En el viejo montacargas, me puse la chaqueta y los zapatos y registré mis maletas. No tenía mi teléfono celular conmigo y, por supuesto, el efectivo que tenía en mi bolsillo estaba vacío, por lo que ni siquiera tenía el cambio de repuesto para un taxi. No tuve más remedio que correr, pero había cosas peores. Era primavera y solo había unos minutos a pie desde su apartamento hasta el bloque donde se encontraba mi ático. También me dio tiempo para despejarme, lo que resultó ser más difícil de lo que esperaba.
Traté de distraerme con mi trabajo repasando lo que tenía que hacer, pero mi mente seguía regresando a la noche anterior. No fue hasta que llegué a Jade Square que pude distraerme un poco. Era un barrio cerca del centro donde no todo el mundo podía permitirse vivir. Yo era uno de los pocos y, en consecuencia, me miraron con curiosidad cuando entré en el vestíbulo de mi edificio, un poco con ojos llorosos y con el pelo despeinado.
En las escenas de este tipo ninguna mujer salió de la casa hasta que pasó al menos una hora en el baño. Yo no era ese tipo de mujer de todos modos, así que realmente no me importaba la apariencia. A diferencia de mis adorables huéspedes, el portero, Tony, me sonrió ampliamente.
—Buenos días, Sra. Amber— me saludó y me entregó mis llaves, que dejé en el vestibulo— ¿Trabajo muy tarde por la noche? No viniste a casa ayer
—Tú tampoco te pierdes nada, Tony— sonreí
—Ese es mi trabajo. Pero no te preocupes, estoy tan silencioso como una tumba— Me guiñó un ojo. Era una de las pocas personas en este vecindario que creía eso. Tony era un hombre de unos sesenta años que usaba su cabello gris con orgullo. Me caía bien. Además de su profesionalismo, que te hacía sentir como si estuvieras entrando en un hotel elegante cada vez que entrabas en el vestíbulo, era genuinamente amable y discreto. Lo apreciaba a pesar de que yo era una de las únicas en el edificio que se daba la tarea de hablarle y agradecerle su trabajo. La mayoría son ricos idiotas que apenas lo notaron y dieron por sentado sus servicios. Yo no lo hice, por lo que él a su vez me dio crédito.
—Por cierto, es mucho más emocionante quién se va de aquí a la mañana siguiente.
Me reí.
—Puedes esperar mucho tiempo que suceda eso conmigo, Tony. Que la pases bien.
Me hizo un gesto cortés de despedida y desaparecí en el ascensor. En retrospectiva, desearía haber tomado las escaleras pues la Sra. Mary también tomó el ascensor. Estaba bastante seguro de que ella era la residente más molesta de todo el lugar.
—¿Tiene un nuevo peinado, señorita?— preguntó con la típica inocencia de una mujer de setenta años cuando el ascensor comenzó a moverse.
Pero hacía tiempo que había visto a través de su fachada. Era una vieja chismosa que no se detendría ante nada por dinero si no lo hubiera hecho ya. Su marido había muerto unos diez años antes y ella había heredado toda su fortuna. Era como si se hubiera detenido en el tiempo y no me sorprendería que todavía hubiera una piel de zorro colgada en su armario que se puso alrededor de su cuello. Lo mismo era cierto por el hecho de que yo no le agradaba. No encajaba en su obsoleta forma de pensar de que yo dirigía mi propio negocio, aún no tenía marido y ya era rica a los 27 años. Sabía lo que pensaba de mí y por eso escuché el trasfondo burlón en su voz. —Me alegra que te hayas dado cuenta— dije, acariciando mi cabello.
Un poco confundida sobre si estaba bromeando, diciendo la verdad o no entendiendo su burla, asintió.
Disfruté de su expresión incierta y reprimí una sonrisa.
—Que tengas un buen día— le deseé cuando el ascensor se detuvo para dejarla salir a su piso.
Murmuró algo como "Igualmente" y salió.
—Ah, y no olvides tu abrigo si sales hoy. El viento está silbando— la llamé, haciendo que se detuviera, completamente confundida. Pero antes de que pudiera darse la vuelta, las puertas del ascensor se habían cerrado. Me apoyé contra la pared del ascensor y sonreí con satisfacción y observé la pantalla. Tenía que admitirlo, disfrutaba de este estilo de vida extravagante, incluso si el precio era una sociedad que era aburrida y daría cualquier cosa por los últimos chismes.
Si tenías dinero, te elevaban automáticamente a la alta sociedad. Lo quisieras o no. En este mundo, el dinero ya no era lo más deseable. Todo el mundo parecía tenerlo todo y lo único que le importaba más a la gente que la apariencia eran los rumores. Anhelaban el escándalo y los secretos sucios.
