1: Encuentro bajo la nieve
*SAM*
El aire helado golpeó mi rostro cuando salí del trabajo, y por un instante, deseé no haber insistido en caminar hasta casa esa mañana. Pero claro, entre el tercer trimestre de embarazo y el constante martilleo de mis nervios por los problemas laborales, necesitaba algo que me mantuviera en movimiento.
La nieve caía lentamente, acumulándose en los bordes de las calles y transformando la ciudad en un lienzo blanco. Podría haber sido idílico, incluso reconfortante, si no fuera porque cada paso me recordaba lo agotada que estaba.
El día había sido un caos. Mi cliente principal, el señor Peterson, había rechazado por tercera vez las propuestas de diseño gráfico que con tanto esfuerzo había creado. Su crítica constante y su incapacidad para decidir qué quería exactamente no hacía más que sumarme estrés.
Era difícil concentrarme sabiendo que pronto tendría que tomar una pausa laboral, y aunque me consolaba la idea de estar cerca de mi bebé, también me aterrorizaba no tener suficiente dinero para mantenernos a flote.
Suspiré, ajustando la bufanda alrededor de mi cuello, mientras mis botas crujían sobre la nieve fresca. Mi apartamento no estaba lejos, apenas unas cuadras, pero cada paso me parecía una odisea.
Mi vientre abultado y pesado transformaba cualquier actividad simple en una tarea monumental. Justo cuando giraba la esquina, sentí cómo mis pies perdían tracción en una delgada capa de hielo oculto bajo la nieve. Intenté recuperar el equilibrio, pero fue en vano.
—¡Cuidado!— Una voz profunda resonó cerca de mí, y antes de que pudiera caer de espaldas, un par de manos firmes me sujetaron por los brazos.
—¡Ay, Dios! —exclamé, con el corazón latiendo con fuerza por el susto. Miré hacia arriba y me encontré con unos ojos de un azul tan intenso que, por un momento, olvidé el frío que me rodeaba.
El hombre frente a mí era alto, con una línea marcada en su mandíbula y una expresión de preocupación genuina. Su cabello oscuro estaba ligeramente despeinado, como si acabara de quitarse un gorro de lana.
—La nieve es traicionera —dijo, con una sonrisa ladeada mientras me ayudaba a enderezarme. Aún sostenía mis brazos, como si temiera que volviera a resbalar.
—Sí, bueno… ¡gracias! —jadeé, tratando de recuperar el aliento. Me sentía ridícula, como si fuera la primera vez que caminaba en invierno.
—¿Estás bien? —preguntó, soltándome con cuidado. Su mirada se deslizó hacia mi vientre, y sus cejas se fruncieron ligeramente—. Parece que llevas un peso extra.
—Eso es porque lo hago —respondí con una sonrisa cansada, colocando una mano sobre mi estómago—. No es tan fácil cargar con un bebé todo el día.
—Debe ser aún más difícil con el hielo —comentó, retrocediendo un paso, pero su voz seguía cargada de preocupación—. ¿Te acompaño a casa? No me sentiría bien dejando que camines sola después de eso.
Lo consideré por un instante. Mi instinto siempre había sido rechazar cualquier tipo de ayuda; había aprendido a valerme por mí misma. Pero también estaba agotada, y no podía ignorar que este desconocido realmente parecía preocupado.
—Está bien. Vivo a solo unas cuadras —dije finalmente, ajustando mi bufanda mientras comenzábamos a caminar lado a lado.
El silencio entre nosotros era cómodo, roto solo por el sonido de nuestras botas sobre la nieve. Me sentía curiosamente tranquila, a pesar de estar junto a un hombre que nunca había visto. Él tenía un porte seguro, como si nada pudiera alterarlo, pero también una calidez en su presencia que era difícil de ignorar.
—Por cierto, soy Ethan Cole —dijo de repente, rompiendo el silencio. Extendía una mano enguantada hacia mí.
—Samantha Lewis, pero dime, Sam —respondí, estrechándola con una sonrisa. Su agarre era firme, y su sonrisa era… Bueno, digamos que era de esas que podían hacerte olvidar cualquier cosa, incluso el frío.
