CLÍNICA PRIVADA HOLMAN
Haciendo tiempo, ojeando los folletos que se encontraban sobre el escritorio del especialista me vino a la memoria el momento exacto en el que el notario dio lectura al testamento de mi difunto abuelo, Francisco Williams Rivers:
—En la cuidad de…
—Discúlpeme señor Rapetti — eludió mi tía, —llevamos tres horas esperando, sería tan amable de solo limitarse al nombramiento.
—Juana, por favor compórtate —se quejó mi padrastro —¿Acaso no es por los que estamos todos aquí hermano? —Se quejo.
—Madre, William tiene razón. — se quejó Joshua.
—Está bien sobrino, no te molestes. Señor Rapetti, por favor, vayamos a lo concreto— el notario asintió.
—Por intermedio de la presente dejo asentado en este acto la designación correspondiente de todos mis bienes, distribuidos en un porcentaje equivalente a: Veinticinco por ciento a mi esposa, Alfonsina Varela de Mitre. Veinte por ciento a ser repartido entre mis hijos William y Juana Rivers, cinco por ciento a mi nieto Joshua Rivers tercero, incluyendo la flota de automóviles de alta gama junto con la casa de campo, ubicada en la provincia de buenos aires y, por último, el cincuenta por ciento restante a mi nieto: Gael franco Ri…
—Un momento —interrumpió Juana —¿Qué está diciendo?
—Juana, por favor —insistió esta vez mi madre.
—Tu, ¡cierra la boca! ¡esto es inaudito!
—Señora, si no guarda silencio me vere en la obligación de pedirle que se retire de la sala —Juana parece tomar una gran bocanada de aire por la nariz y luego, lo suelta ruidosamente por la boca —Ya, ya… continue.
—Bien, prosigo. —Expuso el notario con un tono de voz exasperado —se designa el cincuenta por ciento restante a Gael franco Rivers como principal heredero de la firma Rivers & apart Hotel concediéndole el absoluto y total poder que se requiere sobre el directorio y la empresa.
—Esto es increíble… — farfulla Juana entre dientes. Rapetti la observa un momento de reojo y luego continua con la lectura —“Dicho esto”, se impone como cláusula que solo será efectivizado su nombramiento contrayendo matrimonio, adjuntando la documentación a las autoridades pertinentes, estableciéndose la veracidad de su unión con un plazo no menor a un año. Caso contrario, de no llevarse a cabo mi voluntad, nombro a mi segundo nieto: Joshua Rivers tercero, como heredero alternativo, acatando debidamente los términos y condiciones anteriores sujetos a este testamento…
[…]
La voz del especialista me saca de mis pensamientos. Lo escucho explicarme con suma cautela mi diagnóstico y como este afectara a corto o mediano plazo mi calidad de vida. Acomodo mi postura mientras el doctor gira el monitor para indicarme mediante las pruebas de imagen, el hallazgo de un tumor cerebral. Alzo la vista, comienzo a sentirme irritado…
—Hábleme de estadísticas Doctor — expreso indiferente, observando en una pantalla las tomografías computadas.
—Las estadísticas no siempre ofrecen un valor puntual como determinación señor…
—Responda mi pregunta — le exigí intrépidamente. El doctor soltó un suspiro corto, sin embargo, respondió a mi pregunta con determinación.
—Setenta u ochenta por ciento en el mejor de los casos…
—Esto quiere decir, que la operación no me garantiza que pueda extirparlo.
—Por desgracia, no puedo asegurarlo.
—De acuerdo, en resumidas palabras hablamos de un índice de mortalidad del setenta, pero no limitado al ochenta por ciento, perdida absoluta de mis miembros superiores e inferiores, problemas conductuales, amnesia… ¡Wow! ¡Me saque la lotería!
—Señor Rivers, permítame explicarle que hoy en día esta clase de intervenciones son precisas, créame que es posible preservar su funcionalidad…
—Si doctor, comprendo — manifesté con un tono gentil poniéndome de pie —mi asistente personal se contactará con usted para coordinar los detalles de la intervención. Sepa disculparme, una boda me espera…
CHLOE LAMBERT
Tenía diez años cuando le pregunte por primera vez a Helen —Mami, ¿qué es un matrimonio por contrato? —Recuerdo que mamá se atraganto con su café y me miro sorprendida, —¿En dónde escuchaste eso cariño? —En la tele ̶ respondí señalándole a su amigo en el televisor. Los ojos de mi madre se llenaron de lágrimas, se pasó disimuladamente la mano por la cara y luego dijo: —Es el arreglo de dos familias para unir en matrimonio a dos personas.
—¿Una pareja de novios? —le consulte.
—No exactamente —respondió cambiando de canal.
—No entiendo – me queje.
—Bueno veras, se convierten en novios luego del arreglo matrimonial, es difícil de explicar…
—¿Y el contrato para que sirve?
—El contrato…bueno eso es…
—Es un papel maléfico que nunca deberás firmar cuando seas grande —dijo mi abuelo interviniendo por mi madre.
—¿Un papel maléfico? —consulte asombrada.
