Una docena de autos lujosos, relucientes bajo el sol de la mañana, se detuvieron majestuosamente frente a la imponente iglesia colonial. Del vehículo principal, un Rolls-Royce Phantom n***o con detalles cromados que resplandecían como joyas, se abrió suavemente la puerta y bajó una figura imponente, elegante y glamorosa que inmediatamente captó la atención de todos los presentes, quienes esperaban a fuera ansiosos la salida de los novios.
Una gafa de sol de diseñador italiano cubría los profundos ojos negros como el ónix pulido. A pesar de tener unas facciones atrayentes y encantadoras que parecían esculpidas por un artista renacentista, el aura que expresaba su perfecto rostro aristocrático; limpio, suave y puro como la más fina seda oriental, destellaba una innegable frialdad y rudeza que hacía estremecer a cualquiera que osara sostenerle la mirada por más de un instante.
Dando fuerte pisada con sus zapatos italianos hechos a mano, subió los escalones de mármol de dicho lugar sagrado y se adentró en la iglesia con paso firme y decidido, mientras el eco de sus pasos resonaba en las antiguas bóvedas. La docena de hombres que lo acompañaban, todos vestidos con trajes negros impecablemente planchados, le siguieron como sombras silenciosas y amenazantes.
Ante los pasos apresurados que resonaban en el recinto sagrado, todos los invitados voltearon a ver con evidente inquietud. Cuando observaron la docena de hombres vestidos de n***o como cuervos presagiando una tormenta, dirigirse hacia el altar donde se encontraba la radiante pareja de enamorados a punto de sellar su amor ante Dios y la sociedad, los ahí presentes declinaron la cabeza en señal de sumisión y respeto. El hombre más poderoso e influyente de todo Pyongsong -Corea del Norte-, temido por todos y respetado por las altas esferas del poder, se había hecho presente en aquella ceremonia que estaba a punto de transformarse en un acontecimiento inolvidable.
Una vez que cruzaron el elaborado mural de la entrada, decorado con escenas bíblicas de brillantes colores, los pasos se hicieron suaves sobre la alfombra roja central. El alto hombre, de cuerpo bien definido por años de disciplinado ejercicio, levantó su mano con un gesto autoritario y todos se detuvieron como si fueran marionetas controladas por hilos invisibles. Solo él, como un depredador acechando a su presa, caminaba hacia el altar decorado con arreglos florales blancos y dorados.
Los novios estaban tan absortos y entretenidos con el solemne relato del anciano sacerdote que oficiaba la ceremonia que, ni cuenta se dieron de las amenazantes presencias que se habían materializado silenciosamente detrás de ellos como sombras surgidas de una pesadilla en pleno día.
—Emilia Casper, ¿acepta por esposo a…? —comenzó a preguntar el sacerdote ajeno a lo que estaba a punto de suceder.
—¡No! —se escuchó una voz profunda y autoritaria proveniente desde atrás, cortando el aire como un cuchillo. La joven vestida de novia se giró lentamente, para ver quién había respondido por ella—. No va a casarse hoy ni nunca con este hombre.
—¿Por qué razón interrumpe esta sagrada ceremonia? —Inquirió el sacerdote.
—Porque ella me pertenece —bastó un sutil movimiento de sus manos, como un director de orquesta comandando a sus músicos, para que los hombres que lo acompañaban se movieran con precisión militar y agarraran a Emilia de ambos brazos y procedieran a sacarla en contra de su voluntad. Mientras lo hacían, sus gritos de protesta resonaban en las bóvedas de la iglesia.
Todos los presentes conocían a ese hombre poderoso, y aun cuando la familia Cásper era de buena posición social y considerable influencia en los círculos más exclusivos de la ciudad, no podían ni siquiera pensar en intervenir en esa orden directa. Hacerlo sería como desafiar a la muerte misma, y desafiarlo era sentenciar no solo la ruina económica y social, sino potencialmente la propia existencia.
