CARTA IX

671 Words
CARTA IX LA SEÑORA DE VOLANGES A LA PRESIDENTA DE TOURVEL Jamás he dudado, mi bella amiga, ni de la amistad que usted me profesa, ni del interés que toma en todo lo que me concierne. No respondo a su respuesta para aclarar este punto, que considero arreglado entre las dos para siempre; pero creo que no puedo dispensarme de hablar con usted sobre el vizconde de Valmont. No esperaba, lo confieso, hallar jamás su nombre en sus cartas. En efecto, ¿qué relación puede haber entre él y usted? No conoce acaso a ese hombre. ¿Dónde podría haber hallado más clara la idea del alma de un libertino? Me habla usted de su raro candor; ¡oh! sí, el candor de Valmont debe ser, en efecto, cosa bien rara. Aún más falso y peligroso que amable y seductor; jamás desde su primera juventud ha dado un paso ni dicho una palabra sin tener un objeto, y jamás lo ha tenido que no fuera deshonesto y criminal. Usted me conoce, amiga mía, y sabe que entre las virtudes que procuro adquirir es la indulgencia la que más estimo. Por eso, si Valmont se viese arrastrado por pasiones fogosas; si fuese, como otros mil, seducido por las ilusiones propias de su edad, condenando su conducta, tendría compasión del individuo, y esperaría en silencio el tiempo de que su vuelta feliz a la virtud le atrajera de nuevo la estimación de los hombres de bien. Valmont no es así y su conducta es el resultado de sus principios. Sabe calcular todo lo más horrible que puede emprender sin comprometerse; y para ser cruel y malvado sin peligro, ha escogido por víctimas a las mujeres. No me detengo en contar las que ha seducido; pero, ¿a cuántas no ha perdido? Como usted vive ahí juiciosamente y retirada, no llegan a sus oídos sus escandalosas aventuras. Podría contarle algunas que le harían estremecerse, pero sus ojos, tan puros como su alma, se ofenderían al mirar unas pinturas de esta clase, y, segura de que Valmont no será nunca peligroso para usted, no necesita de estas armas para defenderse. Únicamente debo prevenirle, que de cuantas mujeres él ha obsequiado, con éxito o sin éxito, no ha habido una que no haya tenido que quejarse, si se exceptúa la marquesa de Merteuil, pues sólo ella ha sabido resistirle y contener su malignidad7. Confieso que este rasgo es el que más la honra y que ha bastado para justificarla ante todos, a pesar de cuantas inconsecuencias se le hubieron de echar en cara al principio de su viudez. Sea lo que fuere, lo que la edad, la experiencia, y, sobre todo, la amistad, me autorizan a hacerle presente a usted, es que empieza aquí la sociedad a notar la ausencia de Valmont, y si sabe que ha quedado ahí con usted y su tía, está su reputación en las manos de este hombre, que es la peor cosa que puede ocurrirle a una mujer. Aconséjole, pues, que inste a su tía a que no le detenga más, y si él se obstina en quedarse, creo que no debe dudar un instante en cederle el puesto. Pero, ¿por qué se quedaría él? ¿qué hace en esa casa de campo? Si usted lo hiciese espiar, creo que descubriría que la toma por un asilo más cómodo para ejecutar algunas infamias que proyectará emprender en sus alrededores. En la imposibilidad de remediar el mal contentémonos con preservarnos de él. Adiós, mi bella amiga: el casamiento de mi hija se ha retardado un poco. El conde de Gercourt, que esperábamos de un día para otro, me dice que su regimiento pasa a Córcega; y como siguen los preparativos de guerra, le será imposible ausentarse hasta el invierno. Esto me contraría, pero me da esperanza de poder ver a usted en la boda, y sentiría se hiciese sin su presencia. Adiós, en fin; soy enteramente suya, sin cumplimiento y sin reserva. P.D. Recuérdeme a la memoria de la señora de Rosemonde, que amo siempre cuanto se merece. En…, a 11 de agosto de 17…
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