—Si, todo lo que tenga que ver con “matrimonio” es un papel maléfico —repitió con una sonrisa.
—Cuando sea grande nunca voy a casarme por contrato, suena complicado – Philip y Helen se echaron a reír a carcajadas y no era para menos, era una niña muy curiosa.
La verdad, es que por aquel entonces no tenía forma de saberlo, pero con el correr de los años descubriría que el matrimonio por contrato era algo que ya me estaba predestinado…
Mi nombre es Chole Rivers Lambert, crecí en una familia de clase media, mi mamá era docente del ciclo inicial cuando por casualidad en un congreso conoció a mi padre William Rivers, principal CEO de la firma Rivers & apart Hotel. Su trillada y fugaz historia de amor duro apenas tres escasos meses, tres meses en donde mi madre salió embarazada, contrajeron matrimonio en secreto y terminaron divorciándose cuando mis abuelos paternos descubrieron su pequeño secreto. Si, exactamente “esa soy yo”.
Pareciera una historia cliché de amor donde la chica de clase media se enamoró perdidamente del hombre rico y ocultaron su embarazo ante los medios para no opacar la imagen pública de la familia, luego no tuvieron mejor idea que acosar a mi madre con deshacerse de mí y como eso no funciono intentaron sobornarla con dinero, motivo por el que, la separación de mis padres fue inminente.
Desde entonces, William rehízo su vida con otra mujer, una dama del mismo estatus con la que estaba predestinado a casarse y enriquecer aún más el patrimonio familiar. Dejo de verme cuando tenía aproximadamente nueve años y nunca más volvió a contactarse. Por otra parte mi madre Helen, soportó las consecuencias de criar a una niña en el anonimato con su padre, esforzándose el doble para que no me faltara nada.
En resumen a pesar de la ausencia de mi padre, mi vida fue prácticamente normal. Crecí en la casa de mi abuelo materno, estudié, me enamoré, me rompieron el corazón, hice algunos amigos y al graduarme de la secundaria me propuse a crecer profesionalmente continuando con mis estudios en la universidad. Claro que para lograr esa meta me toco estudiar y trabajar al mismo tiempo… Llevaba seis meses trabajando, si, digo “trabajando” porque acabaron por despedirme en el momento más oportuno; Helen había enfermado.
—Señorita Lambert, lastimosamente debido al recorte del personal, la empresa ha decidido prescindir de sus servicios. —Dijo el gerente de recursos humanos. Muchas gracias, mucho gusto y con un sutil gesto de manos me indicaron la salida.
Desesperada y por sobre todo desesperanzada, le oculté mi despido a mi familia y me dispuse a buscar trabajo. “Y he aquí, otro problema”, encajar con la lista de requisitos que exigían las buenas empresas, siempre tenían un “PERO” …
En algunas de ellas aplicaba con el perfil que buscaban, PERO no con los años de experiencia que solicitaban, en otras mi apariencia no era la mejor y el uso de lentes para ellos no era un detalle menor y por último, en otras era la empleada ideal PERO me exigían Ingles avanzado y la verdad es, que todo lo que se decir en el idioma es: My name is Chole, What? y f**k!
Bueno, para darme un poco de crédito también se contar del uno al diez pero no creo que sirva de mucho…
Y de esta manera no me quedo de otra que aspirar a un empleo más acorde a mi realidad y ese era: “Un trabajo de lo que sea”; vender productos por catálogos, repartir volantes en la calle, cuidar niños, limpiar casas particulares, cualquier empleo digno que me dejara dinero diario para cubrir los gastos del tratamiento y ayudar en la casa. Sin embargo, pese a todos mis esfuerzos y aun habiendo conseguido empleo, el dinero no alcanzaba. La jubilación de mi abuelo y los ingresos de mi madre estaban destinados a su tratamiento de modo que con dos bocas que alimentar y sostener un hogar, mi liquidación se esfumo.
Así fue, como una noche cuando me vi acorralada por las cuentas vencidas por pagar, no tuve más opción que decirle la verdad a la única persona cuerda dentro de la casa: Mi abuelo Philip.
Mi única esperanza en ese momento era que mi abuelo me apoyara en la decisión que había tomado “Pedirle trabajo a mi progenitor”. Claro está que Philip no ocultó su malestar, solo la mención del nombre William parecía ser una mala palabra dentro de la casa. Sin embargo, contra todo pronóstico mi amado y comprensible abuelo me apoyo, solo con la condición de que el estuviera presente en ese momento. Claro está que acepte, y ahora estoy aquí, en el edificio de la empresa sentada en el área de espera, sudando la gota gorda, comiéndome las uñas mientras mi abuelo pide una audiencia.
Por mera casualidad o por causa del destino, no lo sé, el día de hoy están contratando. Las mujeres que se encuentran a mi alrededor me miran como un bicho raro, parece que mi vestimenta no es apropiada para los estándares de la oficina ¿Qué tiene de malo unos Jeans sueltos con una remera holgada? Bueno, parece que la falta de maquillaje no juega tampoco a mi favor. Sé que tengo ojeras y que el uso de mis lentes las hace más pronunciadas, pero eso es algo que no pude evitar, los nervios de saber que hoy estaría aquí, no me dejaron dormir en toda la noche…
—Lo siento señor, —escucho que se excusa la recepcionista con mi abuelo —Williams Rivers no se encuentra en la cuidad en este momento. Si lo desea, puedo agendar una...
