Capítulo 3
Abril – 3,390 a.C.
Tierra: Villa de Assur
Coronel Mikhail Mannuki’ili
MIKHAIL
Mikhail se inclinó levemente, listo para volar, pero su ala aún rota enviaba una punzada agonizante a sus músculos axilares.
—¡Tomen sus armas! —gritó Jamin.
Rápidamente, los guerreros se interpusieron entre él y Ninsianna. La cabra emitió un balido de terror. Mikhail buscó la pistola de pulso que debía estar fijada a su cadera...
... pero Ninsianna la había sacado de su cinturón.
—¡Retrocedan! —gritó ella.
Hizo clic en el seguro del arma, tal como lo había visto hacerlo a él cada mañana mientras practicaba sacarla de su bolsillo lo más rápido posible, cual experto pistolero. Sólo había un problema…
... el cartucho de energía casi agotado se encontraba en el bolsillo de su muslo.
Jamin se congeló con su lanza levantada sobre su cabeza, apuntando a su verdadero adversario... Mikhail.
—¡No sabes cómo usarlo! —se burló de su ex prometida.
—Mira esto —su mano temblaba—. ¡Este palo de fuego hace magia!
—¡Las mujeres no pueden hacer magia! —hizo un gesto a los guerreros—. Sepárenlos.
Cual manada de hienas, los guerreros se ubicaron en un círculo detrás de ellos. Un hombre pequeño y flaco movió su lanza amenazantemente entre ellos, tratando de cazar al animal más vulnerable de la manada. Mikhail agitó sus alas, golpeando a los guerreros con sus extremidades, tan poderosas como garrotes. Ninsianna se apretó contra él, agitando el rifle de pulso salvajemente de un hombre a otro.
—¡Immanu juró que su gente es honorable! —dijo Mikhail—. Me pidieron que me quitara las armas, y lo hice.
—¿Honor? —escupió el bastardo de ojos negros—. ¿Cómo puedes hablar de honor cuando afirmas que no puedes ni siquiera recordar tu propio nombre?
Mikhail tocó sus placas de identificación hexagonales, la única pista de su identidad.
—Sé mi nombre —dijo él.
—Pero, ¿a quién sirves? —dijo Jamin, desafiante—. ¿A un ejército, a un enemigo, a un dios?
Abrió la boca para darle una respuesta al hijo del Jefe, pero no emergió palabra alguna. Sin palabras. Sin memoria. Todo lo que sabía era que era un soldado de la Fuerza Aérea Angelical.
Un soldado de las Fuerzas Especiales...
Lo que significaba que, quizás, Jamin estaba en lo correcto.
—Ninsianna —le tocó el brazo—. Tengo que irme.
Dos de los guerreros avanzaron con sus lanzas. Siamek, que había abierto la puerta, metió los dedos entre sus labios y emitió un estridente silbido.
—¡Quietos! —ordenó.
—¡Te di una orden directa! —contradijo Jamin—. ¡No podemos dejar que este bastardo atraviese nuestras puertas!
—No —Siamek bajó la voz—. Esas no fueron las órdenes de tu padre. Él dijo que debíamos recibir y escoltar al extraño adentro.
El hijo del Jefe miró la temblorosa pistola de pulso de Ninsianna: el anhelo, la necesidad, el hambre de poseer semejante arma yacían desnudos en su expresión.
—¡Necesitamos esas armas!
Con un aullido desgarrador, se lanzó contra Ninsianna.
Ninsianna gritó. Apretó el gatillo, pero no pasó nada.
Mikhail soltó la cuerda de la cabra.
—¡Gyah! —golpeó a Némesis en las ancas.
La cabra se lanzó hacia adelante, obligando a Jamin a desviarse. Saltó para agarrar la pistola de pulso y erró. Ninsianna se apartó del camino.
Rugiendo como un enfurecido depredador, Jamin bajó su lanza y se lanzó contra él.
El tiempo se redujo a un latido del corazón. Su intuición susurró: "viene hacia acá".
