Madison observaba a Peter preparar todo en la biblioteca, puso una mesa para dos, velas aromáticas, la habitación repleta de lirios blancos, y aquel enorme cuadro, la chimenea encendida.
—¿Tienes el menú listo?
—Sí, señora, todo está listo.
—En punto de las nueve quiero todo listo.
Birdy asomó su cabeza, como un mirón nada más.
—¡Mirlo sin alas! Ven aquí —sentenció Maddie al verlo.
Birdy hizo un gesto de fastidio.
—¡¿Para qué me asomé!?
—Por chismoso, no te hagas.
—Es el problema de las arañas, tejen sus telarañas.
Maddie sonrió.
—Toma.
Birdy miró la tarjeta de crédito que le daba, abrió ojos grandes.
—¿Me vas a matar, Chernóbil?
—¡Oh, mirlo de chocolate, que ternura! Me importas lo mismo que un trozo de madera, no, no es a ti a quien quiero matar, ¿Sabes? Vete con Peter, vayan a ver prostitutas, o a comer mierda, lo que sea, diviértanse, no vuelvan hasta el amanecer.
Los ojos de Birdy se abrieron grandes.
—¿Qué es esto? ¿Una trampa? ¿Acaso crees que soy Hanzel y Gretel y puedes dejarme migajas de comida para atraparme?
—Sí —aseveró.
Birdy miró la tarjeta.
—¿Podemos gastar dinero en un casino?
—Lo que quieras, incluso puedes ir a comprar tu bling-bling.
—¡Bruja Muriel! —gritó feliz—. Oye, Chernóbil, pero, ¿A la mañana siguiente encontraré vivo a mi hermano Jack?
Madison esbozó una sonrisa.
—Tal vez…
Birdy corrió a la habitación, miró a Jackson recostado con un libro en las manos.
—¡Hermano, la Chernóbil tiene planeada una jugarreta contra ti, te advierto!
Jack se levantó preocupado, dejando el libro a un lado.
—¿Cómo lo sabes?
—Pues, porque nos envió a Peter y a mí fuera de casa, nos dio una tarjeta de crédito, una ilimitada, así que por eso pienso que hará una de sus diabluras.
Jack le miró estupefacto.
—¿Qué dices? ¿Y que dijiste?
—Pues, ¿Qué iba a decir? Tomé la tarjeta.
Jackson se quedó boquiabierto.
—¡Oh, gracias, Birdy lealtad! ¿Por qué no esperaba más de ti?
—¡Ay, vale! Mira, si la Chernóbil fuera una bruja, o algo que se viera espeluznante, la verdad, quizás si te salvaría, pero ¡No! Tú solito puedes con ella, pero, ya me di cuenta de que te gusta ser dominado, ¡Eh!
Jackson le miró sorprendido.
—¡No!
—Pues, entonces, defiéndete, tú solito puedes domar a la fiera; ve y demuéstrale quien es el hombre salvaje y musculoso caliente, pero estás frente a ella y te vuelves hormiguita.
—¿Y que planeas que haga?
—Ve a la alcoba, tómala entre tus brazos, quítale ese vestidito de Chanel, y acaríciala como el macho que eres, y luego enséñale como te mueves —Birdy movió su pelvis imitando el ritmo de Elvis Presley—. Y le dices, ¡Aquí está tu papi, Chernóbil! ¡Obedece!
Jackson lo miraba aterrorizado, luego le dio un manotazo en la frente.
—Basta, mejor dime que me vendiste por dinero.
—Está bien, sí, te vendí por dinero.
Escucharon la voz de Peter llamando a Birdy.
—Bueno me voy, ¡Diviértete!
Peter entró.
—Señor Jackson, la señora quiere verlo en media hora en la biblioteca, y quiere que use esto —el hombre dejó una caja que parecía contener ropa.
Jackson lo tomó.
Birdy hizo gesto de miedo, luego hizo una señal de la cruz.
—¡Dios te ampare, Jack, si no, llama al diablo, aunque me temo que él está con la Chernóbil!
Jackson miró en la caja, era un traje oscuro, ni siquiera supo si le quedaría bien, pero esperó que sí.
No era un traje nuevo. Pero, notó que era de una buena marca.
Se bañó y se vistió, el traje le quedó bien, casi perfecto, respiró profundo, y fue a donde le dijeron
«Dios, dame fuerzas para soportar lo que sea», pensó
Cuando Jackson entró en la habitación, vio el cuadro de Albert Ziegler sintió un escalofrío en su cuerpo, miró a esa mujer, sus ojos se abrieron enormes, ese lugar era tan ameno, y ella lucía elegante.
—¿Te gusta mi vestido, Jackson?
Él se quedó perplejo ante su pregunta, su mirada recorrió su grácil figura, ella era tan hermosa, su vestido era rosa satinado, con tirantes delgados, lucía bella y sensual al mismo tiempo, él se quedó sin aliento.
Asintió despacio.
—Toma asiento, no te quedes ahí.
Miró alrededor, observó la mesa, velas encendidas, chimenea, música suave.
