—Nuevamente, gracias por la tarta —dijo Stephen y Wanda negó.
—Espero que la disfruten y que sea del agrado de Tommy… Tienes unos hermosos hijos —comentó la chica.
—Son increíbles —admitió él, mientras ella abría más la puerta.
—Adiós, hablamos luego, tal vez tus hijos quieran jugar con mis sobrinos —propuso la chica y Stephen asintió y se quedó viendo como Wanda salía de la casa.
Él vio la cantidad de nieve que había afuera y pensó que la chica se hundiría en esta, pero se sorprendió al verla caminar con agilidad y práctica. Definitivamente, se notaba que Wanda era de Glasgow, MT, ese era su hogar, estaba adaptada al clima, a la zona, a la tranquilidad y se notaba que lo amaba, pues desde que se habían conocido, ella se había encargado de hacerle conocer los escasos lugares llamativos de la ciudad y sus alrededores.
Stephen volvió al interior de la casa, fue a la sala y organizó los cojines del sofá. Se sintió mal al caer en cuenta de que no le había ofrecido nada a Wanda en el tiempo que estuvo, ni siquiera, un vaso de agua… Suspiró y decidió irse a descansar, por lo que, apagó la chimenea, las luces y subió lentamente, mientras intentaba no hacer ruido y despertar a Georgia, porque a sus hijos podía caerles un rayo encima y ellos seguirían dormidos.
Gia escuchó los pasos de Stephen acercarse a la habitación, cerró los ojos y se hizo la dormida, cuando la puerta cedió y dejó ver la silueta de su ex, que se asomó, dio una rápida mirada y volvió a cerrar.
Stephen había sospechado que Gia dormiría con los niños y lo comprobó al abrir su habitación y encontrarla vacía, así que, había decidido ir a verificar que se encontraran bien en la otra habitación. Era muy poca la luz que se colaba por entre la cortina, desde el poste de luz en la calle, pero fue la suficiente para dejarlo ver las tres siluetas que dormían en la cama.
De vuelta en su habitación, rápidamente se alistó para ir a la cama.
Desde su ventana se podían ver los copos de nieve caer de forma lenta, la tormenta había disminuido un poco, pero no se detenía y cada vez era más alta la capa de blanco que cubría todo afuera… Era un imagen mágica, que se quedó mirando unos minutos, completamente embelesado. No era su primera vez en la nieve, pero nunca le había tocado una tormenta, ni mucho menos, se había detenido a disfrutar de ver los copos apoderarse de lo que estuviera a su paso.
No supo cuánto tiempo estuvo así, hasta que sus párpados se sintieron pesados, cerró la cortina y caminó a su cama, la cual esa noche lucía igual de vacía que todas las noches, pero esta vez, eso sí le incomodó… Posiblemente, fue su subconsciente haciéndole extrañar la posibilidad de estar junto a sus hijos, así como Gia lo estaba en ese momento.
Gia seguía sin poder conciliar el sueño, por más cansada que estuviera. Su mente estaba inquieta pensando en todo y en nada, por lo que, decidió darse la vuelta, a ver si mirando los rostros de sus pequeños se podía tranquilizar y dormir.
Eran tan bellos, una mezcla perfecta de Stephen y ella. Suspiró y cerró los ojos, forzándose a dormir.
«Era un nuevo año de clases y Alessia era la más insistente en llegar a la escuela, pues tenía un pretendiente al que tenía sufriendo desde el año anterior. Georgia no entendía cómo era que ese chico seguía detrás de su melliza, cuando esta le hacía desplantes constantemente; todos por culpa de una película que las dos habían visto en la que aconsejaban a las chicas “hacerse desear”. Tal parecía que las palabras habían calado hondo en la mente de su hermana, en cambio, ella las dejó entrar por un oído y salir por otro, además, no había ningún chico que le interesara y no quería llamar la atención de ninguno, de eso se ocupaba su hermana, que por más que se parecieran, Alessia llamaba más la atención o al menos, así lo percibía.
