Capitulo 1
- Nunca más- repetí por enésima vez desde que había salido de la cafetería donde asistí a la "reunión mensual de solteros/as de la ciudad de Washington DC”.
Claro que no podía más que echarme la culpa a mí misma por haber aceptado la ridícula petición de mi amiga Iris, de ir al menos a ver cómo era el "ambiente". La cafetería era amplia y combinaba elementos modernos con algunos vintage y el clima cálido a pesar de ser principios del otoño acompañaba a que sea un día que podría considerarse lindo, pero la gente que frecuentaba este tipo de eventos no era de mi estilo y eso hacia mella en mi ánimo.
No me sentía mal con mi soltería, pero Iris estaba empecinada en ser mi celestina personal. Después de sus intentos inútiles por ligarme a alguno de sus compañeros de trabajo, amigos e incluso a su mismo hermano; recurrió primeramente a presionarme para que utilizara las r************* , sacándome múltiples fotos distintas en cada oportunidad que tenía para mostrar mi mejor “versión”, pero eso no fue suficiente para ella.
Luego procedió a armarme distintos perfiles en aplicaciones y sitios de citas online que fueron un fracaso tras otro, aunque tengo que admitir que al principio era divertido; prontamente me di cuenta que las fotografías que la mayoría de los hombres que me habían llamado la atención estaban retocadas, o que falseaban la información sobre sus profesiones, gustos o intereses. Las pocas “coincidencias” que logré tener en las mismas fueron luego encuentros decepcionantes ya que la gran mayoría quería terminar la primera cita en un hotel o en sus propios departamentos y no es que tuviese algo en contra de eso, pero en lo particular esperaba algo más que una noche de sexo casual, ya que nunca había tenido sexo antes.
Y así llegamos hasta el día de hoy. El último intento de mi amiga por conseguirme un novio fue anotarme para asistir a esta grotesca reunión. Le pedí que no lo hiciera incontable cantidad de veces, pero ella tenía la tendencia a hacer oídos sordos ante mis pedidos de no entrometerse en mi vida personal.
- ¿Qué vida personal? - pregunto burlonamente mi amiga la semana anterior cuando le reitere mi postura de no embarcarme en una relación, menos ahora que en mi trabajo las cosas no estaban precisamente bien.
- Creo que te entrometes innecesariamente – masculle enfadada, Iris más allá de que no entendía que no quería seguir perdiendo mi tiempo en esto, era una amiga muy leal y buena. Aunque en ese momento, solo quisiera matarla.
- No entiendo como sigues soltera, eres una mujer linda, profesional, tienes un buen trabajo. ¿quieres pasar el resto de tu vida sola? - inquirió desesperanzada, mientras me hacía rodar los ojos.
- Simplemente no he querido estar con nadie, no es que me desespero por una relación- repliqué cansada, ya habíamos tenido este tipo de conversación antes. Ella era una romántica empedernida, vivía enamorándose y desenamorándose constantemente y no concebía que yo no tuviese ningún tipo de relación con nadie.
- ¡Por favor, ve esta vez y prometo que no volveré a insistirte en este tema nunca más! - me rogó Iris y juró que esta era la “ultima” vez que hacía algo de este estilo, pero no confiaba en su palabra. Las anteriores veces también fueron para ella un “último intento”
- ¡Ultima vez! – enfaticé concediendo ir a la reunión- ya no me convencerán ni tus suplicas ni tus ojos de cachorrito mojado para que siga haciendo lo que quieres – agregué finalmente y ella me dio la típica sonrisa que surcaba sus labios cada vez que conseguía algo que se proponía. Ella era implacable y ante mis constantes negativas solo provocaba que su insistencia creciera de manera exponencial por lo que yo finalmente accedía de mala gana a sus caprichos, muchas veces simplemente para que me dejase en paz.
Pero en ese instante odiaba a mi amiga como así también me odiaba por acceder a sus deseos. Allí estaba yo, sentada en una mesa con un café ya frio, maldiciendo a Iris y regañándome por sentirme tan estúpida. Descubrí desde el preciso instante que entre a la cafetería que esto no era lo mío, pero justo cuando estaba dirigiéndome hacia la salida, uno de los coordinadores del evento se aproximó y me llevo hacia la mesa que me correspondía.
El evento era simple, las “citas rápidas” era tal cual lo que se esperaba, como su nombre lo indica. Los participantes teníamos entre tres a diez minutos para hablar con alguien antes de pasar a la siguiente “cita”. La idea motora de este tipo de encuentros era conocer justamente a varias personas en un corto periodo de tiempo y decidir rápidamente si hay una posible conexión para continuar con una cita más extensa en el futuro; todo esto con el fin de obtener así una pareja.
Cada persona contaba con unas tarjetas en la cual podía realizar anotaciones sobre las personas con las que había hablado, marcándolas si se está interesado o no en ella, ya sea con un “si” o un “no” al lado de cada nombre. Finalizado el tiempo estipulado, los hombres rotan a la siguiente persona, o, mejor dicho, se desplazan a la siguiente mesa, quedando las mujeres fijas en cada una de las mesas.
La reunión era un fiasco, como ya lo había predicho y como todas las cosas que ya he probado con anterioridad. Ninguno de los hombres me llamó la atención lo suficiente, quizás por el hecho de que no quería siquiera estar allí. A pesar de todo ello, mastique mi veneno, mi incomodidad y mis ganas de huir, poniendo una máscara en mi rostro que ocultaba mis sentimientos y pensamientos, demostrando solamente ser amable con cada uno de aquellos que se sentaron en mi mesa. Quizás era buena actriz porque algunos hombres al finalizar la reunión se acercaron con intenciones de obtener mi número celular o para invitarme a comer o tomar algo. Así que, luego de rechazarlos cordialmente y pagar mi cuenta, salí despavorida del lugar. Definitivamente eso no era para mí. Las relaciones en si no eran para mí. No las buscaba, es más las evadía. Ya había sido suficiente haberme quemado una vez con fuego, para rehuir y temer de él, como para querer volver a tocarlo.
No debería volver a ese sitio en mi mente que había intentado enterrar por tantos años, pero inevitablemente pensé en las palabras de Spiro Mitsotakis, el padre de mi primer y único novio, que aún revoloteaban en mi cabeza, “no eres digna de mi hijo, o "eres una inútil" fue una de las tantas frases que utilizó para catalogarme, y denigrarme. Quizás lo odie en su momento por decírmelas, pero también en cierto punto podía agradecérselo. Esas frías y maliciosas palabras me incentivaron para lograr ser la mujer que era. Me dieron el impulso para progresar. Con el tiempo, entendí algo más, que jamás dejaría que nadie me hablase de esa forma de nuevo, sea quien sea.
Había huido junto mi familia de Boston hacía muchos años, diez para ser exacta, luego de que a mi padrastro le ofrecieran un mejor empleo en Washington; y aunque amaba el lugar en el que nací y las personas con las que crecí, no quería volver a vivir allí, no quería recordar lo que viví allí.
“Basta de pensar en el pasado” dije en mi fuero interno.
La bocina de un claxon resonó en mis oídos, paralizándome en ese mismo instante. Escuche el sonido de las llantas rechinar contra el suelo al frenar el auto y eleve mis manos por instinto hacia mi rostro, como si eso evitara el impacto, que finalmente, nunca llego. Abrí mis ojos lentamente y mi vista se nublo de pronto al ver que solo por escasos centímetros no fui atropellada. Mis piernas temblorosas, no me permitieron seguir estando de pie y caí al suelo sobre mi trasero.