—Señor, por favor —dijo el novio con voz temblorosa, mientras gotas de sudor frío resbalaban por su frente—. No puede llevarse a mi novia así como así…
Ni siquiera lo dejó terminar de articular su súplica desesperada, cuando ya le respondía con el peso de su autoridad absoluta.
—¡No es tuya, nunca lo fue! —refutó expandiendo una mirada escalofriante que heló los huesos del individuo y pareció c******r el aire mismo de la iglesia— ¡Es mía, siempre lo ha sido y siempre lo será! —sin decir más palabras, se dio la vuelta y marchó con la elegancia de un felino salvaje.
A Iker Lanús, el hombre más temido en toda la región, nadie podía contradecirlo ni cuestionar sus decisiones. Cuando él tomaba algo o a alguien bajo su dominio, ninguna fuerza humana podía impedirle que hiciera uso de aquello que consideraba suyo, y quién se atreviera a desafiarlo, inevitablemente terminaría dentro de una fosa olvidada o abandonado por las calles moribundo como un perro sarnoso, sirviendo de ejemplo para otros que osaran desafiar su voluntad.
La procesión de docena de autos lujosos, encabezados por el Rolls-Royce principal, se adentró con precisión milimétrica en la villa privada de Iker Lanús, una fortaleza moderna rodeada de jardines impecables y sistemas de seguridad de última generación. Con movimientos estudiados, este sacó un tabaco de una elegante cigarrera de oro y, manteniéndolo un momento entre sus definidos dedos, jugó con él como si fuera una pequeña obra de arte, antes de encenderlo con un mechero de platino grabado con sus iniciales.
Su chofer personal, anticipando las preferencias de su jefe, hizo rodar silenciosamente los vidrios oscuros blindados para que los delgados dedos de su empleador pudieran sacudir las cenizas fuera del lujoso interior del vehículo. La mirada serena y penetrante de aquellos ojos negros como pozos sin fondo se concentró en la joven que sus hombres, con movimientos precisos y profesionales sacaban de otro coche. No la perdió de vista ni un solo instante, como un halcón siguiendo los movimientos de su presa, hasta que la ingresaron a la villa.
—Señor, ¿considera necesario aumentar el perímetro de vigilancia? —preguntó su jefe de seguridad con tono discreto.
—No será necesario, Yosef. Encárgate personalmente de hacer desaparecer todos los videos de las cámaras de seguridad de la ciudad, y asegúrate de que nadie, absolutamente nadie hable sobre lo sucedido hoy. Y lo más importante: que ni una palabra de esto llegue a sus oídos. Ella no debe enterarse bajo ninguna circunstancia.
Ante la orden inequívoca de su jefe, Yosef asintió con la eficiencia de años de servicio leal.
—Será ejecutado inmediatamente, señor. Me ocuparé personalmente del asunto.
Iker bajó del coche con la gracia natural de un depredador, se dirigió hacia la entrada principal de la villa privada mientras seguía fumando aquel cigarro de primera calidad. Antes de ingresar, con un gesto que denotaba años de refinamiento, aplastó la colilla en un discreto cenicero integrado en una de las enormes columnas de mármol, limpió sus dedos con un pañuelo de seda y prosiguió su camino con paso decidido.
—Joven maestro —su mayordomo principal, Omar, lo recibió con la discreción y eficiencia que lo caracterizaban—. La señorita Cásper se encuentra instalada en la habitación que ordenó preparar con anticipación. ¿Necesita que le facilite el acceso a la puerta?
—Gracias Omar, no será necesario por el momento. Estaré en el despacho atendiendo asuntos pendientes.
—Debo informarle que en el despacho lo espera su primo, señor. Llegó hace aproximadamente veinte minutos.
Iker Lanús soltó un suspiro casi imperceptible de resignación y se dirigió con paso firme hacia dicho lugar.
—¿Qué asunto te trae por aquí? —preguntó mientras desbotonaba con elegancia su traje de diseñador y se acomodaba en su silla de cuero detrás del imponente escritorio de caoba.
—Vine a verificar el estado del fugitivo. Han pasado semanas desde tu recuperación y te mueves por la ciudad como si las heridas que portas no fueran más que insignificancias.
