5| Un tacón roto

1419 Words
Sentada en el borde de la cama, Alison estiró sus brazos mientras miraba el reloj sobre su mesita de noche. Aún tenía tiempo antes de tener que estar en la firma, pero la ansiedad que golpeaba su pecho la hizo levantarse antes de que siquiera los rayos de sol se asomaran por la ventana. Se levantó despacio, observando el entorno familiar del pequeño departamento que había alquilado al llegar a Nueva York. No era un lugar lujoso, ni mucho menos. Las paredes mostraban los años que llevaba sin ser renovado, y los muebles, aunque funcionales, tenían un aire desgastado. Alison dio un vistazo al lugar, y un suspiró abandonó su garganta, por lo menos era suyo, por ahora. Apretando los labios, Alison caminó hacia el armario donde colgaba su limitada selección de ropa profesional. Deslizó los dedos por los colgadores hasta detenerse en su conjunto favorito que contaba de una falda negra de talle alto y una chaqueta a juego. No eran prendas de marca ni tenían la calidad de los trajes que usaban otros abogados de la firma, pero le quedaban bien. Le daban la apariencia pulida que necesitaba para enfrentar el día, y eso era lo importante. Lo tomó y lo extendió sobre la cama, para luego dirigirse al espejo del baño. Alison se recogió el cabello en un moño bajo, tirando de algunos mechones hasta que todo estuvo perfectamente ordenado. Su cabello oscuro siempre había sido su orgullo, con suaves hondas y fuerte, igual que el de… su madre. Pensar en ella siempre le dejaba un sabor amargo en la boca. Su madre se había marchado cuando Alison era apenas una niña, dejándola únicamente con su padre. —No pienses en eso ahora —se dijo en voz alta, sacudiendo la cabeza como si con eso pudiera alejar los pensamientos que la acechaban de vez en cuando. Alison volvió al dormitorio y se puso la falda, ajustándola con cuidado en la cintura. Era de un gris oscuro. La chaqueta le quedaba ligeramente entallada, dándole una figura profesional y segura. Mientras se abrochaba los botones, su mirada se desvió hacia la blusa que había colocado sobre una silla. Se trataba de una prenda blanca sencilla, se ajustaba de forma perfecta a su figura, pero el escote era un poco más profundo de lo que prefería para una jornada laboral. Alison frunció el ceño, pensando en lo inapropiado que se sentiría si no ajustaba el escote. Fue entonces que recordó el broche que su padre le había regalado cuando terminó el colegio, el único recuerdo físico que aún conservaba de él. Caminó hacia la pequeña cajita de madera dentro del armario y tomó el broche de plata con un diseño delicado, nada ostentoso, pero muy especial para ella. Lo tomó y lo abrochó en el borde de la blusa, cerrando el escote con un gesto casi automático. Mientras lo hacía, recordó a su padre, un hombre bondadoso que quedó devastado tras el abandono de su madre, la presión lo había consumido. Primero, el alcohol, luego las deudas, y finalmente, su corazón no pudo más. Había muerto de un infarto dos años atrás, y Alison, sin nadie más a su lado, tuvo que vender la casa que habitaban para pagar las deudas que él había dejado. Con el dinero restante, terminó de costear su carrera universitaria. Un suspiro largo escapó de sus labios mientras terminaba de ajustarse la chaqueta. No se consideraba una mártir. En muchos sentidos, la muerte de su padre la había liberado de una carga que la estaba asfixiando. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, una parte de ella se había sentido aliviada cuando finalmente no tuvo que preocuparse por él, por sus deudas, por los constantes problemas que el alcohol traía. Se sentía culpable por ese pensamiento, pero no podía negar que, sin él, había logrado concentrarse en su futuro, en su carrera. Y eso la había llevado hasta donde estaba ahora. —Es lo que es —murmuró, mientras se miraba al espejo por última vez. Ajustó el moño de su cabello, asegurándose de que no hubiera mechones fuera de lugar, y tomó su bolso del perchero junto a la puerta. El apartamento estaba silencioso, como siempre, con solo el leve murmullo de la ciudad filtrándose desde las ventanas. Una ciudad llena de oportunidades