—Vamos niña, tienes que apresurarte.
—Liza, déjame en paz, necesito descansar —las sábanas envolvían el ligero cuerpo de aquella niña de 12 años, eran las 10 de la mañana y eso era inaceptable.
—Tu padre se va a enterar y yo...
—¡Dios! solo quería dormir una hora más, estoy agotada. No paré de estudiar toda la noche.
—Si, pero sabes que tu padre...
—Mi padre nada, Gertha. Tu sabes que si tengo que mover el trasero de mi cama es por culpa de mi odiosa madrastra, que no soporta verme en paz con la vida.
—Sólo cumplo órdenes mi niña, además su padre me ha dicho que hoy en la tarde viene la señora Margareth.
—¿Marggie? —una sonrisa inexplicable se extendió en el hermoso rostro de aquella niña— Buenos pues debiste empezar por ahí.
—Lo sé, pero...
La puerta de madera maciza y pesada
