CAPÍTULO XI LO QUE OÍ DESDE EL BARRIL —¡NO! ¡yo no!, decía Silver. Flint era el Capitán: yo no era más que contramaestre, con mi pierna de palo. En el mismo abordaje perdimos, yo mi pierna y el viejo Pew la vista. Me acuerdo que fué un cirujano recibido, con su título con muchos latines, que no había más que pedir, el que me aserró esta pierna; pero todas sus retóricas y sus serruchos no lo libraron de que lo ahorcáramos como á un perro y lo dejáramos secándose al sol en el castillo del Corso. ¡Esos eran los hombres de Flint, esos, sí señor! Eso también fué el resultado de cambiar nombre á sus navíos, Royal Fortune y otros. Pero yo digo que el nombre con que han bautizado á un navío es el que debe quedársele. Así sucedió con La Casandra que nos trajo sanos y salvos á nuestra casa después