Salimos del departamento, nos subimos a mi auto y conduzco, como cada día, hasta estacionarme frente al gran enrejado. No sé cómo es que el guardia de seguridad nos deja entrar cada vez, no quiero pensar en que es un avance o una esperanza, porque esta visita ha terminado de la misma manera durante dos meses. Nos dejan entrar, ingresamos y cuando Madeline está por bajarse, suspiro y no me contengo. —Madeline, yo creo que ya es suficiente. —Yo creo que hoy sí me escuchará —asegura, rebatiéndome. La miro y quiero sacudirla. —No, Madi, no lo hará. Él no quiere eso, él... —Si insisto un poco será... —¿Un poco? ¿Cuánto más, Madi? Madeline niega con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas, mientras mira a la casa. —Esto ha sido duro para él, entiende que... —¡Entiéndelo tú, maldit