—Son exactamente eso: insignificancias que no merecen atención —sacó otro tabaco de su cigarrera y volvió a rodarlo entre sus dedos con gesto pensativo, mientras su mente ya planeaba sus siguientes movimientos.
—¿Quién es la misteriosa mujer que tus hombres acaban de ingresar a la mansión con tanta premura y sigilo? —inquirió con genuina curiosidad.
Aquellos labios gruesos y perfectamente delineados se abrieron con elegancia estudiada para colocar el tabaco importado en medio de ellos. Tras encenderlo con movimientos pausados, miró fijamente al doctor mientras el humo ascendía formando espirales hipnóticas en el aire, con una intensidad que podría hacer temblar al más valiente.
—Un consejo, querido primo: olvida completamente lo que acabas de presenciar, no hagas preguntas innecesarias sobre asuntos que no te conciernen, y así tendrás la fortuna de vivir una larga y próspera vida —respondió con voz aterciopelada que ocultaba una amenaza velada.
Eren sonrió con resignación, pues ya estaba acostumbrado a las respuestas enigmáticas y cargadas de doble sentido de su primo. Sin pronunciar palabra alguna, se levantó del sillón de cuero con movimientos calculados. Antes de dar la vuelta, se detuvo un momento y dijo con voz preocupada —Solo te pido que no te encariñes demasiado, recuerda que—… la mirada gélida y amenazante de Iker le hizo guardar silencio instantáneamente—. Está bien, me retiraré ahora mismo. No olvides tomar la medicina que te prescribí —las espesas pestañas de Iker bajaron lentamente, cerrando sus ojos en un gesto que denotaba que la conversación había terminado. Fue señal más que suficiente para que Eren comprendiera que era momento de marcharse sin más cuestionamientos.
Una vez que Eren Lanús se retiró del despacho con paso apresurado, Iker se giró elegantemente en su lujoso asiento de cuero, levantó la pierna derecha dejándola doblada sobre la izquierda. Centró su penetrante mirada hacia el exterior a través de los ventanales que iban del suelo al techo, contemplando el cielo azulado que, en ese peculiar día de primavera se mostraba completamente despejado, sin una sola nube que manchara su perfección, como si incluso la naturaleza supiera que debía mostrarse inmaculada ante su presencia.
Tras soltar un profundo suspiro que revelaba la complejidad de sus pensamientos, se levantó con la gracia natural de un depredador. Con un movimiento preciso de su mano, llamó al mayordomo principal para que procediera a abrirle la puerta de la suite especialmente preparada donde se encontraba recluida Emilia Cásper, aquella mujer que había perseguido en sus sueños durante incontables noches.
En el momento exacto en que el metálico sonido de las llaves resonó contra la cerradura de seguridad, la joven que permanecía sentada en la majestuosa cama se tensó visiblemente, como una gacela que presiente la proximidad del león. Aquellos extraordinarios ojos verdes, brillantes como esmeraldas pulidas, se abrieron desmesuradamente mientras esperaba con temor y fascinación a que la persona del otro lado de la puerta ingresara a la habitación.
—¡Gracias! —tras escuchar esa voz profunda y autoritaria, la saliva en su garganta descendió pesadamente, mientras un escalofrío recorría su espina dorsal.
Iker introdujo sus manos perfectamente cuidadas en los bolsillos de su costoso pantalón de diseñador y caminó con paso deliberadamente lento, manteniendo su mirada penetrante centrada en el suelo de mármol. Cuando finalmente atravesó el pequeño pasillo que servía como antesala y que impedía la vista directa de la cama desde la entrada, levantó su rostro aristocrático y fijó sus ojos oscuros en ella. La visión lo dejó momentáneamente sin aliento -era verdaderamente sobrecogedor contemplar en carne y hueso a la mujer que había protagonizado cada uno de sus sueños durante los últimos años-. La había soñado tantas veces y con tal viveza que incluso había ordenado la creación de un enorme retrato al óleo, aunque ahora podía confirmar que ninguna pintura podría jamás capturar la verdadera belleza que emanaba de su presencia.