Me mantuve lo más alejada posible y no revelé mucho sobre mí. Si alguien le preguntara por mí, probablemente se encogería de hombros. No quería saber qué rumores corrían sobre mí, y no me importaba. Si eran honestos, no sabían absolutamente nada de mí. Y ese era el punto. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Caminé por el corto pasillo que terminaba en la puerta principal, la abrí y entré al enorme apartamento que ocupaba todo el piso. Con un suspiro, me quité los zapatos y por descuido dejé caer mi chaqueta de cuero al suelo.
Pero antes de que finalmente pudiera recuperar el aliento, apareció Katte, que se había acomodado en el taburete del piano junto al piano de cola n***o. Se paró frente a la ventana con la vista increíble, cuyas ventanas del piso al techo recorrían el piso hacia el lado norte. Tony la dejó entrar. No era raro que mi amiga apareciera sin previo aviso y cuando yo no estaba allí, simplemente me esperaba.
—¿Dónde has estado?— preguntó ella.
—Por allí terminando unas cosas— respondí secamente y pasé junto a ella hacia la cocina.
—Intenté llamarte.
—No tenía mi teléfono celular — No tenía ganas de hablar de anoche. Quería dejarlo y olvidarlo. Miré dentro de la nevera, indecisa, pero finalmente decidí por algo más duro que me devolviera a la realidad.
Ella me vio tomar una botella de licor del estante de vidrio en la pared y servirme un vaso de whisky.
—Son las nueve y media— me recordó mi amiga.
En respuesta a su comentario, bebí el líquido ámbar de un trago.
—Debe haber sido una mala noche.
No, la noche no estuvo mal, todo lo contrario... anoche fue lo mas perfecto que he tenido en mi miserable vida, la mierda fue la mañana.
Mi garganta ardía cuando el líquido se deslizó por mi garganta. Y con ella los sentimientos de anoche. Yo no tenía el tiempo y los nervios para ello. Especialmente no por mi trabajo. Katte, cuyo verdadero nombre era Katerine Gomez, me miraba fijamente con sus ojos castaños oscuros. La conozco desde hace seis años y admiro su carácter tierno y sincero. Ella fue quien me humanizó un poco cuando el lado que necesitaba para el trabajo tomó el relevo. La conocí al comienzo de mi carrera, cuando no poseía casi nada. Estuve en México por negocios y terminé llevándola a los Estados Unidos. Hoy era mi asistente personal y una buena amiga. Finalmente dejé mi vaso y suspiré.
—¿Qué?
—Nada en absoluto. Solo hay un brillo único en tus ojos— Ella me sonrió significativamente, pero la miré a los ojos con indiferencia. La hermosa mujer mexicana tenía un agradable acento español que complementaba su piel bronceada naturalmente, perfectamente marrón, rizos afro de longitud media y, en general, casi parecía un poco delicada, pero solo casi.
—No sé a qué te refieres— dije. Luego me di la vuelta y vi mi reflejo en el cristal. Ella tenía razón. Parecía cansada, pero algo era diferente. Buen tiempo, pero desafortunadamente ni yo me encontré convincente.
—¿Estás bien?— preguntó finalmente.
Asentí y me di la vuelta de nuevo.
—Estoy bien— le aseguré, logrando finalmente concentrarme en otra cosa— ¿Qué pasa?— Mi trabajo no solo fue la razón por la que me fui con tanta prisa esta mañana, también fue la mejor distracción. A pesar de todo, lo amaba y no lo dejaría por nada del mundo.
—Tienes una cita con Fiori dentro de unas tres horas y Hips llamó para verlo.
Asentí, miré mi reloj y puse mi vaso en el fregadero.
—Voy a tomar una ducha y acostarme de nuevo. ¿Que piensas hacer mientras tanto?
—Quería almorzar con Tomas hoy.
Solo asentí. Tomas era su amigo. Yo no era exactamente un fan suyo y ella lo sabía. Ni siquiera podía decir exactamente por qué no me gustaba. A veces había personas que simplemente no se llevaban bien, pero la mayoría de las veces no lo dejaba ver. Él también lo sabía, y parecía sentir lo mismo por mí y tenía buenas razones para hacerlo. Sin embargo, si ella lo aceptaba, yo también lo haría. Después de que ella se fue, fui a mi habitación. En el pasillo estaba mi colección de libros que ocupaba toda la pared. Los estantes ya se doblaban bajo el peso de los tomos. Me encantaba el olor persistente en las páginas y el papel entre mis dedos. Cuando encontraba tiempo, leía mucho y disfrutaba leyendo. Desafortunadamente, rara vez llegué allí.
En mi dormitorio, me dejé caer sobre mi gran cama con somier. Aquí también se podía ver el horizonte de la ciudad a través de las ventanas. Los techos brillaban a la luz del sol. Por la noche, la vista era aún más impresionante y, aunque había vivido aquí por un tiempo, todavía no podía tener suficiente.
Pero por el momento ignoré la vista. Solo quería que me dejaran sola y después de unos minutos mis ojos se cerraron.