En un movimiento que no recordaba recordar, Mikhail agarró la lanza, empujándola hacia adelante para acelerar el impulso de Jamin, lo sacó de equilibrio, y luego golpeó su codo en la parte posterior de su cráneo.
Jamin cayó, inconsciente.
Mikhail agarró la lanza. Miró a su enemigo, casi tan sorprendido como él por haber ejecutado ese movimiento. Los guerreros se apartaron rápidamente, sin saber cómo luchar contra un hombre con una envergadura de veinte metros, ahora armado.
—¡Lo mató! —gritaron los guerreros.
Ninsianna le dio una patada a su ex prometido, quien yacía en el suelo.
—¿Alguien más quiere morir? —agitó la pistola de pulso vacía, como si estuviera borracha.
Jamin gimió.
—Sólo está dormido —Mikhail luchó contra el impulso de acabar con él—. Pero ella —señaló a Ninsianna—, está muy enojada.
Ambos retrocedieron.
Los guerreros se movieron hacia ellos, bloqueando su huida.
—¡Esperen! —vino una llamada desde el callejón.
Dos mujeres mayores, ambas tan arrugadas que parecían trozos de fruta deshidratada, emergieron desde la sombra de la puerta. La más joven ayudó a avanzar su hermana mayor. La que había hablado se inclinó pesadamente sobre un bastón.
—¿Qué significa todo esto? —la anciana se dirigió a Siamek.
—El demonio alado intentó escapar por nuestras puertas —dijo Siamek.
—Eso no es lo que yo vi —dijo la anciana—. Le pediste que se desarmara, y lo hizo.
—Nos ordenaron tomar sus armas.
—¿Quién? ¿El jefe?
—No —Siamek bajó su cara—, fue Jamin.
La anciana señaló al inconsciente ex prometido de Ninsianna.
—¿No es gracioso cómo los problemas comienzan y terminan con Jamin?
La hermana menor empujó a Jamin con su pie.
—Nunca he visto a nadie desviar una lanza de esa forma —dijo ella—. Mucho menos contra alguien tan hábil.
—Sí —dijo la anciana—. Si lo hubiera deseado, podría haberlo matado.
—¿Me pregunto qué más sabe el hombre alado? —dijo la más joven.
—¿Tal vez nos enseñe? —dijo la anciana.
Las dos mujeres se detuvieron frente a él.
—¿Qué asuntos tiene con el Jefe? —preguntó la hermana mayor.
—Necesitamos... —Ninsianna dijo, pero fue interrumpida.
—¡Silencio! —la anciana levantó su mano—. Quiero escucharlo a él.
Ninsianna cerró su boca, indignada.
—¿Y bien? —la anciana lo miró.
La sensación de sentirse presionado que perseguía a Mikhail se disipó, mientras miraba fijamente a aquel par de inteligentes ojos marrones que se asomaban por una cara arrugada. A pesar de su apariencia, aquella mujer mantenía su inteligencia aguda.
—Los Halifianos vinieron a mi canoa espacial —usó el término Ubaid para la nave—. Ya no es seguro ahí, así que Immanu me pidió que trajera a su hija a casa.
La anciana adoptó una mirada aguda.
—¿Así que desea traer su guerra con los Halifianos a nosotros?
Las plumas de Mikhail crujieron con indignación.
—No pedí problemas —dijo rígidamente—. Jamin trajo su guerra a mí.
La hermana menor le susurró algo a la anciana. Ambas asintieron, como si poseyeran una sola mente. La hermana mayor señaló a Siamek.
—Nosotros somos un pueblo honorable. Hizo un gesto a los guerreros—. Si le dijiste a este hombre que Ninsianna vigilaría sus armas, debiste cumplir con tu palabra.
—¡Pero es una mujer! —protestó Siamek.
—¿Y qué hay con eso? —dijo la anciana.
Siamek se calló.
— ¡Vigílenlo! —la mirada de la anciana se volvió aguda—. Y, por amor de la diosa, niña... —hizo un gesto a la pistola de pulso de Ninsianna—, aleja esa cosa antes de que puedas lastimar a alguien.
