Georgia estaba agotada, lamentaba haber usado sus tacones puntilla en esta ocasión, pues sus pies le gritaban de cansancio. Caminaba a paso apresurado, jalando las dos grandes maletas de ruedas, mientras buscaba la sala de abordar 3.
—¡Mamá, no puedo! —se quejó Annie.
—Annie, no seas quejona, mira que mamá lleva más cosas que nosotros —la regañó Tommy.
—Niñooos… —Georgia llamó su atención —. Caminen rápido, que nos va a dejar el avión.
—Esta maleta pesa… —se quejó Annie, mientras hizo un mohín.
—Te dije que no echaras tantas cosas en el morral, ni las vas a usar —insistió Tommy.
—Déjame llevar tu maleta y lleva la mía —le pidió Annie a su hermano, al tiempo que batió sus pestañas con inocencia.
—Está bien, pero en el próximo viaje no te ayudaré —aceptó Tommy.
Georgia los escuchó negociar y se mantuvo al margen, aunque amaba que sus hijos se llevaran bien, obviamente no faltaban las peleas normales de hermanos, pero Tommy siempre estaba para su hermana menor.
Annie le pasó la maleta a Tommy y este hizo una cara que hizo reír a su mamá; realmente, la pequeña había echado más cosas de las necesarias en su equipaje, aunque eso garantizaba que estuviera entretenida durante sus vacaciones de fin de año.
—¿Terminaron? —preguntó Georgia.
—Los pasajeros que faltan, del vuelo 7854 con destino Billings, Montana, favor abordar por la puerta de embarque número 3 —dijo la voz por el altoparlante.
—¡Niños! ¡Ese es nuestro vuelo! —gritó Georgia —. ¡Corran!
Los 3 empiezan a correr por todo el pasillo, bajo la atenta mirada de los demás viajantes que están en la sala de espera del aeropuerto.
—Mami, papá no está en Billings —comentó Annie confundida, mientras su respiración se agitaba.
—Cariño, tu papá está en Glasgow, pero allá no llegan los aviones —le explicó, mientras llegaban a reportarse con los asistentes de vuelo, que estaban por cerrar las puertas.
—Ay, me muero —dijo Annie de forma dramática, mientras se paraba junto a su mamá, quien ya está pasando los tiquetes de abordaje.
—Casi perdemos el vuelo por tu culpa, Annie. ¿Por qué no entraste al baño cuando salimos de casa? Mamá te dijo que fueras y no quisiste, pero apenas llegamos… —le reclamó Tommy.
—Pero en casa no tenía ganas de ir al baño —contestó triste.
—No van a pelear, niños. Desde ya empiezan sus vacaciones de fin de año, además, no ven a su padre desde hace meses —les recordó Georgia, mientras empezaron a caminar por el pasillo, para abordar el avión.
—Te vamos a extrañar, mami —dijo Tommy, haciendo que a su mamá se le hiciera un nudo en la garganta.
—También los voy a extrañar, mis niños, pero saben que su padre está anhelando verlos y este año van a compartir con él.
—Te vamos a llamar y te enviaremos fotos, mamita, así va a ser como si estuvieras con nosotros y para que no nos extrañes tanto. Tú también nos mandas fotos de lo que hagas con los abuelos —dijo Annie y sonrió. Ella siempre con su actitud positiva, pero dramática.
—Anotado —contestó Georgia.
Entraron al avión y las miradas intensas de los pasajeros se clavaron sobre ellos como si fueran agujas, eran los últimos en abordar y por su culpa el itinerario se había movido unos minutos. Annie caminó por el pasillo, sintiendo como si todos la juzgaran por haber tenido que entrar al baño en el aeropuerto; sin embargo, no estaba dispuesta a amedrentarse, ya tenía suficiente con su hermano que constantemente la regañaba.
Uno de los asistentes de vuelo les ayudó a guardar el equipaje, mientras que Georgia se encargó de ayudarle a sus hijos a abrochar sus cinturones y acomodarse en los asientos.
Durante el vuelo los niños se entretuvieron viendo una película navideña, mientras que la mamá leyó algunos capítulos del último libro comprado. Las dos horas y media de viaje pasaron rápidamente, por lo que, Georgia no sintió que alcanzó a descansar, cuando ya era hora de seguir corriendo con sus hijos, pues faltaba la parte más larga del recorrido hasta Glasgow.
—Estén pendientes de las maletas, que yo voy a alquilar el auto —les pidió.
Ellos eran tres, pero llevaban cinco maletas, de cada niño era un morral y una con ruedas, mientras que Georgia apenas llevaba un pequeño morral con lo necesario para una noche lejos de casa, pues no demoraría en volver a Las Vegas.
—Annie… —llamó Tommy, mientras miraba atentamente a su mamá, haciendo el papeleo para alquilar el auto. La niña lo miró y levantó las cejas, esperando que dijera algo —. ¿Y si papá tiene una nueva novia?
