Capítulo Nueve: Ocultas fantasías

1957 Words
Mady abrió los ojos, miró a ese hombre ahí, en la cama, recostado a su lado. Se enderezó perpleja, sin entender, de pronto, los recuerdos de ayer vinieron a ella con rapidez. —¿Me salvó la vida? —dijo como un susurro Jackson abrió los ojos, se levantó con rapidez. —¿Cómo te sientes? Ella miró sus ojos. —¿Qué haces aquí? —Ayer tenías mucha fiebre, quise verificar… —No creas que te voy a agradecer —dijo levantando la barbilla Él tragó saliva no tenía que decirlo, él ya lo esperaba. —Está bien, me estoy acostumbrando a ser tu chivo expiatorio. Ella lo miró con furia. —¿Qué hora es? —Las siete de la mañana. —¿Y qué haces aquí? Ya deberías estar limpiando el colegio Ziegler. Él asintió. Pero, trajo la medicina. —Vamos, toma. —No soy una niña —dijo, le dio una pastilla y un vaso con agua, él sonrió. —Lo sé, solo por favor, Tómalo. Ella tomó la pastilla, la comió, bebió agua. —Me iré a trabajar, adiós. —¿Por qué no huiste? Pudiste hacerlo. Él se detuvo al filo de la puerta. —No me iré, Madison quieres que sea tu saco de boxeo estoy acostumbrado a serlo, si con eso se curan tus heridas, está bien por mi parte. Él salió. Ella se quedó desconcertada. No era lo que quería escuchar fue como si él hubiese golpeado su rostro con un dolor invisible, sus ojos se volvieron dos lagunas por desbordar, cubrió su boca, rompió en llanto «Berti, siempre siento que muero, pero nunca puedo verte, nunca estás aquí, y no sé si algún día te volveré a ver», pensó. Birdy observó a su amigo antes de irse. —Jackson, ¿Pensé que la Chernóbil te había matado o algo peor? ¿Pasaste la noche con ella? Él negó. —¿Hicieron… cositas? —¡No! —Claro, con razón tienes aún tu piel intacta. Jack no pudo evitar reír. —Me besó. —¿Cómo ocurrió ese suceso? —exclamó impactado. —Creo que, me confundió con él. —¿Con quién? Jack llevó a Bridy afuera. —Escucha, estoy aquí porque está mujer es Madison Cruise es la prometida de Albert Ziegler. Birdy no parecía entender. —Es… el hombre que atropellé, es el hombre que murió por mi culpa, ella me odia, me trajo aquí para torturarme. —¡No te pases! ¿Es en serio? ¡Hermano, estás jodido! Tienes tan mala suerte, que creo que, si un perro te orina, te daría buena suerte. ¡Debemos escapar! Ahora que la Chernóbil está herida, vámonos de aquí. —No, no huiré de ella, está bien, quiere cobrarme su dolor, puedo soportarlo. —¿Acaso no tuviste suficiente en prisión, Jackson Lusiak? —No, maté a un hombre bueno, nunca tendré redención. Al llegar al colegio, Jackson se puso el uniforme de afanador, y comenzó a trabajar, los empleados lo miraron extrañados. Adeline y Faith caminaban por el colegio. —¡No puedo creer que el profesor Brown te haya reprobado! ¡Es injusto, deberías hablar con la señorita directora! —No, ¿Para qué? Además, que tal qué el profesor la tome contra mí, no quiero ser su chivo expiatorio. Ya sabes lo que dicen, él tiene su estándar, ni de chiste sería parte. —¿Estándar? —Dicen que las únicas alumnas que pasan en su clase son las bonitas, dicen que ellas le recuerdan a su difunta esposa. —¡Eso es tan extraño y terrible, Faith! Deberíamos hablar —la mirada de Adeline se asombró—. ¿Qué hace el profesor Lusiak? ¿Por qué lo tienen como afanador? Seguro fue la loca amargada de la directora. —¡Adeline! ¿Qué haces? ¡Déjalo en paz! —Profesor, ¿Qué hace? ¿Por qué barre y limpia? Jack se detuvo, esbozó una sonrisa apenada. —Chicas, vayan a clases, ya sonó la campana. —¿Es obra