Cuando llegamos a mi edificio, me detuve en los escalones de entrada y me giré hacia él.
—Gracias por asegurarte de que llegará a salvo —dije, sinceramente agradecida.
—No hay de qué. Cuídate, Sam —respondió, con un leve gesto de su cabeza antes de girarse para marcharse. Lo observé alejarse, con una sensación extraña en el pecho, como si hubiera algo más en él que no podía descifrar.
Esa noche, mientras me acurrucaba en el sofá con una taza de chocolate caliente, no pude evitar pensar en él. Había algo en su sonrisa, en la forma en que se preocupó por mí, que me hacía sentir una calidez extraña. Sacudí la cabeza, regañándome a mí misma por dejar que un encuentro fortuito ocupara tanto espacio en mi mente.
[***]
A la mañana siguiente, mientras salía para hacer algunas compras, me sorprendí al verlo nuevamente. Esta vez, estaba frente al apartamento al lado del mío, cargando una caja. Mi corazón dio un vuelco.
—¿Eres mi nuevo vecino? —pregunté, incapaz de ocultar mi sorpresa.
Ethan se giró, con una sonrisa que podría iluminar cualquier noche de invierno.
—Parece que sí —dijo, dejando la caja y limpiándose las manos—. Me estoy quedando aquí temporalmente. El hotel está en remodelación y necesitaba un lugar cómodo.
—Hotel… ¿trabajas en uno? —pregunté, intrigada.
—Algo así —repuso evasivamente, como si no quisiera entrar en detalles. Eso solo me hizo sentir más curiosidad.
Pasamos unos minutos hablando mientras me ofrecía ayuda para cargar mis bolsas. Aunque insistí en que podía manejarlo, él simplemente sonrió y dijo:
—Considera esto un acto navideño de buena voluntad.
Algo me decía que Ethan Cole no era un hombre que aceptara un “no” por respuesta.
Lo observé mientras llevaba las bolsas a mi cocina, notando cómo llenaba el espacio con su presencia segura y cálida. Había algo en él que desprendía una especie de confianza tranquila, una mezcla entre determinación y amabilidad que no era fácil de encontrar.
—No tenías que hacer esto, Ethan —murmuré mientras colocaba las bolsas en la encimera.
—Ya lo sé —respondió, con una sonrisa suave—. Pero tampoco podía dejarte sola con todo esto. Además, no todos los días tengo la oportunidad de ayudar a una futura mamá.
Algo en su tono, una mezcla de ligereza y sinceridad, hizo que mi corazón diera un pequeño vuelco. Me crucé de brazos, intentando disimular el repentino calor en mis mejillas.
—Bueno, gracias —murmuré—. De verdad.
—De nada, Sam —repuso, mirándome a los ojos por un momento más largo del necesario.
Ese instante se sintió eléctrico, como si algo no dicho flotara entre nosotros. Finalmente, Ethan bajó la mirada y dejó escapar una leve risa, como si él también estuviera tratando de sacudirse esa tensión inesperada.
—Bueno, misión cumplida. Las bolsas están en su lugar y tú estás a salvo —comentó mientras se quitaba los guantes, frotándose las manos para calentarlas.
—¿Te quedas a tomar algo caliente? —La pregunta escapó de mis labios antes de que pudiera detenerme.
No solía invitar a extraños a mi casa, mucho menos cuando mi vida ya estaba lo suficientemente complicada. Pero había algo en Ethan, algo reconfortante que hacía que me sintiera menos sola.
Su mirada se suavizó y por un momento pareció sopesar la oferta.
—Me encantaría —respondió finalmente—. No hay nada mejor que entrar en calor después de cargar cajas arriba y abajo por las escaleras durante una tormenta de nieve.
Sonreí, sintiendo una mezcla de nervios y emoción mientras sacaba una segunda taza. Puse agua a calentar y, mientras esperaba, intenté ignorar cómo mi corazón se aceleraba con cada uno de sus movimientos. Parecía encajar tan naturalmente en mi pequeña cocina, como si llevara años viniendo aquí.