—¿Así como mami? —respondió la pequeña con otra pregunta.
—Arthur es agradable, pero ¿y si la nueva novia de papá es una bruja? —dijo Tommy.
—¿Su padre tiene novia? —preguntó Georgia, llegando a tiempo para escuchar la pregunta de su hijo.
Los niños no dijeron nada, sino que levantaron los hombros sin darle una respuesta clara.
—Si esa mujer los llega a tratar mal o a decirles cosas, no duden en llamarme. No voy a permitir que nadie los vaya a maltratar, ¿entendido? —recalcó y ambos asintieron.
—Anotado —contestó Annie, de la misma forma en la que su mamá le había contestado antes.
—Vamos al baño, porque tenemos varias horas de camino por delante —les insistió.
—Annie… Al baño —demandó Tommy, cuando su hermana había empezado a negar ante la petición de su mamá —. Entra ahora, porque por el camino no tendrás oportunidad.
—¿Acaso cuántas horas son de viaje? —preguntó la niña.
—Casi cinco… Hazle caso a tu hermano —insistió Georgia, aunque ya estaban caminando hacia los baños de la renta de autos en el aeropuerto.
—¡¿Cinco horas?! —gritó, abrió sus ojos y llevó su mano al pecho. Georgia y Tommy se rieron, pero prefirieron no decirle nada más.
Una hora después, tanto Tommy como Annie, estaban completamente dormidos en el auto, por lo que, Georgia iba muy concentrada en la carretera y con el navegador activo, para no irse a perder, pues la nieve tenía parte del camino cubierta y ni hablar de algunos de los avisos que la ayudaran a saber en qué parte se encontraba.
Su teléfono móvil sonó y se apresuró en contestarlo, para no despertar a sus hijos.
—¿Aló?
—Georgia, hola… ¿Cómo ha estado el viaje?
—Hola, Stephen. Ya vamos en camino.
—Lamento no haber podido ir por ellos.
—No hay problema, entiendo que tenías una entrega importante y yo ya estoy en vacaciones del bufete.
—Gracias. Maneja con cuidado. Acá los estoy esperando. ¿Te quedarás esta noche?
—No, dejo a los niños y me devuelvo a Billings, ya tengo reservado el vuelo de mañana a primera hora, para volver a Las Vegas.
—Está bien. Nos vemos.
—Sí.
Colgó la llamada y respiró profundo. Todavía faltaban dos horas para llegar y su trasero ya se encontraba entumecido, aunque era mejor estar dentro del auto con la calefacción y no afuera, donde el paisaje predominante era blanco, muy diferente al paisaje que estaba acostumbrada a ver en Las Vegas.
Prendió el radio a un volumen que la mantuviera despierta, pero que no molestara a los niños y se entretuvo escuchando canciones navideñas y clásicas de fin de año, esas que durante sus veintisiete años de vida la habían acompañado por esas fechas, mientras celebraba con sus padres, hermanos, tíos, primos e hijos.
Los buenos recuerdos se transformaron en melancolía, en especial cuando la primera Navidad de Annie llegó a su mente. Su pequeño Tommy tenía dos años recién cumplidos, mientras que Annie apenas tenía un poco menos de seis meses y ella había vuelto a la casa de sus padres, pues su matrimonio con Stephen había llegado a su final. Las lágrimas se abarrotaron en sus ojos, todavía no lograba adaptarse a la idea de que una chica de diecinueve años ya había pasado por experiencias que otros vivían mucha más adelante o tenían la dicha de no separarse nunca.
—Mami… ¿Ya llegamos?
La voz de Annie la trajo de vuelta a la realidad, con prisa se limpió la mejilla y miró el rastreador para saber en dónde estaban.
—Sí, cariño. Ya estamos llegando —anunció y dos minutos después, estaba entrando en la zona urbana de Glasgow.
El GPS anunció la llegada a su lugar de destino y al mismo tiempo en que apagaba el auto, la puerta se abrió y Stephen salió con una gran sonrisa, esa misma sonrisa de la que Georgia se había enamorado once años atrás.
—¡Papi! —gritó Annie, alertando a Tommy, que estaba dormido hasta ese momento.
La pequeña se apresuró en abrir la puerta del auto y corrió a saludar a su padre con un gran abrazo.
—Mi chiquita —la saludó Stephen, mientras la apretaba contra su pecho —. Ya no estás tan chiquita —dijo y la bajó al suelo, bromeando al sacar la lengua por el peso y tamaño de Annie.
—Hola, papi —dijo Tommy mucho más regulado que su hermana, pero también feliz de ver a su papá.
—Mi niño. —Stephen lo abrazó y dejó un beso en su coronilla —. Tengo algo para ti.
Tommy levantó la mirada y sus ojos se quedaron expectantes, su padre llevó su mano a la espalda y sacó un regalo mal envuelto, pero no importó.
—Feliz cumpleaños, hijo —lo felicitó, así el cumpleaños del niño hubiera sido un mes atrás, pero era la primera vez en diez años, que no pudieron estar juntos.