—¿Sabes quién soy? —asintió, mientras los recuerdos inundaban su mente.
Hace un par de años, las noticias internacionales y locales se llenaron con fotografías de ese hermoso e inolvidable rostro que ahora tenía frente a ella. Verlo tras esa pantalla de cristal provocó una oleada de sentimientos intensos y desconcertantes jamás antes experimentados en sus años de vida.
Durante meses, incluso llegó a soñarlo con una viveza extraordinaria, y cada sueño recurrente la hacía sentir más perturbada e insana, pues estaba comprometida desde su nacimiento y no debía fijar sus ojos ni permitirse sentir nada por otro hombre que no fuera su prometido, aquel con quien había crecido— ¿Me has soñado? —las mejillas tersas de Emilia se sonrojaron intensamente, mientras bajaba la mirada avergonzada, dejándola clavada en el suelo de mármol que decoraba aquella lujosa habitación.
No comprendía cómo ese enigmático hombre le preguntaba cosas tan íntimas que habían sucedido en la privacidad de sus pensamientos nocturnos.
Las dudas la asaltaban sin cesar: ¿Por qué le preguntaba específicamente si lo había soñado? ¿Acaso sabía, de alguna manera misteriosa, que desde hace tres años lo tenía presente en sus sueños más profundos? O quizás era una simple casualidad del destino que jugaba con sus emociones.
Estaba tan absorta en el torbellino de sus pensamientos confusos que ni cuenta se dio cuando aquel alto y elegante hombre, de rostro glamuroso y encantador como el de un ángel renacentista, se acercó sigilosamente a ella. Solo sintió los dedos largos y cálidos de aquel desconocido, intruso persistente de sus sueños más íntimos, enganchándose suavemente en su mentón y elevándole el rostro con una delicadeza que contrastaba con su imponente presencia.
La mirada oscura y profunda como la noche se conectó con la verdosa cual esmeralda, aquellas perlas brillantes reflejaban su rostro como un espejo del alma. Un choque de electricidad inesperado sacudió sus corazones mientras mantenían la mirada conectada en un instante que pareció eterno. Era una oleada de sentimientos abrumadores que no sabía de qué parte del universo o como habían surgido tan repentinamente. Iker bajó la mirada hacia aquellos labios rosados que deseaba probar desde hace tanto tiempo, quería descubrir si sabían tan dulces como en sus recurrentes sueños. Estaba por acercarse cuando ella musitó con voz temblorosa.
—Señor Lanús —el corazón de Emilia palpitaba desbocado, retumbaba con tanta fuerza contra sus costillas que parecía querer salir de su órbita natural. Era como si de repente ese hombre misterioso abarcara por completo su corazón con sentimientos inexplicables y avasalladores— ¿Por qué me secuestró? —quiso romper la tensión eléctrica que flotaba en el ambiente, esperaba que después de esa pregunta directa, Iker se alejara prudentemente, sin embargo, él solo hizo un leve movimiento calculado del rostro y continuó mirándola fijamente, manteniéndola hipnotizada bajo el peso de su mirada penetrante.
—Por qué. Porque eres mía —Emilia quiso retirarse bruscamente ante tal declaración, no obstante, sus pies temblorosos se enredaron con la alfombra persa y estuvo a punto de caer aparatosamente.
Con una rapidez felina, Iker la sostuvo firmemente. Desde la cintura la agarró con decisión y ajustó a su cuerpo atlético. El calor que emanaba envió una corriente eléctrica por toda su piel sensible, recorriendo cada centímetro de su ser.
¿Qué extraño poder tenía esta mujer sobre él? ¿Por qué esta desconocida le producía aquellas tensiones inexplicables? ¿Por qué le resultaba imposible alejarse de su presencia magnética? Estaba completamente cautivado por ella.