—¿Azúcar, crema? —pregunté mientras servía el café.
—n***o, por favor —respondió con una sonrisa. Apoyó los brazos en la encimera y me observó con atención—. —¿Trabajas cerca de aquí?
Asentí, le entregué la taza con café.
—Sí, trabajo en una compañía de marketing a unas pocas calles. Soy diseñadora gráfica. —Antes de continuar, tome un momento para agarrar mi taza entre mis manos y sople el vapor cálido que se alzaba de ella. —Me encanta lo que hago. Bueno, en los días que no quiero tirar mi computadora por la ventana —bromeé. Sus ojos chispearon con diversión.
—Entiendo esa sensación —confesó—. A veces, las cosas más apasionantes pueden ser también las más frustrantes.
—¿Y tú? —pregunté, intentando desviar la atención de mí—. Dijiste que estabas aquí temporalmente. ¿Por trabajo?
Recordé ese dato, eso me lo dijo ayer mientras caminábamos hasta aquí antes de que me dejara en la puerta del edificio.
—Estoy supervisando unas renovaciones. Un proyecto grande.
Parecía un hombre reservado, suponía que por eso no daba más detalles, y tampoco iba a indagar sobre su vida personal, no quería que pensara que era una chismosa entrometida.
—Debe ser agotador.
—Lo es, pero también tiene su recompensa —dijo, mirándome con seriedad—. A veces, empezar de nuevo o reconstruir algo es justo lo que uno necesita.
Algo en su voz me hizo pensar que no estaba hablando solo de su trabajo. Asentí lentamente, sintiendo una conexión inesperada. Ambos éramos personas tratando de sostener nuestras vidas mientras todo a nuestro alrededor parecía tambalearse.
El silencio volvió a instalarse, pero no era incómodo. Me apoyé contra la nevera para poder ver de frente a Ethan, acerqué la taza a mi cara y dejé que el calor del café me reconfortara.
—¿Y cómo te sientes? —preguntó suavemente, señalando con un gesto mi vientre—. Debe ser emocionante y aterrador a partes iguales.
No me había hecho preguntas, sobre si había un padre o si estaba sola en esto.
—Lo es —admití—. A veces me siento fuerte, como si pudiera enfrentarme al mundo entero. Pero hay días en los que me siento agotada y sola… como si nada de lo que hiciera fuera suficiente.
Ethan asintió, su expresión se tornó seria, casi dolorosa, pude notar eso.
—Estás haciendo más de lo que crees —murmuró—. A veces, solo el hecho de seguir adelante ya es una victoria.
Sus palabras tocaron algo profundo en mí. Antes de que pudiera responder, el crujido del viento contra la ventana rompió el momento. Ambos giramos la cabeza hacia el cristal, donde la nieve seguía cayendo sin cesar, cubriendo todo con su manto blanco.
—Parece que no va a parar pronto —comentó él, su voz suave.
—Sí, será una noche larga —murmuré, sintiéndome un poco más tranquila de lo que había estado en días.
Ethan dejó su taza vacía sobre la encimera y comenzó a caminar alejándose de la cocina.
—Gracias por el café, Sam. Ha sido… agradable —dijo, su mirada intensa atrapando la mía.
—Gracias a ti por salvarme de nuevo… me refiero a las bolsas —respondí con una sonrisa tímida.
Se acercó a la puerta, y por un momento, no sé por qué, deseé detenerlo. Pero en lugar de eso, solo lo acompañé hasta el umbral.
—Nos vemos pronto. Tal vez en otra misión de rescate —murmuró con una sonrisa.
—Sí, tal vez —respondí con una pequeña risa que no pude contener—. Nos vemos.
Al decir eso, una calidez me envolvió el pecho, y no tenía nada que ver con el café.
Cuando cerré la puerta, apoyé la espalda contra ella y suspiré. No sabía qué acababa de suceder. Me sentía extraña, diferente a otras veces en que había conocido a un hombre. Esta vez, el miedo era distinto, no aterrador, sino inquietantemente emocionante.