La cegadora luz del sol, iluminaba las copas de los arboles en la lejanía. El canto de las aves rompía el silencio de esa mañana. Cantos fervorosos de los fieles creyentes, llenaban aquella vieja abadía mientras el sacerdote oficiaba la misa ese domingo, dando su sermón tan apasionadamente como le era posible. Virgine alcanzaba a escuchar esos canticos, mientras intentaba encontrar alguna salida de ese lugar. Desde aquel terrible atardecer en el que había despertado y luego, había sido brutalmente mancillada por Rafaell, este no se había aparecido frente a ella, tan solo mandaba a esos sacerdotes o a las monjas, a brindarle alimento. El cuarto era enorme, mas de lo que había sido el suyo; tenia un baño extraño, totalmente diferente a los que conoció y tambien, había un objeto extraño