—¿Vas a seguir haciendo sufrir al pobre Leonard? —le preguntó Gia a su hermana y esta hizo una mueca.
—Papá se muere donde aparezcamos con novio —contestó esta y Gia soltó una carcajada.
—¿No le has aceptado las invitaciones a Leonard, por estar pensando en papá? —interrogó sin poderlo creer y su hermana se mordió el labio.
—Pues… un poco. Leonard es guapo, muy guapo —aceptó—, pero todavía no me siento preparada para tener un novio. Todavía somos pequeñas, Gia, tenemos dieciséis y este es el último año de preparatoria, iremos a la universidad y allá sí podremos tener todos los novios que queramos.
—Tienes ilusionado al pobre Leonard —se quejó Georgia, aunque le daba la razón a su hermana.
—Yo con él he sido clara, además, como ya dije, es guapo y también se va a presentar a las mismas universidades que yo… No me quiero enamorar y después tener que terminar las cosas, porque cada uno irá por su propio camino —concluyó Alessia y Gia asintió.
—Hoy amaneciste filosófica —bromeó Gia y su hermana se rio.
—Y tú sigues siendo la mismas chica “antichicos” de siempre.
—Ya lo dijiste, no me quiero enamorar y después tenernos que separar en la universidad.
Terminaron de alistarse y bajaron a encontrarse con su hermano y padres, que ya las esperaban en la mesa. A diferencia de ellas, el pequeño Paul, de catorce años, es todo un donjuán, lo que le ha dado más de un dolor de cabeza a sus padres.
—Buenos días —saludaron en coro las mellizas.
—Buenos días, mis princesas —saludó Nicolas, recibiendo el beso de cada una de sus hijas.
—Buenos días, mis niñas —las saludó Alessandra, dejando el plato con el desayuno de cada una en la mesa —. ¿Preparadas para su último año de escuela?
—¡Sí! —contestó Gia emocionada.
—Sí y no —dijo Alessia, por lo que, todos la voltearon a ver —. Es que… el cambio a la universidad es grande y no me quiero ir de casa —aceptó.
—Las voy a extrañar demasiado —dijo mamá, con los ojos llenos de lágrimas.
—Todavía falta para eso, cambiemos de tema —pidió Nicolas, sintiendo un nudo en su pecho al pensar que sus hijas se fuera de su lado.
—Y tú, pequeño demonio, ¿nos extrañarás? —le preguntó Alessia a su hermano, haciendo reír a todos.
—Podré soportarlo —contestó Paul con falsa soberbia, mientras Alessia le pellizcaba la mejilla con cariño.
—Te queremos, pequeño —le dijo Gia, que estaba sentada al otro lado de la mesa.
El desayuno fue corto, pero lleno de amor y paz. Apenas terminaron, Nicolas llevó a sus hijos a la escuela y después se fue al bufete que había creado con el apoyo de su esposa y donde esperaba algún día tener de compañero de trabajo a alguno de sus hijos, solo que no sabía cuál, pues hasta el momento ni las chicas, ni su hijo, habían mostrado interés por el derecho.
El reencuentro con sus amigos en la escuela fue emocionante, aunque tuvo que ser rápido, pues no demoró en sonar el timbre para que entraran a sus salones y darle oficialmente el inicio al último año, las chicas entraron y cada una se acomodó en su lugar. El profesor no demoró en entrar, les dio la bienvenida y antes de iniciar la clase, dos golpecitos a la puerta captaron la atención de todos dentro del salón.
—Perdón la interrupción, profesor Morgan —se excusó la secretaria del director.
—No hay problema, señorita Hamilton —contestó el profesor con cortesía y una sonrisa amplia hacia la mujer, que provocó unas risas pícaras en los estudiantes —. Muchachos… —dijo el profesor en todo de advertencia, mientras las mejillas de la joven secretaria se sonrojaron.
—Traigo a Stephen Collins —dijo la mujer y se hizo a un lado, dejando ver a un guapo joven de cabello rubio, sonrisa amplia, alto, pues la sobrepasaba por una cabeza de diferencia.
