Mi mald.ición era que yo nunca olvidaba un rostro. Sí. Lo escuchaste bien, dije mald.ición y es que no lo consideraría un don o talento porque cuando te pasan demasiadas cosas malas como a mí ya dejas de creer que las cosas buenas te pueden pasar. El hombre tenía al repartidor en el suelo, era el mismo hombre que me había ayudado a escoger el juguete de Oli, quien me había ayudado a cargar mis cosas afuera y habia tomado el autobús ese día conmigo. Ese día realmente creí que mi día era bueno, que había sido un golpe de suerte encontrarme a una persona tan buena. Ah, pues mi suerte no era tan buena. –No podemos quedarnos aquí –indicó al ver que ninguno se movía y no hablaba –. Alguien nos verá y llamará a la policía, debemos irnos. El repartidor había quedado inconsciente de la