En aquella oscura madrugada no pasaba ni un almas por las calles oscuras, su mente desvariaba y su garganta se sentía tan seca que imaginaba estar deshidratada y la mitad de su cara cosquilleaba por lo que imaginó que de ser otro momento le dolería incontrolablemente.
Volvió a casa sin saber cómo. Cojeaba, no veía por un ojo, el camino en autobús de menos de una hora se volvió en una caminata de dos horas y media y ella vivió cada minuto como si fuese una eternidad. Lo primero que hizo al abrir su puerta fue suspirar, le dolía todo, incluso más de lo que esperaba, ¿No era el dolor un sentimiento, Anhá?¿Por qué entonces podía sentir esa mierda tan dolorosa recorrer cada centímetro de ese cuerpo humano que pronto abandonaría? Caminó hasta el baño con las dudas existencial abordando su cabeza, abrió la ducha sin importarle el agua fría y se metió bajo ella cerrando los ojos con las mini-gotas cayendo de la regadera. La mugre se unía en sus pies y un charco marrón con rojizo corría hasta el sumidero. Malía deseaba irse por ahí también, después de todo, no era más que la mugre de la vida.
Cayó contra la pared de la ducha dejándose encoger hasta tomar una posición fetal en el suelo. No lloraba, no porque no quisiera hacerlo, sino porque no podía y era muy frustrante. Su cuerpo le dolía y no le importó el exceso en el recibo de agua, porque luego de dos horas, fue que salió de ella, cubriendo su cuerpo limpio por fuera con una toalla mullida, mientras que por dentro se sentía más podrida que nunca, y no imaginó que aquello fuese posible.
Mientras veía el reloj junto a su cama marcar las 2 de la mañana, Malía recordó a su madre de nuevo, ese día en especial que le reveló quiénes eran ellas dos.
-Siempre querrán herirnos, Malía, y eso es porque somos especiales- decía Dalia a su hija mayor tomando su mano mientras ambas caminaban por un bosque denso y silencioso, el clima era nublado y parecía que en cualquier momento una tormenta las cubrirían, pero Dalia no sentía miedo, mientras que Malía estaba preocupada.
-¿Que hay de papá y Tali, mamá?¿Ellos también son especiales?- Dalia rió un poco.
-Sí, sí lo son. Pero no a nuestra manera. Tú y yo pertenecemos a otro lugar más… Antiguo, Malía- explicó deteniéndose y agachándose en medio del bosque para tomar la altura de su hija. Su cabello pálido y largo envolvía su rostro y el vestido de encajes blancos que usaba se arrastraba con el suelo sucio mientras que sus pies descalzos no parecían sufrir para nada las adversidades de una aventura en el bosque. Malía era una copia reducida de tamaño de su madre y aunque temblaba un poco por el frío no tenía otra reacción desfavorable de la que pudiera quejarse, Dalia cubrió las mejillas regordeta de su hija con las manos mientras sonreía viéndose a sí misma en aquellos grandes ojos casi blancos en su totalidad. Era tan hermosa y fuerte y sólo tenía 5 años, ¡Qué regalo le había dado su Señor al bendecirla con aquella preciosura!
Y qué mal le había pagado ella al enamorarse de la creación errada, de quienes debía alejarse más que nada, sin incluir el hecho de haber tenido a su pequeña hija con aquel humano, pero no podía quejarse, amaba a su hombre y a su Talía con el mismo amor que le profesaba a su Señor y ese era realmente su pecado.
-Hija mía, tu destino está cerca y para él debes prepararte- empezó- Somos Heks, Stregas, hechiceras, brujas. Aparecimos en la Tierra cuando el ser humano rogaba por alguna ayuda para cazar, para que sus rebaños se multiplicaran, fue en ese momento que nuestro señor, Anha, escucho aquellos ruegos y nos mandó para crear los rituales perfectos, las entonaciones y cánticos adecuados, asegurando que su pesca fuera buena y que sus mujeres fueran fértiles, que sus hijos fueran sanos y que la sequía no acabara con sus cosechas. Y su apoyo a nuestro aquelarre era un acuerdo monetario y moral, cubriendo sus gastos, un techo y los tres platos de alimento para cada m*****o, también la lectura y escritura era un p**o para aquellos más pequeños a los que se les dificultaba, era una manera de sobrevivir equitativamente mientras se unían, paganos o no, a las celebraciones de Anhá y Etia, la Diosa. Porque para nosotros siempre debe haber alegrías, porque las celebraciones y risas son el más puro símbolo de adoración y esa era la clave para el Otro Mundo, una vida eterna junto a nuestros Señores. Hasta 1550, cuando la Iglesia católica decidió que no éramos tan buenos como ellos y debían desaparecernos. Las brujas estaban en todos lados y había que destruirlas para proteger a sus propios fieles, poco después inició la Gran Caza, donde unas 30.000 hermanas fueron asesinadas de una manera atroz, junto con otras 10.000 mujeres inocentes que llegaron a ser acusadas de brujería. Se encargaron de que la gente nos temiera y repudiara, y el pueblo entero empezó a olvidar todo lo bueno que les brindamos sin cobrar un sueldo al menos. Nos extinguieron, o eso es lo que les gusta creer- Dalia le sonrió a su hija que aunque pequeña en edad tenía la sabiduría suficiente para entender sus palabras- Pero nuestro Anhá nos salvó, nos dio una vida y un propósito y es nuestro deber cumplir para ganar el agrado de nuestros dioses y una buena vida en el Otro Mundo, cariño. Por eso es que, cuando Anhá se presente ante ti, porque lo hará, créeme, tú debes aceptar con gracia y cumplir con el deber que te encomiende, ¿Lo harás, Malía?
- Sí, mami- prometió ella con voz infantil tomando la mano de su madre sonriente y ambas siguieron en su paseo, adentrándose más a fondo en el bosque.
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Malía durmió profundamente como hace mucho no hacía en posición fetal sobre el centro de la cama, una mano sobre su pecho izquierdo, magullado y herido sintiendo un vacío profundo y sin movimiento alguno donde se suponía estaba su corazón.