que jamás habría encontrado en otro lugar. Antes de salir, echó un vistazo a su alrededor. El lugar era pequeño, pero en esos momentos no le importaba. Había vivido en peores condiciones antes, y estaba segura de que algún día, si seguía esforzándose, podría permitirse algo mejor. Era solo cuestión de tiempo. Finalmente, salió del departamento y cerró la puerta detrás de ella. Las escaleras crujieron bajo sus tacones, el ascensor aún seguía descompuesto, pero eso no la molestaba. A veces, el esfuerzo de subir y bajar las escaleras le daba unos minutos de paz para organizar sus pensamientos. Ese era un día importante, lo sabía. « El primer paso en un largo camino» pensó, mientras cruzaba el vestíbulo y salía a la calle, donde el bullicio de la ciudad ya comenzaba a despertar del todo. Alison bajó del taxi frente al imponente edificio de la firma de abogados. El viento frío de la mañana golpeó su rostro, haciéndola ajustar su chaqueta gris. El conjunto que había elegido le daban una apariencia elegante y profesional. Perfecta para comenzar el día. Respiró hondo, intentando calmar el leve temblor en sus manos mientras recogía su maletín. A pesar de los nervios que la invadían, su mente seguía trabajando metódicamente. Se acercó a la entrada, dejando que su mirada vagara un instante por los alrededores, tomando nota del contraste entre su modesto departamento y el imponente edificio de la firma. «Una vida diferente» pensó, mientras que, con un paso firme, Alison caminó hacia las grandes puertas de cristal, pero antes de llegar. Sintió un ligero desbalance en su pie derecho, y en ese segundo eterno, el inconfundible sonido del tacón de su zapato le hizo detenerse en seco. —¿En serio? —murmuró entre dientes, mirando hacia abajo. El tacón de su zapato derecho se había roto casi por completo, dejándola, tambaleándose en el borde del ridículo. Alison se quedó ahí, congelada por un momento, como si no pudiera creer lo que estaba pasando. De todas las cosas que podrían haber salido mal, tenía que ser eso. Respiró hondo, recuperando el control, y decidió que, aunque tambaleante, no iba a dejar que aquello la detuviera. Se irguió, tratando de distribuir el peso de forma que el zapato aguantara hasta que pudiera llegar a su escritorio. —Solo unas pocas decenas de pasos. Eso es todo lo que necesito—murmuró cuando se incorporó y caminó con cuidado, sintiendo cada movimiento del tacón como una amenaza de ruina inminente. Las puertas automáticas se abrieron y el ambiente cálido y silencioso del edificio la recibió, pero las miradas curiosas y sorprendidas de sus colegas la hicieron sentir como si estuviera en medio de un campo de batalla. Alison mantenía su cabeza en alto, ignorando los murmullos que llegaban a sus oídos. —¿Ella es la que tomó el caso del casino? —escuchó a alguien decir. Se tensó, pero no aflojó el paso. Lo sabían. Ya todos sabían. No había forma de que aquella noticia no corriera como pólvora. Alison Hale, la novata de la firma había sido asignada al caso más polémico y complicado. Había sido una sorpresa para todos, incluso para ella. Al llegar a su escritorio, dejó el maletín con cuidado, rezando para que el tacón aguantara un poco más. Se sentó con gracia, logrando mantener su compostura, y comenzó a revisar los documentos que había preparado. Pero antes de que pudiera siquiera concentrarse, una figura familiar apareció a su lado. Travis Johnson, impecable como siempre, con su traje n***o y corbata gris, la miraba con una mirada seria. —Alison, felicidades por el caso. Sabes que todos están hablando de ti, ¿verdad? —siseó el hombre con un tono autosuficiente. Alison sonrió con modestia, aunque una parte de ella estaba aún en alerta por el zapato que amenazaba con terminar de romperse en cualquier momento. —Buenos días, señor Johnson, debo decir que no esperaba tanto revuelo —respondió, intentando no mostrar su incomodidad por lo ocurrido con su zapato. Travis asintió, pero entonces su rostro se volvió un poco más serio. —Zane Blackford, quiere verte —avisó mientras que Alison se congeló por un instante.

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