June, agotada y deshidratada tras más de dos días sin comida ni agua, se encontraba en el sombrío calabozo de la mansión del conde Usher. Su cuerpo flaqueaba, pero su voluntad aún resistía, aunque cada minuto parecía más difícil de soportar. El silencio pesado del lugar, interrumpido solo por los ecos distorsionados de la mansión, se mezclaba con la creciente desesperación que comenzaba a nublar su mente.
En la mansión del duque Webster, la tarde se desvanecía en una atmósfera cargada de inquietud. La luz tenue que se filtraba por las cortinas apenas iluminaba el despacho, un espacio que respiraba poder y misterio. James, ajeno a la intrusión, se encontraba en otro lugar de la mansión, mientras en su oficina, en la penumbra, una figura encapuchada aguardaba. El crujido de una puerta al abrirse cortó el aire, y el hombre se preparó. La figura de James apareció en el umbral, sin sospechar lo que le aguardaba en su propia oficina. Este al entrar es recibido por una daga a tan solo unos milímetros de su garganta.
- ¡Ahora es mas fácil matarte, James! - Dice el visitante con alegría en su voz confiado en que ha atrapado a su presa.
- No estés tan seguro, Darius - Dice James observando al hombre frente a él mientras presiona un poco mas la larga aguja en la muñeca del asesino en la cual tiene la daga y otra en su pecho apuntando a su corazón.
- Veo que no has perdido el toque aprendiz. - Dijo Darius al apartarse de James, quien lo observó en silencio mientras colocaba los papeles sobre su escritorio, el peso de las palabras del maestro pesando sobre el aire. La información era clara y aterradora: no solo el conde Usher estaba involucrado en una serie de crímenes horrendos, sino que había algo mucho más siniestro en marcha, algo que comprometía la vida de la vizcondesa Bass. James frunció el ceño, incapaz de procesar todo lo que acababa de escuchar. Pero cuando Darius mencionó que Lizzie, la misma que lo había ayudado en su última incursión, había sido aclamada como la próxima víctima del conde, el pánico se apoderó de él con tal fuerza que casi no pudo disimular su miedo.
-Esto no puede seguir así - murmuró James, más para sí mismo que para su maestro.
Aquel rostro decidido, que durante años había comandado con absoluta autoridad, ahora se mostraba vulnerable. Pero, aunque su corazón palpitaba rápido, James entendió que su próxima jugada debía ser inmediata. - Tengo que actuar antes de que el conde se adelante. La vida de Lizzie depende de esto. - La respuesta fue rápida y firme. Sin perder tiempo, James escribió la nota a mano, la pluma deslizándose con urgencia sobre el papel. - Quiero que difundas de inmediato que estoy comprometido con la señorita Bass, - dictó a Darius. - Y que, antes de que los rumores lleguen a oídos del conde, le pidas una reunión urgente. Será mejor que actúe antes de que él tome el control.
Darius tomó la carta y, con la misma rapidez que había llegado, partió hacia la mansión del conde. En su rostro, Darius pudo ver algo que rara vez había observado en su maestro: una leve inquietud. Era evidente que todo esto iba mucho más allá de lo que parecía a simple vista.
Mientras tanto, en la mansión del conde Usher, las horas se arrastraban con una pesadez opresiva. Dentro de la oscura habitación del palacio, Lizzie, agotada y al borde del colapso, apenas podía mantener los ojos abiertos. Sentada en el suelo de su encierro, su cuerpo reclamaba alimento y agua, pero lo único que le quedaba era su voluntad.
Golpeó la puerta con lo último que le quedaba de fuerzas, su voz quebrada y casi inaudible. - Acepto casarme. - dijo con voz suplicante. - pero por favor, denme algo de comer. -
Las palabras, cargadas de desesperación, flotaron en el aire con la fragilidad de una hoja arrastrada por el viento. Fuera de la habitación, las voces de las sirvientas se oyeron al principio con indiferencia, pero cuando oyeron la petición de Lizzie, algo cambió en el ambiente. La tortura física había dejado de ser su principal tormento; ahora, la desesperación de su alma se filtraba en cada palabra, en cada mirada.
Los ecos de su rendición llegaron hasta el conde Usher, quien, sin prisa, pero con malicia, se acercó al lugar.
Mi querida, veo que por fin comprendes lo que significa rendirse. -suspiro con suficiencia. - todo a su debido tiempo. - murmuró con una sonrisa torcida, mientras la puerta se abría lentamente, dejando entrar a una mujer.