Yo sabía que no todo sería como yo quería, pero nunca pensé que las cosas podrían tornarse de esta manera.
¿Tener que despedirme de Europa, para irme a un lugar desconocido como América? Era algo que ni siquiera pasó por mi mente.
Aún lamento haber tenido esa plática con mi padre.
“Si papá lo quiere, yo también estaré de acuerdo”
Nunca lo hubiera dicho… si me hubiera mencionado ese pequeñísimo, pero grande problema. Maldito viejo convenenciero.
Él sabía perfectamente que mi mundo siempre había sido Londres, Europa… no podía despedirme de ello. Ni siquiera de Daniel, mi único mejor amigo.
Por eso lo odio, todo esto no hubiera pasado si mi padre no hubiera recibido aquel estúpido ascenso de la semana pasada.
—¡Es que no es justo! —grité a los cuatro vientos dentro de mi cuarto.
—Ivy, sabes que tu padre te quiere mucho —me dijo Daniel, tratando de consolarme y viendo cómo me movía de un lado a otro.
—Pero, es que no entiendes, nunca se me ha dado hablar bien con la gente, mucho menos hacer nuevos amigos…
¿Qué hacía aquel chico en mi habitación? Pues él era el único amigo que tenía… con el que siempre había contado en los tiempos malos y buenos y que además, le tenía mucha confianza.
Nos habíamos conocido en primaria y desde entonces, siempre hemos sido los mejores amigos. Él era exactamente igual a mí y nos complementábamos en todo.
Nos gustaba estar callados, ser respetuosos y no ser siempre de los que hablaban en las mesas, ya que los dos, éramos de familias muy nobles, siempre nos habían disgustado las personas que se acercaban a nosotros por nuestra fortuna.
Odiábamos a la gente hipócrita, y mucho más a las que se creían más poderosos o superiores a nosotros. Así que solo éramos él y yo: los mejores amigos y los que siempre se habían tenido para cuando las cosas no salían como uno quería.
—Odio a mi padre…
—Ivy, no te pongas así… nunca dejaremos de vernos, ¡y lo sabes! Siempre seremos los mejores amigos —dijo una vez más mi mejor amigo, pero ahora dándome aquel abrazo que necesitaba.
—No creo poder aguantar la hipocresía sin ti —solté con una sonrisa.
—Sobrevivirás, ya veras que nos volveremos a ver, ni creas que te voy a dejar en paz.
Reí bajito cuando terminó de hablar, pero toda felicidad se esfumó, cuando escuché el grito de mi padre desde el piso de abajo.
—¡Ivy! ¡Ya nos vamos!
Me separé lentamente, mirando las orbes verdosas de Daniel, aquellos ojos que me hipnotizaban con una sola mirada… esos ojos que me hacían sentir feliz.
—Recuerda mis palabras, nos volveremos a ver —susurró, mientras me sonreía de oreja a oreja.
Sentí como unas cristalinas lágrimas se acumulaban en mis ojos y comenzaban a brotar lentamente, deslizándose por mis mejillas.
Todo era una pesadilla, no quería irme… no quería dejarle.
—No… ¡No! —Grité con fuerza, mientras me aferraba al pecho de mi mejor amigo, sintiendo como sus brazos me rodeaban y me hacían sentir protegida.
Nos quedamos así por unos cuantos minutos y antes de apretarme lo más fuerte que pudo, me separó de su lado y me secó con su mano las pequeñas lágrimas que aún resbalaban por mi rostro.
—¡Vamos, anímate! Te iré a ver cada mes… y estaremos en contacto por el Internet, a menos que bloquees al único contacto que tienes —dijo dándome un codazo, mientras me mostraba la sonrisa perfecta y que siempre ponía en mí, un gesto que indicaba felicidad.
—¡Cállate! —dije regalándole una sonrisa, antes de dirigirme a mi cama, en donde cuatro maletas estaban perfectamente hechas.
Daniel siempre había sido un chico caballeroso y aún no estaba segura del porqué no me había enamorado de él. Su cabello castaño siempre era perfecto y más con aquella sonrisa que siempre había derretido a cualquiera que lo mirase sonreír.
Estaba claro que ahora tenía que irme, ya que yo se lo había prometido a mi padre, y los Taylor siempre habíamos sido personas de palabra, pero no quería irme, no quería dejar a Daniel… no quería dejar todo lo que era mi mundo por una simple y asquerosa promesa.
—¡Ivy! ¡¿Qué no escuchaste?! —Volvió a gritar mi padre, mientras comenzaba a amenazar a subir las escaleras.
—¡Ya voy! —grité por la puerta.
—Vamos Ivy, yo te ayudo con tus maletas… —dijo mi mejor amigo, no muy feliz.
Me adelanté antes de volver a pensar en el hecho de que tenía que irme, tomé las maletas más pequeñas sin muchas ganas y entonces, Daniel hizo lo mismo.
Mi padre ya estaba esperando debajo, junto a la puerta, con las llaves en sus manos y checando su reloj a cada segundo que pasaba.
Me molestaba, sabía que era difícil para mí despedirme, y él quería que lo hiciera en menos de cinco minutos, porque nuestro vuelo ya casi partía.
—Supongo que este es el adiós —dije finalmente, ignorando por un momento a mi padre, mirando con lágrimas en los ojos a mi mejor amigo.
—No digas eso, ya te dije que nos volveremos a ver —se acercó a mí y sonrió—. No lo olvides, ¿de acuerdo?
Antes de poder responderle, plantó un suave beso en mi mejilla.
No deseaba irme… quería estar a lado de Daniel toda mi vida, él fue el único que me ayudó a superar la muerte de mi madre hace apenas un año, si me separaba de él, estaba segura de que no podría sobrevivir.
—Ivy —presionó mi padre, recordándome el poco tiempo que nos quedaba.
Sin más sonreí a mi amigo, aún con unas lágrimas resbalando por mis mejillas.
—Te quiero —fue todo lo que salió de mis labios, mientras me daba media vuelta y me subía al auto sin mirar atrás.
Sabía que si lo volvía a mirar, ya no podría soportarlo más y terminaría arrepintiéndome de mi decisión… mucho más de lo que ya estaba.
Cerré con fuerza los ojos comenzando a sollozar, sintiendo cómo mi padre se sentaba en el asiento del piloto después de subir las maletas a la parte trasera del auto.
Abrí sólo un poco los ojos para mirar a través de la ventana, notando a Daniel mirando con una sonrisa en sus labios, pero una expresión triste en sus ojos.
—Daniel —susurré, mientras posaba mi mano en la ventana, pero antes de hacer otra acción para salir, mi padre arrancó… alejándome de mi casa, y además, de mi mejor amigo
El silencio se prolongó rápidamente, yo aún me encontraba en la parte de atrás, limpiando las lágrimas que habían comenzado a lanzarse sobre mi blusa al estar observando las calles, las tiendas, toda una vida que estaba a punto de dejar atrás.
—Mi amor, sabes que te quiero… ¡Esto es lo mejor para nosotros! —me dijo mi padre, aun manejando y sin voltear a verme—. Sé que te estoy haciendo mucho daño, pero, algún día vas a agradecérmelo.
“¿Agradecérselo?” ¡Já! Por favor, ¿quién en su sano juicio le agradecería a alguien de haberla separado de la persona que más quería?
—Ya, sólo déjame sola —dije por última vez, antes de que mi padre comprendiera el mensaje y se callara la boca.