Con una expresión avergonzada, Ninsianna metió el arma nuevamente en su cinturón. El calor inundó el pecho de Mikhail. Si bien no recordaba si alguna vez una mujer lo había defendido antes, nunca había visto una fémina tan hermosa y feroz.
—Vamos —dijo Siamek—. Vamos a ver al Jefe.
El círculo de guerreros se abrió, permitiéndoles pasar a través de la puerta principal. Ninsianna hizo una seña. El alado la siguió hasta el callejón.
Tal vez desde diez metros de altura, guerreros de rostro hostil miraban hacia abajo desde los tejados, sus lanzas apuntando directamente hacia él. Aunque estaban construidas con ladrillos de barro, las paredes parecían robustas. Incluso si un enemigo se las arreglaba para pasar por la puerta de entrada, sería una verdadera proeza llegar hasta el extremo opuesto de este "punto de la muerte" con vida.
—¿Por qué tu Jefe no nos concedió una audiencia de inmediato? —preguntó Mikhail.
—Probablemente lo hizo... —dijo Ninsianna, con una mirada de repudio—. No sería la primera vez que Jamin alterara una de las órdenes de su padre para adaptarlas a su antojo.
Mikhail miró a las dos ancianas que estaban de pie afuera de las puertas.
—Pensé que dijiste que todas las mujeres eran tratadas como cabras.
—Yalda es diferente —se encogió de hombros—. Es m*****o del Tribunal.
Una cacofonía de ruidos asaltó sus oídos a medida que los guerreros los conducían a través de un laberinto de casas a ambos lados de una calle angosta. Diversos aromas inundaban sus fosas nasales, como el olor del pan cocido mezclado con el hedor del sudor humano. Un hombre de mediana edad caminaba por las calles, golpeando con su bastón a todo aquel que botara basura en la calle. Aldeanos vestidos desaliñadamente asustaban a los niños con ojos de búho. Gente alta, baja, joven. Personas de edad. ¡Tanta gente! Todos poseían el mismo cutis moreno y cabello oscuro de Ninsianna.
Giraron a la izquierda, a través de otro callejón doble, y luego a la derecha. Aquí las casas eran más grandes y mejor mantenidas. La mayoría de las mujeres vestían mantones de lino blanco, como Ninsianna. Lonas improvisadas protegían las mesas llenas de verduras del sol, mientras que aquí y allá, una mesa llena de productos indicaba la casa de algún comerciante.
La calle serpenteaba en una suave curva. Todas las casas lucían diminutas ventanas al nivel del suelo, protegidas por persianas, pero ventanas más grandes en el segundo piso dejaban entrar el aire del desierto a las viviendas. En los tejados, los niños corrían como monos, saltando de una azotea a otra en los edificios interconectados.
—¿Este pueblo está construido en círculo? —preguntó.
—Las partes más nuevas, dijo Ninsianna—. La parte antigua tiene forma de rectángulo.
—Este lugar hmmm… inchosanta —luchó encontrar la palabra correcta.
—¿Fácil de defender?
—Sí.
Ninsianna sonrió.
—Mi abuelo y el Jefe Kiyan planearon la expansión de este pueblo a medida se expandía.
Mikhail asintió a regañadientes. Cualquiera fuese su opinión sobre Jamin, era obvio que su padre no era un holgazán.
Los guerreros los guiaron a la izquierda, a través de un tercer callejón que era tan impenetrable como los dos primeros. Tres anillos concéntricos, cada uno separado por un "punto de la muerte" en un callejón cerrado. Un par de centinelas ordenó a los curiosos que los seguían que se apartaran.
Salieron del callejón hacia una gran plaza central llena de personas, la mayoría vestidas con elegancia, aunque aquí y allá, un pordiosero se escabullía entre las multitudes, llevando una canasta con artículos para vender. Un lado de la plaza estaba dominado por un edificio imponente, mientras que cerca del centro había un anillo de piedras circular con tres troncos atados que formaban un sistema para sacar agua.
