amando. Luego de nuestro encuentro romántico me quedo acurrucada en su pecho. —Si algún día sientes que ya no me quieres puedes decírmelo —murmure. —No quiero dejar de quererte ¿de dónde sacas eso? ¿Alguien te dijo algo? —cuestionó —seguro el bobo de tu jefe, creo que está enamorado de ti. —¿Qué cosas dices? —pregunté alarmada por tal disparate —para que lo sepas Julio nos regaló entradas al teatro para mañana, no digas esas cosas. Es... Solo se me ocurrió, es todo... A veces sentía miedo de que Miguel ya no me quisiera más, que las cosas entre nosotros cambiarán. Lo besé cuando se me pasó la tontería, no sé por qué le decía eso y luego me fui al baño para asearme y ponerme mi ropa de dormir, al salir ya Miguel tenía su bóxer puesto y roncaba suavemente, me metí del otro lado de la cama y volví acurrucarme con él. El hombre que elegí para ser mi para siempre. Estábamos en el teatro disfrutando de las entradas que me regalo Julio, pero Miguel se quedó dormido antes de terminar el primer acto. Giré mis ojos y lo descarté mientras yo lloraba al ver el cisne n***o y el despliegue del talentoso elenco. Era muy emotiva con estas cosas. Al terminar del primer acto desperté a Miguel, dándole unos golpecitos en el hombro y mi humor empeoraba por segundos. —¡Miguel, por Dios! —susurré lo más alto que pude sin querer llamar la atención de los demás espectadores ¡pero, si hasta roncaba! —hazme el favor y levántate. Se despabiló algo asustado y limpió un hilo de baba que salía de su boca, hice una mueca de asco, estaba muy molesta por lo que me di media vuelta y fui donde se reunían los demás para tomar una copa y comer un tentempié. Agarré una flauta de champaña de la bandeja de una camarero y esté saludo con la cabeza y siguió su camino, los camareros iban con una chaqueta roja y camisa negra, pantalones n***o, las mujeres una camisa roja manga larga y unos tirantes negros mientras se paseaban por el salón con las minifaldas de tachones cortas de color n***o y tacones altos con sus bandejas en las manos con los canapés para los asistentes a la obra, me tomé la copa de un trago y la dejé con una de las lindas chicas que paseaban por el lugar y tomé un mini quiché. Miguel se me acercó con cara de perro arrepentido y lo dejé dándole sus disculpas a la pared, me fui a buscar otra copa o algo más fuerte para pasar el coraje, estuve parte de la noche hablando con otras mujeres sobre la obra y antes de comenzar la segunda parte todos nos encaminamos de nuevo a nuestros asientos y Miguel me tomó del brazo y me retuvo mientras todos pasaban. —Osita, vamos. Lo siento —se disculpó en un susurro para que los demás no nos escucharán discutir. Ya no quería ver nada, la emoción se fue hace mucho, solo quiero irme a mi casa, cambiarme el hermoso vestido amarillo y largo hasta los pies por mis pijamas y cambiar estas sandalias altas y negros hermosas por unas pantuflas que no torturan mis pies y definitivamente quería desmaquillarme. —¡Te dije que si no querías venir llamaba a una amiga! —exclamé enfadada subiendo el tono de voz más de lo debido, pero ya casi todos habían entrado. —Lo sé, osita —hablo bajito y meloso —quería darte el gusto cariño, pero, estoy cansado del trabajo y ver gente en vivo con mallas no es mi idea de diversión. —Te hubieras quedado con Diego Manuel —hice referencia a nuestro hijo. Se acercó despacio, me dio un beso y luego otro y los acepté, pero mi enfado era más grande esta vez. —Veamos el segundo acto, osita —me invitó tomando mi mano y entrelazando nuestros dedos. —Mejor vamos a comer algo, a ti no te gusta esto— propuse de repente las ganas de ver el segundo acto—ya no quiero ver nada. —¿Estás segura, osita? —preguntó cauteloso—puedo quedarme, haré el esfuerzo de no dormir más. Lo juro. —No, quiero que también te intereses por mis gustos o me hubieras dejado venir sola. Me di media vuelta y no dije nada más, el viaje al restaurante fue silencioso, me llevó simplemente a comer hamburguesas pues sabía lo mucho que las disfrutaba y lo poco que las comía por mi dieta. Pedimos unos megas hamburgueses con doble de queso y tocino, nos sentamos en una mesa un poco apartada de todos en un silencio algo incómodo esperando nuestra orden. Llega lo que pedimos y comencé a devorar mi comida sin esperar nada, no comía desde el mediodía solo tenía un quiché y mucho champagne en mi sistema. —¿Está bien tu comida? —preguntó suavemente. —Está deliciosa — contesté viéndolo a los ojos y limpiando mi boca— gracias —hablé con voz pequeña. —Me gusta complacerte —dijo simplemente dándole otra mordida a su comida. Moje en salsa de tu tomate varias papas y gemí del gusto, tenía unos seis meses que no comía comida grasosa, intentó cuidar mucho lo que como. Con comida en el estómago pensé mejor las cosas y tal vez me excedí, a él no tiene porqué gustarle lo que, a mí, puede que existan familias así, pero yo no soy de ese tipo de personas, hubiera estado bien para mí que yo fuera sola pues a Sofía tampoco le gustaban ese tipo de eventos. Estoy tomando un poco de cola pasando un bocado de mi exquisita hamburguesa cuando Miguel hace algo loco incrusta entre sus dientes dos pajillas y hace como foca y me hace reír como loca, dejé escapar un poco de soda y me ahogué al tragar, luego reí mucho. Hace mucho tiempo Miguel no hacía tonterías para contentarme. —Estás loco —le señalé —eso no se hace. Algunas personas en el restaurante nos veían y sonreían, otras nos miraban como extraterrestre y a mí me fascinaba este Miguel. —Pero te hice reír— rio conmigo, luego se puso un poco más serio quitando la pajilla de su boca —ya no estés enojada, osita. Se que dañe tu noche y lo siento. —Creo que también exagere, lo siento amor —me disculpé de corazón. —No importa, prefiero más terminar la noche así, contigo sonriendo y comiendo lo que más te gusta. —Gracias, estuvo perfecto. Te amo Miguel. —Yo también, osita — tomo mi mano y la besó y mi mundo volvió a ser el perfecto que era. —No sé qué haría sin ti, cariño— le dije sinceramente. —Falta mucho para averiguar eso, osita —habló muy serio —faltan ¿qué? ¿Unos ochenta años? Cuando Diego le toque cambiarnos los pañales. Reímos por su broma y al terminar de comer pagué para irnos, esta vez quise pagar y ser yo quien se disculpará en serio. No quiero discutir por tonterías como estas, otro día le digo a Julio que mejor no me dé nada o voy sola. Esta clase de conflictos entre él y yo no me gusta, por eso los evito a toda costa.
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