Araya, la madre de Emilia, fue la primera en acercarse con paso cauteloso y el corazón latiendo desbocado en su pecho. La preocupación se reflejaba en cada arruga de su rostro envejecido prematuramente por las angustias de los últimos meses. —¿Te encuentras bien? —La tocó esperando encontrar algún golpe entre los brazos o costillas, examinando meticulosamente cada centímetro de piel visible para así tener evidencias contundentes de que Iker Lanús estaba maltratando a su hija. Sus manos temblorosas recorrían el cuerpo de Emilia con desesperación. —Mamá, estoy bien —dijo Emilia retirándole las manos que tocaban su cuerpo con una mezcla de fastidio y comprensión hacia la preocupación de su progenitora— ¿Qué haces aquí? —miró a los demás presentes con confusión creciente, y deparó la mirada