Se sentó, esperaba algo malo, algo que no ocurría, ella era amable, eso era raro, tenebroso.
—¿Qué te pasa, Jackson?
—¿Qué es esto? Sé que me odias, Madison, ¿Qué clase de trampa es esta?
Ella sonrió.
—Si, te odio, pero hoy es un día especial, un día para celebrar y recordar.
Maddie le puso la servilleta en el cuello y en el regazo, dejándolo perturbado con su sensación.
—Tranquilo, nene, si quisiera matarte, ¿No lo hubiese hecho ya? —dijo a su oído y lo estremeció.
Ella destapó la comida, era una pasta con filet mignon.
Madison vertió el vino y tomó asiento frente a él, degustó.
—Come, hombre, que ni siquiera almorzaste.
Jackson temía, pero decidió que, si iba a morir, lo aceptaría a vivir con la duda, aligeró su guardia y comió, bebió.
Por un instante un silencio los envolvió, solo comían.
Ella levantó la mirada.
—¿Sabes que día es hoy, querido esposo?
Jackson bebió del vino tinto, negó.
—Hoy es el día en que mi amado Berti cumpliría veinticinco años —los ojos de Maddie brillaron de dolor, pero luego sonrió—. Ahora, él estaría sentado frente a mí, vistiendo las ropas que llevas puestas, degustando su comida favorita, bebiendo su vino, viendo a la mujer que ama con el vestido que le fascinaba, escuchando su canción favorita.
Ella encendió la radio Every Woman in the world de Air Supply resonó en la habitación.
—Madison, yo… —la voz de Jackson sonó débil
—Así que, dime, querido esposo, ¿Qué se siente ocupar el lugar en el mundo que debería ser de mi amado Berti?
Jackson sintió que sus palabras dolían más que cada humillación, más que cada golpe que ella le dio, lo estaba matando con pura amabilidad.
Ella bebió de su copa, mirándolo.
—¿Conoces a Air Supply? Una vez Berti y yo fuimos a un concierto, fue una locura, gritar, cantar, era como si el mundo no acabara, como si todo se viviera en un segundo, ¿Te gusta?
—Es una gran banda, son talentosos, pero…
—Pero… —ella alzó la mirada severa
—Bueno… tengo mis canciones favoritas.
Ella sonrió.
—Tengo una canción favorita, es hermosa, pero nunca tuvo sentido para mí, hasta que tú llegaste, y me lo arrebataste todo —mordió sus palabras como pudo, mientras Goodbye resonaba—. Bailemos, querido, bailemos por mis buenos tiempos, se han ido.
Se levantó y le dio la mano. Jackson dudó, pero la obedeció.
Tomó su cintura, acercándola a él, tomó su mano, mientras sus miradas se entrelazaron.
Ojos verdes envenenados de dolor y rabia.
Ojos azules asustados, y atormentados.
Bailando una triste canción de desamor, como dos llamas bailando, agitadas por el viento.
Estaban tan cerca, que Maddie, perdida en la canción, no pudo notarlo.
—Yo… —Jackson sintió su garganta cerrada, pudo sentir su cálido aliento—. Lo siento mucho, Maddie, no hay día o noche que no lo lamente, perdóname.
Ella abrió ojos tan grandes, vio lágrimas correr por el rostro del hombre, se detuvo, él también, estaban frente a frente, aún con manos entrelazadas.
—¿Qué dijiste?
—Lo siento, lamento haber sido el culpable de ese horrible accidente, si pudiera cambiarlo, si pudiera retroceder el tiempo, yo…
—¡Cállate! —ella lanzó manotazos contra él, intentó contenerla, pero ella parecía ahora una fiera herida.
—¡Basta!
La soltó y ella lanzó la radio al suelo, tiró la mesa, las velas casi provocaban un incendio que él contuvo.
Lo miró con odio. Tomó una botella de vino, vertió en una copa.
—Bebe.
Él negó.
—¡Bebe, maldita sea! Vamos, ¿No arrollaste a un inocente estando ebrio? ¡Bebe, maldita sea! Luego conducirás el auto, quiero que sepas que lo volverías a hacer, siempre que puedas, ¡Porque tu maldito error no tiene remedio, hay errores que no los puedes cambiar con tu maldita disculpa! —gritó fuera de sí, rompiendo en llanto, él lanzó la copa al suelo—. ¡Fuera!
Él la miró incrédulo, ella lo empujaba, podía detenerla, pero no tenía el valor, hasta que ella lo llevó fuera de la mansión, cerró la puerta con fuerzas.
Solo entonces, el viento frío caló en sus huesos, era una tormenta invernal cayendo en Genesee.
Jackson se sentó afuera de la casa.
«¿Este es mi castigo, Madison? Está bien, pagaré de nuevo», pensó
Ella estaba tras la puerta, se arrodilló, sollozando sin control, cuando todo quedó en silencio, y el ruido del viento bajó, él pudo escuchar su llanto, se acercó a la puerta.
«¿Madison llora?… mi corazón sangra», pensó, las lágrimas rodaron por su rostro también.