—¿Y? ¿Qué fue lo que te pasó, Ivy? —dijo esa voz que entró a mí rápidamente. Abrí mis ojos con fuerza y paré mi llanto, ¿estaba abrazando a mi peor enemigo? No me había percatado de aquello pues su abrazo de hacía unos cuantos minutos era dulce y acogedor, consolador y completamente cómodo. ¿Cómo era posible que me sintiera igual de cómo me sentía con Daniel, con un ser tan despreciable como Christopher? Dejé de acomodar mi cabeza contra su hombro y fue entonces cuando me separé unos cuantos centímetros de su cuerpo bien formado. —Ya, suéltame —dije, exigiendo a que me soltara. —No lo creo. —Suéltame, Christopher. —¡No! Hasta que me digas que fue lo que te ocurrió. Hice una mueca de disgusto y entonces comencé a forcejear contra él, pegándole entre su tórax. Pero la diferencia e