de la cruel directora? Díganos, porque es una gran injusticia. —No, vayan a clases. Faith haló a Adeline, pero, aunque caminaron, ella aún seguía mirando a Jackson. —¡Es tan guapo, Faith! —Adeline, el profesor es atractivo, muy atractivo, está bien, pero, es un adulto, nos dobla la edad, olvídalo, mejor piensa en Marc, él solo tiene ojos para ti, y tú para él. —Marc es novio de Alice, no lo he olvidado, además, yo no quiero a un niño, yo quiero al profe Jack. Faith rodó los ojos. —Adeline, tiene problemas paternales. Adeline hizo un gesto de fastidio. Al llegar al salón, Adeline subió al escritorio. —¡Chicos, atención! ¿Saben cual es la nueva injusticia de la Cruela? Todos la miraron. —¿Qué? —exclamaron —La Cruela se atrevió a poner a nuestro hermoso profesor Jackson a limpiar como afanador. Los alumnos se sorprendieron, miraron por la ventana. —¡Es cierto! —No podemos tolerar lo injusta que es, propongo levantar firmas para que lo regrese a dar clases, pasaré hojas y todos deben firmar. Maddie llegó al colegio, justo antes del cierre de jornada, apenas caminaba apoyada con muletas, pero poco le importaba, cuando de pronto, antes de entrar a su oficina, escuchó el ruido de muchos alumnos acercándose. —¡¿Qué pasa?! Ya es hora de salida, vayan a sus casas o a estudiar a la biblioteca. —Tenemos una solicitud que hacer, señorita directora. Ella arrugó el gesto. —¿Solicitud? ¿Cuál? —Es una solicitud justa, queremos que vuelva a poner en su puesto al profesor Jackson Lusiak de filosofía, aquí tiene son doscientas firmas, no solo de alumnos, también han firmado maestros, es injusto lo que usted hace, es hora de que nos escuche —dijo Adeline—. Por eso entregaremos las firmas a la comisión de ética de estudiantes de Nueva York. Madison tomó la hoja de papel, miró las firmas, vio la de Sabrina quien bajó la mirada con rapidez. Se quedó impactada, muchos profesores se acercaron. —¡¿Quiénes se creen que son?! ¡Yo…! —¡Chicos, escuchen! No es así, la directora no me puso a limpiar, fui yo quien quise hacerlo —dijo Jack irrumpiendo al ver la situación. Madison lo miró con duda. —No se meta… —Espere, directora, miren chicos, en la actualidad, todos debemos ser humildes, aprender sobre los oficios de otros nos hace ser proactivos, empáticos, por eso le pedí a la directora que me dejara ayudar al personal de limpieza, así también contribuí al medio ambiente. Los alumnos se quedaron perplejos. —Pero, profesor, ¡Usted es una gran persona, lo admiramos mucho! —dijo Adeline, sus ojos brillaban como estrellas, Marc que vio eso, se encogió de hombros y salió frustrado. —Ahora, por favor, todo está en orden, vayan a sus casas o a estudiar. Los alumnos obedecieron, los maestros se marcharon. —¿Qué crees que haces? —exclamó Madison en su oído —Salvar tu pellejo, si llaman a la comisión de ética, ¿Acaso no saldrías mal parada? Ella no dijo nada, esbozó una falsa sonrisa. —Profesor Lusiak, es admirable, estamos orgullosos de tener a tan buen maestro aquí —dijo Sabrina Madison alzó las cejas, estupefacta. —Sígame, profesor Lusiak. Él entró a la oficina de dirección. —¿Así que ya conseguiste tu club de fans, contra mí? —Ay, por favor, ¿Por qué siempre piensas que se trata de ti? Te he salvado dos veces. Ella caminó hacia él, lo enfrentó con las manos en la cintura. —Nadie te lo pidió. Jackson sintió que la rabia lo invadía. «Sostuvo su cuerpo, estrechándolo contra el suyo, dejándola perpleja, luego se alejó, tomando su brazo, se sentó en