─¿qué es lo que hace usted aquí? ─pregunta Charles al por fin alcanzar a Fernando en el ascensor.
─No es de su incumbencia. ─suelta antipático.
─¿Tiene algún vinculo que yo deba saber, con la señorita Torres? ─pregunta una vez más.
─¿qué diablos quieren con ella? ─se gira a el.
─Eso no es asunto suyo. ─responde cortante.
─Al demonio... ─balbucea.
─Ella va a estar bien, solo asegúrese de que cuando regrese a su casa, tenga un lugar amable y seguro al que volver. ─dice deteniendo el ascensor y regresando con Edward.
Esto lejos de tranquilizar a Fernando, lo preocupó aún más, ¿qué quería decir? ¿cómo es eso de "cuando regrese a su casa"?
¿No se supone que al estar "prometida" lo más lógico es que dijera que no va a regresar a menos que sea con su esposo?.
En la habitación.
─No se supone que sea así... ─balbucea negando con la cabeza mirando a las personas entrando con cajas enormes.
Edward entra tras ellas, le es imposible no escuchar el balbuceo de Ángel, y aún más cuando esta es la única que parece emitir algún sonido en ella, ya que incluso las mujeres elegantes con enormes y elegantes cajas, parecen caminar como nubes sobre malvaviscos.
─La situación es compleja. ─dice señalando una de las cajas.
─Y ahora, ¿qué sigue? ─destapa una de las cajas. Su mandíbula cae al suelo en su exagerada imaginación, aunque en realidad su mandíbula solo ha caído el limite normal del ser humano. ─esto es...
─Un vestido. ─suelta sin complicación. ─No es apropiado que use su ropa habitual, no si se la verá como mi prometida. ─señala otra de las cajas.
Ahora resulta que no puedo usar mi ropa habitual, después de todo parece que sí logro avergonzar a más personas además de mi madre y su familia. ¿Pero qué diablos estoy pensando?, ¿acaso tengo 12 años?, ¿que mierda pasa?
─Mi ropa no es elegante ni de marca, puedo reconocerlo, pero no necesito algo tan extravagante, ni... tan caro. ─se defiende.
─Lo sé, y no es por mi. Es más por mi madre.
─Creí que su madre...
─Es su apellido. ─dice dejando escapar un suspiro. ─Mi familia ha mantenido una buena reputación por años, y quiero mantenerlo así. ─musita retomando su compostura.
Es extraño que pueda ver lo que siente, o por lo menos imaginarlo bajo todo lo que lleva puesto, la máscara, y toda esa ropa, ¿será que realmente no siente calor jamás?
─Bien. ─asiente. ─pero, si no hay "publico". ─hace la comillas con los dedos. ─quiero poder usar la ropa que traje. Además, no es como que me vaya a quedar un mes, o una semana siquiera.
─Claro. ─insiste en mirar una de las cajas en específico. ─ésta, es para salir del hospital. Estaré aquí por la mañana. ─sale de la habitación sin decir más.
La tarde sola en la habitación ha sido raro, ahora entiendo porque estaba Fernando aquí, ahora él no está y yo solo quiero poder hablar con alguien, aunque a esta hora Sabrina debe estar dormida, sería desconsiderado de mi parte llamar sabiendo lo pesado que es el trabajo.
Dicen que el dinero compra la felicidad, y cualquiera con mi estilo de vida lo piensa así. Sabes que el dinero compra la felicidad cuando te toca contar cada centavo para pagar una cirugía, cuando cuentas las monedas para comprar una libra de pollo, o dudas si comprar para la semana, o las pastillas para la depresión. Pero ahora estoy aquí, en un gran hospital, del otro lado del mundo, atendida por lo que podrían ser, los mejores médicos, y con más de diez cajas con vestidos de lujo, y cualquiera sería feliz con eso, pero no soy feliz.
Sería feliz si mis hijos estuvieran conmigo, si no me hubieran disparado, si tuviera el dinero para mi casa propia, y si no tuviera una demanda ni un estúpido matrimonio falso. Así que no, el dinero no compra la felicidad, por lo menos no la mía.
Conciliar el sueño no fue nada difícil para Ángel, miles de cosas pasaban por su cabeza, Fernando, sus hijos, la boda falsa, la demanda, y todo lo que se venía con esto. La noche fue larga, pero tarde o temprano su cuerpo cedería cayendo al sueño al fin, sin embargo Fernando no pudo dormir, su cama se volvió un áspero espacio lleno de espinas con las dudas que invaden su cabeza. Una maleta estilizada al pie de la cama de la suite, de uno de los mejores hoteles de la ciudad, reposa sin ser alterada desde que fue colocada allí, Fernando yace en la cama con la mirada al techo, donde una hermosa pintura de flores y ángeles lo decoran.
El reloj da las cinco de la mañana cuando presiona el botón de llamada, ha esperado con desesperación por más de una hora, apenas pudo pegar los ojos y la preocupación la despertó.
─¿cómo están? ─pregunta al teléfono en cuanto abre la llamada.
Una gran sonrisa aparece en su rostro, sus ojos brillan y como no era para menos sus lagrimas caen por sus mejillas.
─No sabia que estabas despierto, no sabes cuanto te amo... ─suspira. ─siempre dibujas lindo y sabes que eres muy inteligente, no tienes que preocuparte. Te amo mi amor. ─suelta con genuina emoción.
─¿Debo saber quién es su amor? ─pregunta Edward entrando de manera abrupta a la habitación.
─No sabia que podía hacer eso. ─bufa cubriéndose con la sábana hasta la nariz.
─No está desnuda, ni en alguna posición deplorable. La escuché hablar, me fue imposible asumir que tenía compañía. ─se justifica volteando para la ventana al notar que se sonrojó.
─¿disfruta mirando las alturas? ─pregunta caminando a hurtadillas al baño.
─Evito mirarla avergonzada, es todo. ─ladea su cabeza.
─No es problema, tomaré una ducha. ─dice cerrando la puerta del baño, asegurándose de que él la escuche.
Esto es estúpido. Ni siquiera tiene sentido que me sonroje con algo tan estúpido como un hombre en la habitación, no es como si estuviera desnuda. ─pensó al ver su reflejo en el espejo. ─pero esto no ayuda mucho. ─bufó para sí misma al ver como tiene la herida en su hombro.
─No debería estar por mucho tiempo de pie. ─dice al escuchar la ducha, ignorando que ella está sentada sobre el inodoro, tocando su herida.
─Lo sé. ─responde cortante. ─no tardaré. ─advierte entrando por fin a la ducha.
─Señor. ─toca la puerta Charles. ─el doctor estará aquí en media hora. ─advierte sin entrar.
─Estará lista antes de eso. ─responde abriendo la puerta.
─Todo lo que pidió está ahí. ─deja un par de bolsas de VicS
─Dudo mucho que lo acepte, pero no creo que quieras hurgar su valija, ¿o sí?. ─dice con cierto tono de burla.
─No. No señor. ─niega con la cabeza.
─ Ya te puedes retirar, y asegúrate de que todo esté listo cuando ella llegue a casa. ─advierte alarmado de manera discreta, al notar el brinco que da Charles segundos antes de voltear sagazmente.
─¿quién es ella? ─pregunta saliendo en bata de hospital y bata de baño encima. ¿A mí que me importa quién es quién?, ¿por qué debería importarme?, ¿por qué diablos hice esa pregunta? ─se abofetea mentalmente en cuanto hace la pregunta.
─Usted. ─señala en su dirección, pero sin voltear a verla.
—Quiero que este d