—Bienvenido, Stephen —saludó el profesor y el joven Stephen entró al salón, tras agradecerle a la secretaria por llevarlo —. Sé que no debe ser fácil un cambio a estas alturas, pero espero que te sientas a gusto en este último año.
—Gracias, profesor —contestó y asintió.
—Sigue a ese asiento y ya miramos quién te ayudará a adaptarte y conocer la institución.
Mientras todo ese intercambio de palabras y acciones, Georgia se había quedado estática en su sitio, con la mirada fija sobre el nuevo compañero de clase; a diferencia de los demás chicos, que habían prestado una atención efímera y ya estaban concentrados en alistar lo que necesitarían para su primera lección del año.
Gia sentía que el rostro de Stephen la atraía como un imán y no podía dejar de mirarlo, era guapo… era malditamente, guapo. Su hermana y amigas tenían enlistados a los chicos que a ellas les parecían atractivos, pero ninguno cumplía con sus expectativas y, ahora, en su lista mental, solo había un nombre, que acababa de ser escrito: Stephen Collins.
—Gia… —susurró Alessia al ver a su hermana completamente embelesada con el recién llegado. Esta no le prestó atención, lo que la hizo reír.
—Buenos, chicos —llamó el profesor, atrayendo la atención de todos, menos de Gia, que seguía mirando a Stephen por la espalda, pues había quedado sentado en diagonal, unas dos filas por delante —. Escogeré al azar quién le va a dar una recorrido al nuevo compañero y le explicará lo que crea necesario para que se adapte rápido a la escuela —anunció el profesor.
El profesor Morgan agarró la lista de los estudiantes y volvió su atención a Stephen, quien lo miraba con atención.
—Dime un número del 1 al 35 —le pidió.
—El… 32 —contestó Stephen y el profesor asintió.
—Mmmm, la señorita… Rogers Wallace —las mellizas se miraron—, Georgia, será la encargada.
Stephen volteó hacia donde el profesor le señalaba. Había dos chicas muy parecidas, pero la rubia captó su atención y le regaló una sonrisa, que jamás se le borraría de la memoria a Georgia.
—Hola —contestó ella con nerviosismo y mordió levemente su labio inferior.
—Hola —saludó él, mirándola fijamente.
Gia jamás se había interesado en un chico, por lo menos, no más allá de una amistad, pero con Stephen todo se sintió distinto. No supo lo que era, pero por su mente pasó esa ideal del amor a primera vista, que para ella jamás había tenido sentido, solo que, ahora estaba empezando a sospechar que sí fuera algo real y posible.
Alessia pudo ver el cambio en su hermana y podía ver las chispas entre los dos, lo que la hizo sonreír, pero también temer de la forma en la que Gia fuera a reaccionar.
Para Stephen y Georgia fue como si el tiempo se detuviera por segundos, los suficientes para acelerarles el corazón, ponerlos nerviosos y dejarlos desconcertados.
—Bueno, chicos. Empecemos —dijo el profesor, cortando ese instante de magia que solo había sido percibido por los tres jóvenes».
Gia abrió los ojos, ese recuerdo había sido tan vívido, que fue como si el tiempo hubiera ido atrás. Esa primera vez que vio a Stephen se le quedó grabada en la memoria, y ahora, dolía, aunque no se arrepentía de nada. No podría arrepentirse, pues ese amor, le había dado a sus dos más grandes tesoros y la razón de su vida.
Un frío sobre sus mejillas llamó su atención, por lo que llevó su mano y al mojarse, se dio cuenta de que estaba llorando. Se limpió con prisa y decidió salir de la cama o terminaría despertando a los niños. Salió sin hacer ruido de la habitación y bajó las escaleras, para ir a la cocina a tomar un poco de agua.
—¿Qué haces acá? —preguntó al encontrarse de frente con Stephen.
—No podía dormir… —contestó y encendió la luz de la cocina, por lo que, al ver el rostro de Gia, frunció el ceño —. ¿Estabas llorando? ¿Sucede algo?