el sillón y la obligó a que se pusiera sobre su regazo con el estómago apoyado en sus rodillas, fue tan rápido que la inmovilizó, le dio esa nalgada y luego otra, escuchándola gemir» —¿En qué estás pensando con esa cara de estúpido? —exclamó Maddie con duda —¿Eh…? —agitó su cabeza, volvió a la realidad, y esta era, si cumpliera su sueño salvaje, ¿Qué podría pasar? Pensó que, ¡Ella lo mataría siquiera, antes de que le tocara un cabello! —Tengo hambre, no he comido nada, me siento mal, no eres la única enferma. Ella hundió la mirada. —Vale, te daré comida, solo porque no quiero que te mueras, antes de que haya terminado mi tortura. Él sonrió ante sus palabras, pero fue sarcástico. Ella se detuvo, no podría caminar más. —Puedo llevarte. Su mirada se volvió feroz. Ella apuntó detrás de él, un carrito de golf. Él la llevó hasta ahí, luego condujo. En la cafetería, por fin comieron, el estómago de Jackson estaba resentido luego de no comer bien por dos días, ella comía un postre de manzana, él devoraba su hamburguesa y las patatas. Luego el fue a traer un refresco que se terminó. Maddie lanzó por accidente la tapa rosca de su botella de agua, se levantó a tomarla, sin ver que ese hombre entró, ella luchó por agacharse, pero no pudo. —Lo haré yo, Madison, no te angusties. Blake Brown recogió la tapa, agachándose a sus pies, pero cuando se levantó pudo sentir como su mirada, que siempre le pareció lascivia, la recorrió, hasta llegar a su rostro, y sonrió, tomó su mano, puso la tapa, aprovechó para no soltarla. —Gracias, Blake, ahora ya te puedes ir. Él sonrió. —Eres muy cínica, Madison Cruise, ¿Por qué te gusta hacer sufrir a los hombres? Ella se liberó de su agarre. —¿Cree eso? Yo pienso que tal vez, si usted tratara a una mujer de su edad, señor Brown, seguro podría tratar a las mujeres cercanas bien, pero, debería ir a casa, la jovencita de dieciocho años con quien sale, lo espera. —De hecho, hemos terminado —él hombre tomó su cabello, y puso un mechón tras su oreja, ella le miró con desprecio—. ¿Le he dicho que me recuerda a mi esposa? Deberíamos salir un día de estos, Madison, la podríamos pasar muy bien. Ella sintió que estaba tan cerca, hasta uso su mano para alejarlo no funcionó, él seguía invadiendo su espacio personal. El sonido de la garganta de Jack aclarándose, los interrumpió. —Traje un poco de jugo, Madison. ¿Todo bien? Blake Brown sonrió, los miró. —Ahora veo, es que estás ocupada con el nuevo afanador. —Es el profesor Jackson, de Filosofía. Blake le miró con rabia, salió sin despedirse. —¡Qué tipo tan… no puedo siquiera explicarlo! —No es mejor que tú. Él miró sus ojos con enojo. —Volvamos a casa —sentenció ella. Ella se quedó dormida en el coche, y él condujo, al llegar, la cargó para llevarla a su habitación. La depositó en la cama. Él le sacó el zapato, revisó su vendaje, supo que necesitaba uno nuevo, fue y trajo vendas, la curó de nuevo. Luego tomó la pomada, debía ponerla en su herida del costado, pero estaba nervioso, no sabía que pasaría si la tocaba. Intentó ponerla, levantó su blusa, lo hizo con suavidad, hasta que ella sintió ese toque, su mano lo tomó con fuerza, dejando la pomada a un lado, ella se enderezó, quedó tan cerca de su rostro, pudo sentir su cálido aliento, sus ojos asustados, sus miradas se encontraron, él deseó sus labios, como nunca deseó nada, ella era adorable ahora, en silencio, y adormilada, él ya no era de hierro.
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