—Gracias, papá —respondió.
—¡Ábrelo, Tommy! Quiero ver lo que te dio papá —dijo Annie con desespero y a punto de arrancarle el regalo de las manos a su hermano, para abrirlo ella misma.
Tommy lo abrió y su boca se abrió por la sorpresa.
—¡Me encanta, papá! ¡Gracias! —Abrazó a su padre.
—Lo conseguiste… —comentó Georgia, acercándose a ellos y al ver el auto de colección que su hijo llevaba buscando más de un año.
—Hola, Gia —dijo Stephen, acercándose a ella, que venía con los morrales en sus manos.
—Hola, Teph —lo saludó.
—Te ayudo con el equipaje —ofreció, para romper la tensión del momento.
Entre los dos sacaron el equipaje del auto y después entraron a la casa, todo bajo la atenta mirada de sus hijos.
—¿Tienen hambre? —les preguntó Stephen a sus hijos y ambos asintieron insistentemente, robándoles una risa a sus padres —. Pues están de buenas, porque he preparado lo que les gusta —comentó y los niños aplaudieron emocionados.
—¿Escuchaste, mami? —preguntó Annie y Gia asintió.
—No te puedes ir sin comer mi pollo a la naranja —dijo Stephen y ella volvió a asentir un poco dudosa, pero las miradas esperanzadoras de sus hijos la convencieron para quedarse.
Georgia se mantuvo silenciosa, permitiendo que sus hijos conversaran con su padre y lo pusieran al tanto de lo sucedido en esos seis meses sin verse debido al proyecto en el que él se encontraba. El papá los escuchó atento, aunque ya sabía la mayoría de las cosas, solo que era muy diferente escucharlo directamente y no por medio de una llamada telefónica.
El almuerzo no demoró en estar listo, todos se sentaron a la mesa como hace mucho tiempo no lo hacían. Gracias a lo parlanchina que era Annie, el silencio de los adultos no fue notorio, sin embargo, Georgia quería volver a Billings y el tiempo corría en su contra.
—Es hora de irme… —espetó y los dos pequeños hicieron un puchero, pero asintieron —. Se portan bien, le hacen caso a su papá y espero que no se olviden de mí por lo bien que lo pasarán acá —bromeó y ambos negaron.
—Te llamaremos en la noche —prometió Stephen y ella asintió.
La despedida tuvo lágrimas, risas, abrazos y promesas. Gia se mantuvo lo más fuerte posible, pero tenía un nudo en su garganta, pues era el primer año en el que no compartiría con sus hijos ni la Navidad ni el Año Nuevo, lo que la tenía nostálgica.
—Por favor, avísanos al llegar a Billings —pidió Stephen y ella asintió, al tiempo que se subió al auto.
Arrancó, dio la vuelta en la calle, para volver por donde había llegado y las tres manos que se movieron de lado a lado despidiéndola, recibieron una respuesta igual, pero corta de su lado.
Gia no alcanzó a salir del pueblo cuando empezó a nevar y, con cada minuto que pasaba la nieve caía más intensamente dificultando el camino. Cinco minutos después, la vía estaba cerrada con una patrulla de policía con las luces encendidas.
El policía se acercó corriendo al auto y ella bajó un poco la ventana.
—¿Qué pasa oficial?
—Lo siento, la vía ha sido cerrada, pues debido a la nevada un viejo arce se cayó en el camino, unos kilómetros más adelante y se han bloqueado las carreteras de la zona.
—Pero necesito llegar a Billings —dijo ella y el hombre negó.
—Lo siento, señora… El camino estará cerrado hasta nuevo aviso, pues por la nieve las máquinas que retiran el árbol no podrán llegar. Será mejor que regrese a Glasgow.
Gia puso el auto en marcha, no sabía qué hacer, su celular estaba sin señal por la nevada, entonces no le quedó más, que volver. En la entrada al pueblo había un hotel pequeño, pero en toda la entrada había un gran letrero que anunciaba su total ocupación, más adelante otro estaba igual, pero decidió bajarse del auto y preguntar, nada perdía con hacerlo.
—En esta época todo el pueblo tiene la ocupación llena, lamento no poderle ayudar. No hay vacantes —anunció la mujer en la recepción y Gia soltó el aire que estaba reteniendo. Agradeció por la atención y volvió al auto, con sus pies congelados, pues la nieve le los había mojado, además de la incomodidad de caminar con los tacones por el blanco suelo.
Tuvo que quitarse las medias, era mejor tener sus piernas desnudas, que, con el frío de la nieve, pues no quería enfermarse y volvió a poner el auto en marcha. Solo había un lugar al que podía dirigirse, así no le gustara la idea.
El motor del auto se apagó, llamando la atención de los que estaban dentro de la casa.
—¡Mamá volvió! —gritó Annie contenta al ver como Gia se bajaba del auto y caminaba a la entrada.