—¡No puede despedirme! —se oyó la queja de una mujer dentro de alguna oficina cercana. La señora que estaba atendiendo a mi abuelo, salto de un brinco de su asiento al escucharla. Todos, o la gran mayoría paramos la oreja, especialmente los oficinistas que se miraron entre ellos cuando se oyó rechinar una puerta…
—Usted, “la de lentes”— escucho de repente. Desconcertada hecho un vistazo a mi alrededor, hasta que noto frente a mí a un sujeto esbelto, buenmozo, con un corte de cabello similar al de un militar, de barba pronunciada, trajeado de punta en blanco y con un manojo de papeles en las manos que me está hablando. Posiblemente sea algún ejecutivo de mi padre.
—Disculpe, ¿me habla a mí? —le consulto acomodándome las gafas.
—Si, le hablo a usted. ¿Es mayor de edad?
—Si señor.
—¿Sabe leer y escribir? —me encojo de hombros ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Si, claro. — es lo primero que me viene a la cabeza al responder.
—Con eso, es más que suficiente. Señoritas les agradezco su tiempo pero el puesto ha sido ocupado. Antonio— le dice a un guardia de seguridad que se aproxima a su paso.
—Si señor —responde aquel apresurándose.
—Acompañe a las señoritas a la salida, ya pueden retirarse —expresa ante todos los presentes, encaminándose con una postura elegante y sofisticada hasta el escritorio de la recepcionista. De más está decir que absolutamente “todas las postulantes” me dedican una mirada odiosa antes de marcharse…
—Elizabeth, ocúpate ahora mismo de que firme su contrato laboral. Aquí tienes la copia de uno que puedes utilizar —le encomienda dejando el manojo de papeles sobre el escritorio. Mi abuelo se sonríe a su lado, creo que esta tan sorprendido como yo de lo que está pasando —“Tu” – se dirige esta vez a la joven que era su secretaria, o al menos eso deduzco —retírate del edificio, estas despedida.
—Pero señor…— se excusa la joven aproximándose a él —Solo seguí las ordenes de su…
—¡Suficiente! —dice alzando el tono de voz —Mañana a primera hora puede pasar a buscar su liquidación. Ahora, se lo pediré amablemente por última vez, retírese. – aquella refunfuño, ingreso de nuevo a la oficina, tomo sus pertenencias y luego de colgarse la cartera al hombro se retiró sin decir una palabra.
—Usted, aproxímese. Inicia ahora mismo. —me anuncio revisando en el revés de su muñeca la hora en el reloj. —, le daré exactamente quince minutos para que firme su contrato laboral. Elizabeth, ocúpate de que alguien la escolte hasta el estacionamiento.
—Si señor, como usted diga.
—¿Hasta el estacionamiento? —consulto despavorida incorporándome de mi asiento y encaminándome a mi abuelo.
—Si, hasta el estacionamiento — repite —Necesito que me acompañe a una reunión importante. ¿Alguna pregunta?
—Ninguna pregunta —suelta mi abuelo en voz alta. Aquel se voltea de lado y lo queda mirando extrañado.
—¿Y usted es?
—¡Oh! Lo siento, no me he presentado. Philip Lambert, abuelo de la señorita que acaba de contratar, mucho gusto. — este tipo se sonríe, pero no logro descifrar si amigablemente o en modo de burla.
—El gusto es mío señor. —dice al fin después de escanearlo de pies a cabeza —Bien, dado que su abuelo acato mis instrucciones me retiro. No se demore. –me encomienda comenzando a marchar en direccion al elevador. Las piernas me flaquean, este señor, por alguna razón me da mala espina…
—Abuelo… —susurro en su oído tan pronto como aquel sujeto nos da la espalda. —No puedo aceptar…
—¿Qué dices Chole? Esto es justamente lo que vinimos a buscar.
—Si, ya se pero…—tomo una gran bocanada de aire, siento que en cualquier momento voy a despedir el corazón por la boca…
—Señorita los papeles —nos interrumpe Elizabeth indicándome con un gesto el contrato de empleo.
—Nos disculpa un momento – dice mi abuelo. Ella asiente.
—Cariño, entiendo cómo te sientes – expresa tomándome de las manos— no quiero que sientas que tienes la obligación de aceptar el trabajo. Si no quieres, le daremos las gracias y nos marcharemos juntos. Encontraremos la manera de resolver todo esto— me anima Philip echándome un apretón de manos. Mis ojos se llenan de lágrimas, su expresión comprensiva me recuerda la razón de porque estoy aquí, “estoy aquí por mi madre”. — me animo en silencio.
—Elizabeth, ¿Cierto? — le consulto girándome sobre mis pies.
—Si— responde ella mirándome a los ojos.
—¿Tiene un bolígrafo para prestarme? — mi abuelo se sonríe al escucharme.