Soraya
Observando el movimiento fuera del coche, entrelazo mis dedos con los de Leandro. Hoy por fin me libraré de Sebastián. Firmaremos el divorcio y me casaré con mi millonario, como siempre soñé, teniendo la vida que siempre quise. No fue fácil para mí destacar entre las muchas empleadas con las que él se relacionaba, pero utilicé mis mejores armas, mis juegos de seducción, esperando a que todos se fueran a dormir y yendo a su habitación a altas horas de la noche, solo con mi lencería debajo. Gané limpiamente y estoy orgullosa de ello.
— Meu amor. - Levantó nuestras manos y depositó un ligero beso sobre mi piel. — Espero darte todo lo que esperas de mí.
Fortuna, éxito, fama...
— Que pueda convertirte en la mujer más plena de esta vida.
— De eso no tengo ninguna duda. Elegirte fue la mejor decisión de mi existencia. El solo hecho de estar conmigo, acompañándome a firmar los papeles del divorcio, demuestra lo hombre digno y leal que eres. Estoy segura de que cuando firme los papeles del matrimonio más adelante, no me arrepentiré de haber seguido a mi corazón.
— Confieso que no quería el desprecio de Sebastián, uno de los mejores peones de mi granja. Pero tampoco podía ocultar la atracción que siento por la hermosa mujer que tengo delante. Sus curvas, sus labios carnosos, sus pechos llenos, siempre han despertado mi imaginación de tenerla entre mis brazos.
— Y ahora soy toda tuya.
Acerco nuestros labios. Siento el roce de su pelo arañando mi piel. Leandro é prefeito de Años. A la altura de mis veinte años, no me importa la edad que tenga, siempre que satisfaga mis necesidades, y eso es lo que está haciendo. Sus gruesas manos se introducen en el dobladillo de mi vestido, calentando lo que hay debajo. Me derrito entre la piel, ablandándome en sus dedos.
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— ¿Eres consciente del paso que estás dando?
— Sí. Respondemos al unísono.
— Firmen y estarán divorciados.
Sebastián es el primero en firmar.
Con un leve suspiro, sonrío a mi hombre. Este é meu momento, lo que más ele deseado durante mucho tiempo. Siento el dulce sabor de la victoria y el agradable olor del dinero. Sujeto firmemente el bolígrafo entre mis dedos y sentencio mi destino. Leandro e seu hemos firmado o contrato matrimonial. Mi pecho arde de emoción. Senhora Soraya de Agar. Ahora sí, ahora seré feliz.
— Bueno, tengo una reunión importante antes de viajar. - Leandro me sujeta la barbilla. Sonrío levemente — Espérame como me gusta, esposa mía.
— En bragas y sujetador.
— Ya lo sabes.
Nos besamos. Incluso con los ojos cerrados, noto los movimientos de Sebastián. Sé que se está muriendo por dentro y eso me calienta. Es bueno ver lo que ha perdido y que nunca recuperará. Que muera condenado a esta vida medíocre.
Después de que Leandro se fuera, cojo mi bolso y las gafas de sol para marcharme definitivamente, pero un impulso incontrolable de humillar a mi exmarido me golpea, así que lo hago. Golpeando mis talones, me paro frente a él.
— Has conseguido lo que querías. Te felicito. Por fin tendrás la vida de lujo con la que has soñado.
— Gracias. Tengo que confesar que unas cuantas veces dudé de que alguna vez saldría de este lugar, y mira, lo hice. - Suspiro profundamente. — Mi corazón está en paz, tan en paz que incluso voy a ver si los restos que he dejado se parecen a mí.
Él me detienen de inmediato. Con manos firmes, Sebastián me mira de una forma que nunca antes había visto, como un asesino, a punto de avanzar sobre mi cuello.
— Te dije que no volvería a acercarme a ellos.
— No puedes hacerlo. Son mis hijos. Aunque no los quiera. Salieron de mi vientre, así que tengo derecho sobre ellos.
— Tu derecho terminó con la firma de este divorcio. Con tu preferencia por el dinero sobre tu familia. No bromeaba cuando dije que no te acercarías más a nosotros. Mis hijos crecerán sin madre y, cuando recapaciten, les diré que eres una prostituta y por qué los abandonaste.
Sacudo la cabeza.
— Como quieras.
— Ahora vete, vete de aquí. No quiero que ensucies esta tierra con tu inmundicia. Al diablo contigo y con tu dinero. Adiós Soraya.
Recojo mi postura y me giro hacia la puerta. El llanto de un niño me paraliza. Miro hacia atrás y veo que le entregan los gemelos a Sebastián. Con toda la ligereza del mundo, los coge en brazos. Sonríe como un tonto y les hace sonreír a ellos también. Los dejo con la certeza de haber tomado la decisión correcta. No tendré que soportar llantos, cólicos y noches en vela en el hospital. Lo único de lo que tendré que preocuparme a partir de ahora es de lo rica que estoy, de si tengo el pelo sedoso, las uñas arregladas y la piel aterciopelada.
— ¡Vagabunda! - Me golpea algo que no puedo identificar. Huelo un fuerte olor a huevo, resbala y cae al suelo.
— ¿Quién me ha tirado eso? - Me doy cuenta de que estoy rodeado de alborotadores que trabajan en la granja. Tienen escobas y herramientas en las manos. — Leandro os expulsará.
— ¡Cobra!
Soy inundada con lanzamientos violentos. Huevos, plátanos y barro son algunas de las cosas que identifico. Los ojos se me llenan de agua. Intento salir, pero mis zapatos se rompen al pegarse al barro.
— ¿Quién te crees que eres? ¡Soy tu dueña, merezco respeto!
— ¡No respetamos a una mujer que abandona a sus hijos recién nacidos!
Continúan golpeándome hasta que uno de los hombres a cargo me escolta hasta mi coche. Aprieto los puños y con todo mi odio dejo escapar un grito de mi garganta.
— ¡Malditos seáis! ¡Cerdos! Os merecéis la mediocridad. Morid en esta tierra de mierda. ¡La insignificancia es el lugar de los pobres como vosotros!
El fuerte olor me escuece los ojos. Con rabia, intento eliminar todo el contenido posible arrojándolo por la ventana. Me quito los zapatos y también los tiro. No quiero llevarme nada de este lugar. Ni siquiera el polvo de mis zapatos. Escupo fuera. No volveré a pisar esta tierra. Pandilla de desgraciados.
Con el coche en marcha, me permito tumbarme y llorar. Nunca me he sentido tan humillada en mi vida. Me abrazo al cuerpo como la frágil niña que soy. Sebastián debe de haberlo preparado todo. Solo me odia porque no fue lo bastante hombre para mantenerme a su lado. Tarde o temprano me pagará por esta humillación, o no me llamaré Soraya de Agar.