—¿Suya? —musitó con los labios temblorosos cual hojas al viento— No... no soy suya... yo soy... de Kaan —la mandíbula perfectamente cincelada de Iker palpitó visiblemente, su entrecejo se frunció con disgusto, aquellos ojos profundos se oscurecieron aún más, lanzando destellos de fuego en la mirada penetrante—. Es con él con quién estoy comprometida desde que nací, por decisión de nuestras familias. Es con él, con quién me casaré.
Iker humedeció sus labios con gesto pensativo, su mano libre la subió con delicadeza y con el pulgar acarició el labio inferior de Emilia, subió la mirada intensa y expuso con voz profunda—. Tú, eres mía por designio del destino. Te convertirás en mi esposa, y no en la esposa de ese perdedor —la soltó con suavidad, dejándola caer sobre la cama de doseles.
El cuerpo esbelto de Emilia se tensó involuntariamente cuando lo vio acercarse y asentar las manos sobre el colchón de plumas—. Eres mía, en esta vida y en la otra, serás mi mujer —aseguró con convicción. Seguido bajó la mirada al pecho de Emilia, al notar la antigua cicatriz en el centro, inconscientemente llevó su mano derecha hacia ella, antes de tocarla, ella le detuvo la mano con firmeza.
Sin pronunciar palabra alguna, Iker se alejó con dignidad, dio media vuelta y se marchó con paso firme. Al llegar a la espaciosa sala decorada con antigüedades, su fiel mayordomo lo detuvo con preocupación—. Joven maestro.
—Solo dime Iker —soltó al tiempo que vertía un costoso licor ambarino en la copa de cristal tallado.
—No puede tomar alcohol, está siguiendo un tratamiento con medicamentos importantes —Iker movió la mano aristocrática en el aire en señal de que le importaba poco la medicina prescrita.
—¿Qué ibas a decirme con tanta urgencia?
—A fuera está la distinguida familia de la señorita Cásper. El joven maestro de los Cásper solicita verlo inmediatamente.
—Osado Adem —sonrió con ironía y bebió un sorbo—. Veremos qué pretende ahora.
Dando pisadas firmes y resonantes sobre el mármol, Iker salió de la majestuosa villa, dirigiéndose hasta la entrada principal— ¡Adem! —verbalizó con evidente mofa en su tono. Este se giró rápidamente y lo fulminó con una mirada cargada de desprecio ancestral.
—Entrégame a mi hermana inmediatamente, Lanús. No voy a permitir bajo ninguna circunstancia que lleves a Emilia por el mismo destino trágico y oscuro que... —las palabras de Adem se interrumpieron bruscamente.
Iker, con una velocidad sobrenatural y una fuerza descomunal, le agarró del cuello y lo sacudió violentamente contra la pared de piedra— ¡Cierra la maldita boca de una vez! —rugió con una voz que hizo volar las aves de los árboles, mientras Adem lo miraba con un desprecio ancestral que parecía transmitirse de generación en generación—. Emilia será mi esposa, está escrito en las estrellas y ni tú ni tu familia podrán evitarlo.
—¡No! ¡Jamás permitiré que la arrastres a tu mundo de oscuridad y destrucción! —exclamó Adem con una determinación que emanaba de lo más profundo de su ser, mientras sus ojos destellaban con una mezcla de rabia y temor por el destino de su hermana.
—¡Si! —proclamó Iker al empujarlo con tal fuerza que Adem trastabilló varios pasos hacia atrás— Ve y dile a tu honorable padre que lo espero esta noche en mi residencia, pediré formalmente la mano de Emilia siguiendo las tradiciones ancestrales, y nos casaremos mañana al amanecer, cuando las primeras luces del sol toquen la tierra —dicho eso se dio la vuelta con elegancia, dejando tras de sí una estela de autoridad indiscutible.
—Estás maldito por los antiguos dioses, Iker Lanús. No puedes convertir a mi hermana en tu esposa, no después de lo que le sucedió a la última mujer que osó comprometerse contigo. La maldición que corre por tus venas terminará destruyéndola como destruyó a todas las demás —las palabras de Adem resonaron en el aire como una profecía ominosa, cargadas de un conocimiento ancestral que parecía provenir de los confines más oscuros del tiempo.