—Ese es el templo de Ella-Quien-Es —dijo Ninsianna, apuntando hacia el gran edificio, mientras Siamek los guiaba hacia el otro lado—, y eso —señaló el círculo de piedra—, es su pozo sagrado. Tenemos tres de ellos, pero los otros a veces se secan en el verano.
—¿Y por qué no sacan el agua del río directamente?
—Porque contiene espíritus malignos. El agua del pozo está siempre limpia y pura.
Siamek los condujo a una casa grande de dos pisos con una bellísima puerta de azulejos. En el frente estaba un guardia de mediana edad que llevaba un faldellín y una capa muy gruesa, aunque no decorada.
—¿Qué te hizo tardar tanto? —preguntó el guardia.
—Tuvimos algunos problemas en la puerta —dijo Siamek.
—¿Con él?
—No. Entregó sus armas, tal como el Jefe… —Siamek enfatizó—, ordenó.
El guardia adoptó una expresión cínica.
—¿Dónde está? —gruñó.
—De vuelta en la puerta —dijo Siamek.
El guardia resopló. Ninguno de los guerreros mencionó que el extraño acababa de dejar inconsciente al hijo del Jefe.
El guardia lo estudió, su expresión hostil.
—Yo soy Kiaresh. Antes de entrar, tengo que revisar si traes armas.
Mikhail miró a los guerreros que los rodeaban. Ninsianna agarró la pistola de pulso.
—Sólo tú —dijo él—. No confío en los demás.
—Bueno, tampoco confías en mí…
Mikhail miró a Ninsianna.
—Kiaresh es un hombre de palabra —susurró ella.
—Bien… a veces un hombre debe arriesgarse —Mikhail asintió.
—Hmm —la expresión de Kiaresh se volvió sombría—. Lo mismo digo.
Mikhail extendió sus brazos y piernas. Sus plumas crujieron cuando el guardia lo tocó desde su cuello hasta sus tobillos. Se obligó a no tirar de sus alas cuando Kiaresh le dio unas palmaditas en sus plumas.
—Estas sí que son pampooties —Kiaresh revisó sus botas de combate en busca de cuchillos escondidos.
—Las llamamos botas —Mikhail usó la palabra correspondiente a la lengua estándar galáctica.
—¿Apuesto a que puedes patear la cabeza de un enemigo con ellas?
Mikhail conocía el juego, aunque no lo recordaba: dos buenos guerreros probando la fuerza mental del otro.
—No es bueno patear a un aliado en la cabeza.
Kiaresh se puso de pie y se ajustó la capa. Abrió la puerta, un simple artilugio hecho de tablas rugosas atadas con cuero crudo, pero la madera misma había sido tallada con vainas de grano. Mikhail se metió las alas en la espalda. Kiaresh hizo un gesto para que entrara.
Ninsianna se acercó al umbral.
—¡Tú no! —Kiaresh extendió su mano.
—¿Por qué no? —dijo Ninsianna.
—Eres una mujer —dijo Kiaresh—. Esto es asunto de hombres.
—¿Qué hay de las armas? —preguntó Mikhail.
—Ella puede cuidarlas, aquí afuera.
Mikhail tocó el cuadrado que se había metido en el bolsillo. Sin un cartucho de energía, su rifle de pulso era inútil, pero incluso un primitivo inexperto podía causar estragos con una espada.
—¿Qué pasa si alguien trata de desarmarte? —preguntó, en lenguaje estándar galáctico.
Ninsianna sacó la pistola de pulso.
—Si se acercan a mí —dijo con bravura— no saldrán ilesos.
Sus labios se movieron hacia arriba. ¡Vaya! Él seguiría a esta mujer directamente a las puertas del infierno. No tenía el corazón para decirle que el cartucho de energía estaba en su bolsillo, o que una vez que disparara su último tiro, estaría en igualdad de condiciones tecnológicas que la gente del pueblo.
Volvió a hablar en un Ubaid ligeramente básico.
—Si alguien la toca —dijo, señalando a Siamek— responderás ante mí.
Siamek asintió. Lo había demostrado: incluso desarmado, sabía cómo proteger lo suyo.
Se agachó para evitar golpear su cabeza en el dintel y entró.